Elecciones francesas
los sucesores del general De Gaulle pusieron en pr¨¢ctica una 'grandeur' arquitect¨®nica
La arquitectura que viene es una inc¨®gnita, y no tanto porque los dos principales partidos conservadores no hayan expresado opiniones arquitect¨®nicas cuanto porque ¨¦stas han sido abiertamente contrapuestas. De hecho, tanto el l¨ªder de la centrista UDF, Valery Giscard d'Estaing, como el de la gaullista RPR, Jacques Chirac, han tenido ocasi¨®n de intervenir decisivamente -desde la presidencia de la Rep¨²blica o desde la alcald¨ªa de Par¨ªs- en el debate arquitect¨®nico, pero lo han hecho desde sensibilidades muy diversas.Parad¨®jicamente, el general De Gaulle no eligi¨® expresar la grandeur a trav¨¦s de la arquitectura; sus sucesores, en contraste, se han aplicado a ella con vehemente afici¨®n, y la capital de la naci¨®n ha sido el inevitable escenario de sus representaciones arquitect¨®nicas. Georges Pompidou fue el art¨ªfice de la autopista del Sena y algunos otros dislates modernos, pero permanecer¨¢ en la memoria asociado al edificio que lleva su nombre: un centro de arte tan original en sus objetivos culturales como en su aspecto industrial, y que se terminar¨ªa en 1977, tras la muerte de Pompidou, como un monumento tard¨ªo al optimismo tecnol¨®gico de los a?os sesenta.
Giscard lleg¨® al El¨ªseo en 1974 dispuesto a corregir los excesos modernos, pero no puede decirse que le acompa?ara la fortuna. Intent¨¦ -sin ¨¦xito- detener la construcci¨®n del Centro Pompidou, lo que fue interpretado por los gaullistas como un insulto, y se aplic¨® a proponer, Para el gran agujero excavado en el antiguo emplazamiento del mercado de Les Halles, diversas recetas historicistas elaboradas por su asesor Ricardo Bofill, que fueron sucesivamente naufragando en las frondas burocr¨¢ticas municipales.
Cuando Chirac alcanz¨® la alcald¨ªa de Par¨ªs en 1977, la pol¨ªtica urbana de la capital fue uno de los principales campos en los que marc¨® distancias con el presidente, del cual hab¨ªa sido primer ministro, pero que se convirti¨® desde entonces en su rival m¨¢s encarnizado. Tras su elecci¨®n, el nuevo alcalde anunci¨® su intenci¨®n de ser el arquitecto-jefe de la ciudad, y despu¨¦s de un a?o de forcejeos lo consigui¨®, tras el abandono, final de Les Halles por Giscard, rubricado simb¨®licamente por la demolici¨®n all¨ª de las construcciones de Bofill que Chirac hab¨ªa calificado como "greco-b¨²dicas".
De esta forma, el populismo moderno del gaullismo se impuso frente al tradicionalismo posmoderno del aristocratizante Giscard, cuyo campo de acci¨®n qued¨® limitado al museo del burgu¨¦s siglo XIX en la desocupada estaci¨®n de Orsay y a los terrenos del antiguo matadero de La Villette, donde propuso un gran parque acad¨¦mico a la francesa. Pero ni siquiera este ¨²ltimo objetivo lleg¨® a buen puerto, a que la elecci¨®n de Mitterrand en 1981 supuso la liquidaci¨®n sistem¨¢tica de las prioridades patricias de su antecesor y, si bien no se pudo alterar el proyecto de Orsay para hacerlo un museo de la cultura maquinista y revolucionarios desde 1848, s¨ª se alcanz¨® a sustituir el jard¨ªn franc¨¦s que so?¨® Giscard en La Villette por un parque moderno salpicado por folies neoconstructivistas de violento color rojo.
Los grandes proyectos de Mitterrand durante los ochenta est¨¢n demasiado pr¨®ximos como para necesitar ser recordados. Sus h¨¢biles pactos con el Chirac alcalde y su maquiav¨¦lica cohabitaci¨®n con el Chirac primer ministro desde 1986, unida a su reelecci¨®n en 1988 para otro septenato presidencial, le han permitido verlos casi todos realizados. ¨²nicamente la gran exposici¨®n conmemorativa del bicentenario de la Revoluci¨®n Francesa en 1989, propuesta inmediatamente despu¨¦s de ser elegido en 1981 y abandonada finalmente en 1983, debe anotarse entre los proyectos no realizados. Los dem¨¢s se han ido llevando escalonadamente a t¨¦rmino, nunca sin pol¨¦mica, pero siempre con aplomo.
La Pir¨¢mide y el Gran Louvre, el arco de La D¨¦fense, el Instituto del Mundo ?rabe, la Ciudad de las Ciencias, la ¨®pera de La Bastilla, el Ministerio de Finanzas y, en esta ¨²ltima fase, la Biblioteca de Francia y el Centro de Congresos dibujan un panorama de realizaciones verdaderamente formidable en las dimensiones y en la intenci¨®n monumental, que justifican de sobra el apodo de Mitterrams¨¦s que le gan¨® tan fara¨®nico programa.
En el umbral de la desbandada socialista que garantizan la derrota electoral, la dificil cohabitaci¨®n posterior de un Mitterrand erosionado por el ejercicio continuado del poder -ha estado en el El¨ªseo m¨¢s tiempo ya que el propio De Gaulle- y el big bang anunciado por la gran esperanza de la izquierda gala, Michel Rocard, y en el marco invevitablemente restrictivo de una crisis econ¨®mica, hay que considerar cerrado el ciclo arquitect¨®nico de los ochenta.
La arquitectura espectacular y medi¨¢tica que creci¨® en Par¨ªs al amparo de los grandes proyectos del presidente, y en provincias al calor de la creciente rivalidad entre las ciudades por atraer la atenci¨®n y las inversiones, ha llegado al final de una etapa en la que disfrut¨® de un monopolio indiscutido.
Durante la era Mitterrand, la arquitectura fue monumental y tecnol¨®gica, de forma grandilocuente y ret¨®rica al principio y m¨¢s pr¨®xima al minimalismo desmaterializado en las postrimer¨ªas de su reinado republicano. El abandono de la utop¨ªa social y la aceptaci¨®n un¨¢nime del mercado fue paralela a la adopci¨®n de la est¨¦tica comunicante y la transparencia inmaterial en edificios construidos con metal y vidrio, din¨¢micos y helados, tan secos en su geometr¨ªa y tan norteamericanos en su futurismo an¨®nimo que recibieron el nombre de hard french. La arquitectura conceptual, comercial y n¨®mada de Jean Nouvel ha sido el espejo en el que se han mirado muchos de los j¨®venes, de Dominique Perrault a Francis Soler, y el modelo m¨¢s admirado durante el periodo.
En los ¨²ltimos a?os, sin embargo, y coincidiendo con el declive del monetarismo y la desilusi¨®n con el socialismo mercantil y medi¨¢tico, en Francia ha resurgido, de la vieja cepa del purismo de Le Corbusier, un brote neomoderno que aspira a resucitar las formas heroicas y las certidumbres pl¨¢sticas de los a?os veinte. Aglutinado en tomo a un arquitecto y profesor de origen peruano, Henri Ciriani, que lleva en Francia algo m¨¢s de la mitad de sus 56 a?os y que ha tenido la fortuna de contar con disc¨ªpulos tan dotados como Michel Kagan, el movimiento neomodemo sustituye el vidrio por el hormig¨®n; la est¨¦tica cinematogr¨¢fica, por la pict¨®rica; la ligereza cambiante, por la sensualidad gr¨¢vida, y la noche americana, por el d¨ªa mediterr¨¢neo.
Las m¨¢s recientes realizaciones de Ciriani -el Museo de la Gran Guerra en el coraz¨®n de la regi¨®n que devast¨® la batalla del Somme y el todav¨ªa no finalizado Museo de Arqueolog¨ªa en Arles- son dos construcciones severas y solemnes, de una gravedad antigua y luminosa, que recupera los vol¨²menes escult¨®ricos de Le Corbusier. El gran maestro moderno es tambi¨¦n el inspirador de las obras m¨¢s importantes de Michel Kagan, la Ciudad T¨¦cnica y la Ciudad de los Artistas, dos grandes edificios en Par¨ªs que utilizan con soltura un lenguaje neopl¨¢stico para combinar geometr¨ªas elementales que se modelan por la luz.
Pero el edificio que de forma m¨¢s visible expresa en la capital francesa este retomo a las fuentes modernas es, curiosamente, obra de un norteamericano que admira a Le Corbusier por encima de todo: Richard Meier. Pr¨®xima al Sena, la sede de Canal + combina la elegancia blanca de su gram¨¢tica purista con cultas referencias abstractas a su entorno y se inscribe en el paisaje con deliberada intenci¨®n pl¨¢stica. Aunque la frialdad de la chapa esmaltada y la exhibici¨®n t¨¦cnica le atribuyen un envoltorio contempor¨¢neo, la sustancia del edificio es convencional, con su manipulaci¨®n escult¨®rica de los vol¨²menes y la composici¨®n previsible de las fachadas.
Este historicismo moderno puede, en un momento de tr¨¢nsito pol¨ªtico, tranquilizar muchas inquietudes, y es, por tanto, un firme candidato para sustituir a la arquitectura tecnol¨®gica, inmaterial y medi¨¢tica de la era Mitterrand.
El gusto conservador de Giscard, lejos en el tiempo los arca¨ªsmos estil¨ªsticos que le hicieron comportarse como un anticuario displicente, puede encontrar placer en el academicismo franc¨¦s del neomoderno; el populismo gaullista de Chirac, templado por el refinamiento de Balladour, hallar¨¢ en ¨¦l igualmente una adecuada combinaci¨®n de modernidad y tradici¨®n; los comunistas ver¨¢n en las formas heroicas de los veinte un homenaje y una nostalgia, y los ecologistas deben preferir la convenci¨®n constructiva a la utop¨ªa hipertecnol¨®gica, despilfarradora de energ¨ªa y recursos, de la arquitectura desmaterializada.
Todas las sensibilidades extra?as a la d¨¦cada socialista pueden conspirar con la crisis econ¨®mica para que, en los noventa, la arquitectura francesa regrese a la tradici¨®n moderna.
Babelia
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