Francia in¨¦dita
LOS RESULTADOS de la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas confirman lo que para algunos estaba claro, pero nadie se atrev¨ªa a proclamar con la ferocidad de lo que ahora es, evidente; no ya la estrepitosa ca¨ªda del socialismo franc¨¦s, que no ha hecho sino ahondarse sobre cualquier previsi¨®n, sino algo mucho m¨¢s b¨¢sico: la V Rep¨²blica fue fabricada por y para un personaje excepcional, el general De Gaulle. La historia ha venido a demostrar que: ese esquema constitucional tiene serias dificultades para garantizar la estabilidad de las instituciones en etapas de normalidad.La victoria abrumadora del centro-derecha, con m¨¢s del 80% de los esca?os, no da simplemente paso a la cohabitaci¨®n entre un presidente socialista y un primer ministro de esa franja pol¨ªtica, como ya ocurri¨® en 1986, cuando Mitterrand tuvo que convivir con el l¨ªder gaullista Jacques Chirac, sino a una hecatombe en la que un presidente sostenido s¨®lo por un pu?ado de diputados se convierte en prisionero de s¨ª mismo ante una opini¨®n que le ha vuelto la espalda.
?Con qu¨¦ convicci¨®n podr¨¢ Mitterrand, si ¨¦sa es su pretensi¨®n, dirigir la pol¨ªtica francesa? Cuando el inminente Gobierno de centro-derecha quiera desandar poco o mucho del socialismo de Estado que ha caracterizado los a?os mitterrandianos, ?qu¨¦ puede hacer sino callar? Es cierto que la pol¨ªtica exterior es un dominio reservado al presidente de la Rep¨²blica, pero, ?puede el inquilino del El¨ªseo encontrar alg¨²n espacio com¨²n con sus adversarios en cuestiones como la construcci¨®n europea, que tienen un alto contenido de pol¨ªtica interna? Un Gobierno en el que se haga notar la influencia gaullista tender¨¢ a subrayar las diferencias mucho m¨¢s que las coincidencias. Ni siquiera hace falta que los barones anti-Maastricht, como Charles Pasqua, tengan vara alta en el Ejecutivo, puesto que el propio Chirac es mucho menos europeo de lo que la presidencia considera conveniente.
Fran?ois Mitterrand ya ha dejado bien claro que no piensa anticipar el fin de su mandato, lo que es perfectamente legal, puesto que le ha elegido una mayor¨ªa del pueblo franc¨¦s para un periodo de siete a?os, que no se cumplir¨¢n hasta 1995. Pero con ello no hace sino poner de relieve las inconsecuencias de una Constituci¨®n que estableci¨® largu¨ªsimos mandatos de siete a?os, que daban estabilidad- al pa¨ªs, pero exig¨ªan a cambio magisterios casi sobrenaturales. Su propio fundador, el general De Gaulle, dimiti¨® en 1969, horrorizado ante la exigua ventaja que le hab¨ªan otorgado los franceses en un refer¨¦ndum de segunda sobre la regionalizaci¨®n de la Rep¨²blica.
?l brillante, culto e inteligente presidente Mitterrand es la v¨ªctima de una situaci¨®n que no ha creado y para la que no ha sido creado. Dimitir, en su caso, ser¨ªa retirarse con el rabo entre las piernas, mientras que De Gaulle pudo hacer el ol¨ªmpico mutis por el foro de quien recrimina el error de los que no supieron votar como deb¨ªan.
En ese impasse, malo para Francia, p¨¦simo para Europa, lejano apunte para la Espa?a que gobierna el PSOE, no hay soluci¨®n que no pase por la concertaci¨®n entre las partes. Presidente y centro-derecha tienen el deber, sin que el RPR (gaullista) y la UDF (giscardiana) deban renunciar a una gobernaci¨®n que el pueblo les ha otorgado, y sin que Mitterrand se vea abocado a la dimisi¨®n, de hacer todo lo posible por llegar a una soluci¨®n de gobernabilidad para el resto del mandato presidencial. Ello tiene que significar la aceptaci¨®n por parte del El¨ªseo de que su posici¨®n ya no es la que era cuando contaba con una fuerte formaci¨®n socialista en la Asamblea. O lo que es lo mismo, una versi¨®n in¨¦dita de la V Rep¨²blica.
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