Patrimonio sentimental
Sagunto, Santiago, Palacio Real y Museo del Prado: cuatro laberintos de pasiones urbanas
El patrimonio arquitect¨®nico pertenece al arte y a la historia; pero pertenece a¨²n m¨¢s al sentimiento. Cuatro conflictos recientes muestran la dimensi¨®n afectiva de la conservaci¨®n monumental: un teatro romano, una catedral rom¨¢nica, un palacio barroco y un museo neocl¨¢sico levantan pasiones testarudas y flam¨ªgeras. M¨¢s all¨¢ de los enfrentamientos pol¨ªticos o jur¨ªdicos, en los escenarios p¨¦treos del pasado se libran los combates de la memoria. Sus escaramuzas ¨¢speras e incruentas no se refieren al pret¨¦rito documental, sino a nuestras infancias reconstruidas y borrosas. El da?o al monumento es una herida al ni?o que fuimos.Los cuatros entremeses tienen protagonistas parejos y libretos distintos. Arquitectos, pol¨ªticos, historiadores y arque¨®logos, con la masa coral del pueblo llano interviniendo en la sordina de las encuestas y la algarab¨ªa de los plebiscitos, son los personajes de argumentos laber¨ªnticos que combinan vanidad, audacia e inconsciencia. Los actores reclaman del p¨²blico fe, esperanza y caridad teologal, y el p¨²blico echa de menos en el escenario la virtud cardinal de la prudencia, am¨¦n de la justicia, la fortaleza y la templanza, cualidades bien poco frecuentes en los desabridos debates de estos d¨ªas.
En Sagunto, el arquitecto italiano Glorgio Grassi y el levantino Manuel Portaceli han levantado un teatro romano neorrealista sobre los baqueteados restos del all¨ª existente. La intervenci¨®n es de una radicalidad extrema, puesto que la ruina desaparece bajo la nueva edificaci¨®n, se reconstruyen esquem¨¢ticamente partes desaparecidas hace siglos, como el fondo de la escena, y se emplean provocado ram ente materiales modernos y vulgares. Producto de la pasi¨®n te¨®rica tanto de Grassi como de Tom¨¢s Llorens -que encarg¨® el proyecto hace casi una d¨¦cada, cuando era director general de Patrimonio de la Generalitat valenciana- la construcci¨®n ha despertado indignaci¨®n popular y manifiestos defensivos de la intelligentsia, que ha cerrado filas en torno al italiano.
La voluntad pedag¨®gica de Grassi ha sustituido la emoci¨®n pintoresca de la ruina por la adusta lecci¨®n arqueol¨®gica, reemplazando el temblor por la geometr¨ªa. En su funcionalismo displicente de lo sagrado, recuerda a aquel personaje de la novela revolucionaria rusa que se engrasaba las botas con el aceite de las l¨¢mparas de los iconos; ese menosprecio vanguardista por la devoci¨®n tradicional y la determinaci¨®n en la violaci¨®n de las ruinas suscita fascinaci¨®n intelectual y rechazo ciudadano. Es desde luego sorprendente constatar la supervivencia intacta del didactismo moderno, que extrajo de la raz¨®n ilustrada su vocaci¨®n doctrinal; pero a nadie extrafiar¨¢ la sublevaci¨®n del sentimiento frente a la ¨¢rida disciplina escolar.
En Santiago de Compostela, la Comisi¨®n de Patrimonio de la Xunta de Galicia ha detenido la construcci¨®n de un polideportivo en el casco hist¨®rico que altera la visi¨®n tradicional de la ciudad desde la Herradura, un paisaje de tejados rematado por el formidable volumen de la catedral. La obra del alem¨¢n Josef Paul Kleihues violenta m¨¢s el entorno por sus materiales -la gran cubierta de cobre y las superficies acristaladas- que por su altura, un par de metros superior a la autorizada, y se inserta en el ambicioso proyecto del alcalde, el arquitecto Xerardo Est¨¦vez, que se propone dotar a Santiago de un rostro moderno. La ciudad, que transform¨® su perfil rom¨¢nico en barroco durante el siglo XVIII, utilizar¨ªa su condici¨®n de capital gallega y losrecursos del a?o jacobeo para completar durante los noventa otro gran ciclo hist¨®rico de mutaci¨®n urbana.
El proyecto de Klelhues es correcto y seco, r¨ªgidamente modulado, y m¨¢s atento a las leyes de su geometr¨ªa interior que a las proporciones m¨¢gicas del entorno. No se entiende bien la obstinaci¨®n del alcalde en sustraer el debate al ¨¢mbito pol¨ªtico y ciudadano, constri?¨¦ndolo a los foros acad¨¦micos y profesionales; puede obtener f¨¢cilmente el apoyo, gremial de los arquitectos para una obra moderna entorpecida por los reflejos historicistas de la burocracia patrimonial, pero la audacia visionaria de suplan para Santiago requiere un consenso social de gran envergadura. El sentimiento gallego, herido ya por la urbanizaci¨®n del Camino de Santiago y del Monte del Gozo, no escuchar¨¢ razones arquitect¨®nicas: s¨®lo oir¨¢ lo que se diga desde la humildad y el afecto por los lugares de la infancia.
Visitas
En Madrid, el Ayuntamiento y el Ministerio de Cultura han propuesto ap¨¦ndices subterr¨¢neos a los dos edificios m¨¢s visitados de la ciudad, el Palacio Real y el Museo del Prado, de tan discutible naturaleza en ambos casos que, de llevarse a cabo, confirmar¨ªan el viejo axioma de que el turismo destruye el lugar tur¨ªstico. Un aparcamiento de autocares para el palacio y un vest¨ªbulo de acogida para el museo constituyen los motivos aparentes de dos grandes operaciones de transformaci¨®n urbana que desfiguran entornos de extraordinario valor hist¨®rico, art¨ªstico y emocional. En la fachada levante del Palacio Real, el proyecto de Miguel Oriol hunde la calle de Bail¨¦n y vac¨ªa la plaza de Oriente, bajo la estatua de Felipe IV, para excavar varias plantas de aparcamiento para autocares y residentes, as¨ª como un centro comercial; en la fachada norte del Museo del Prado, el proyecto de Francisco Partearroyo construye, en el aparcamiento presidido por la estatua de Goya, tres plantas subterr¨¢neas para atenci¨®n a visitantes bajo el plano inclinado que define la calle de Felipe IV, y centraliza los accesos a trav¨¦s de una hendidura en la rampa que reproduce la topograf¨ªa original.
Los dos proyectos madrile?os ocultan la radicalidad de los cambios que proponen bajo un tranquilizador ropaje acad¨¦mico, pero esos ternos convencionales y anticuados cubren cuerpos deformados con pr¨®tesis modernas. La propuesta para el Palacio Real ofrece una plaza ceremonial, pero esa plaza se abre sobre la entrada lateral, y el acceso principal al palacio y a la catedral de la Almudena resulta interrumpida por la salida de un t¨²nel de tr¨¢fico que salva una cursi pasarela peatonal; la propuesta para el Museo del Prado asegura reconstruir la antigua topograf¨ªa, pero la rampa que se fabrica conduce ahora a una fachada clausurada, y la entrada se produce realmente por una sombr¨ªa ranura entre el nuevo edificio enterrado y la cuesta de Felipe IV. Bajo el aspecto historicista hay en ambos casos decisiones estructurales que tratan la historia sin respeto.
Probablemente, lo que resulta m¨¢s parad¨®jico de la s¨²bita pasi¨®n subterr¨¢nea de los gobernantes madrile?os es que sea el propio Ayuntamiento de la capital el que proponga desventrar el n¨²cleo de su memoria arqueol¨®gica y el Ministerio de Cultura el que anime a intervenir tan imprudentemente en su principal activo cultural; aunque, pens¨¢ndolo bien, resulta consistente con que sea un arquitecto mon¨¢rquico el que desfigure el Palacio Real y un arquitecto del ¨¢mbito de la cultura el que d¨¦ tan dudosas lecciones en el Prado. La crisis financiera del municipio y la proximidad de las elecciones legislativas puede hacer concebir esperanzas a aquellos cuya biografia sentimental concede alg¨²n valor a estos enclaves de la capital de Espa?a; pero la desdichada historia de su arquitectura reciente ahmenta m¨¢s bien el escepticismo.
Todo lo anterior no significa que la arquitectura contempor¨¢nea no sea compatible con los entornos monumentales. Antes bien, la experiencia de los ¨²ltimos a?os ofrece ejemplos abundantes de la feliz combinaci¨®n de lo nuevo con lo existente. En Sevilla, y frente a la Torre del Oro, Rafael Moneo construy¨® para la Previsi¨®n Espa?ola un exquisito edificio de, oficinas; en la Salamanca dorada, Juan Navarro Baldeweg insert¨® sin violencia el formidable volumen de un Palacio de Congresos; en el centro hist¨®rico de Toledo, Manuel de las Casas situ¨® con elegancia el gran edificio administrativo de la Consejer¨ªa de Agricultura; y en el n¨²cleo monumental de Gerona, Esteve Bonell y Josep Mar¨ªa Gil han terminado un Palacio de Justicia refinado.
Construir en los centros hist¨®ricos es hacerlo en los centros sentimentales. Requiere algo m¨¢s que ideas y energ¨ªa; requiere sensibilidad, talento y paciencia; requiere, sobre todo, una mano prudente y un o¨ªdo escrupulosamente atento al rumor de las emociones ciudadanas: las obras en los centros monumentales son siempre intervenciones a coraz¨®n abierto.
Babelia
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