Un tipo que era m¨¢s feliz que yo
No s¨¦ por qu¨¦ empec¨¦ a mirar a aquel sujeto que se hab¨ªa sentado frente a m¨ª en el autob¨²s; el caso es que una vez que le ech¨¦ el ojo ya no pude dejar de contemplarle. Produc¨ªa la impresi¨®n de constituir una unidad territorial aut¨®noma en medio de aquel. conjunto de cuerpos menesterosos que ¨¦ramos conducidos d¨®cilmente hacia la avenida de Am¨¦rica. No hab¨ªa docilidad en su gesto, sino ese tipo de mansedumbre apacible que s¨®lo proporciona la sabidur¨ªa. Al principio me pareci¨® un exc¨¦ntrico, pero su imperturbabilidad empez¨® a irritarme enseguida.Le observ¨¦ de forma impertinente para ver si se pon¨ªa nervioso, pero cada vez que nuestros ojos coincid¨ªan ¨¦l parec¨ªa ver algo que no era yo. Daba la impresi¨®n de mirar cosas que no estaban dentro del autob¨²s. Decid¨ª seguirle; no soy detective ni nada parecido, pero a veces me fijo en un tipo cualquiera y le persigo una o (los horas imaginando que me juego la vida. La semana pasada segu¨ª a uno que a su vez estaba imaginando que le persegu¨ªan; al final nos hicimos amigos y hemos quedado en hacer juntos algunos seguimientos, aunque a ¨¦l le gusta m¨¢s que le persigan. Es un enfermo. La verdad es que no te das cuenta de esto hasta que no te metes en el asunto, pero en Madrid todo el mundo sigue a alguien o es perseguido por alguien, ignoro con qu¨¦ objeto.
El caso es que se baj¨® en Diego de Le¨®n, y yo fui detr¨¢s de ¨¦l dispuesto a averiguar -y a desbaratar si me era posible- la causa de su felicidad. Subi¨® hasta Francisco Silvela y torci¨® a la derecha, en direcci¨®n a Manuel Becerra. Caminaba despacio, aunque con ritmo, como si fuera recitando en voz baja una sucesi¨®n armoniosa de s¨ªlabas. Al poco se detuvo frente al escaparate de una tienda de bricolaje y permaneci¨® ensimismado en su contemplaci¨®n m¨¢s de 10 minutos. Tiritaba de gusto, como si estuviera dentro de la cabina de una sexs hop. Yo odio el bricolaje, de manera que me limitaba a tiritar de fr¨ªo, sin mezcla de gusto alguno. Por un momento pens¨¦ que se hab¨ªa dado cuenta de mi presencia y tem¨ª que se tratara, de otro degenerado de esos que encuentran placer en ser perseguidos.
En Manuel Becerra entr¨® en una farmacia y compr¨® algunas cosas que no vi, pues me pareci¨® m¨¢s prudente esperar fuera. Luego lo segu¨ª hasta un bar desde donde habl¨® por tel¨¦fono con su oficina excus¨¢ndose por no ir a trabajar, aunque no entend¨ª la causa.
Algo oscuro tramaba y yo estaba all¨ª para averiguarlo. Pidi¨® un caf¨¦ con una tostada y un vaso de agua. Luego abri¨® el paquete de la farmacia y sac¨® una caja de Frenadol y un jarabe. Se prepar¨® el Frenadol y se lo tom¨® antes del caf¨¦, como si fuera un zumo de naranja. Lo hac¨ªa todo muy como si en lugar de estar en Manuel Becerra nos encontr¨¢ramos en el interior de un templo tibetano. A m¨ª lo que m¨¢s me cargaba era eso: que no tuviera tensiones aparentes ni prisa ni necesidades.
De s¨²bito comprend¨ª lo que pasaba: aquel hombre ten¨ªa la gripe. Empec¨¦ a pensar en los primeros s¨ªntomas, cuando la fiebre es una promesa cuyos hilos de plata recorren las ingles y los codos provocando esos calambres tan dulces que encogen los tejidos. Record¨¦ tambi¨¦n el dolor estimulante de las articulaciones, que ronronean como una amante satisfecha, y despu¨¦s me vino a la memoria la calidad de esa especie de niebla que la gripe coloca entre la realidad y t¨². Sent¨ª una nostalgia terrible, porque la verdad es que desde que me ocupo de los seguimientos apenas cojo enfermedades.
De manera que abandon¨¦ la persecuci¨®n, me fui a casa y proclam¨¦ la llegada de la gripe como otros proclaman el advenimiento de la rep¨²blica. Mi madre acaba de pasarme una taza de caldo y soy muy feliz, aunque tengo la impresi¨®n de que alguien me ha seguido hasta el portal.
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