Radio 2: no funciona mal
Cada uno opina de Radio 2 seg¨²n le va en ella. Algunos est¨¢n seguros de que ha mejorado: escuchan una m¨²sica casi continua, sin voz: sin programas, sin selecciones personales y comentarios. En general, no ha descendido de calidad. Otros piensan que para eso se pueden abonar al hilo musical, que tiene un buen canal cl¨¢sico (eso s¨ª, repetitivo) y sin palabras: la verdad es que no son incompatibles.A otros se les ha perdido en el cambio su programa favorito, aunque se mantenga en la rejilla (Ana Vega Toscano), pero con otro horario que no alcanzan: como el cambio en el Buz¨®n del oyente. Pero eso ha pasado siempre y es un vicio propio de RTVE: cambiar la programaci¨®n cada tres meses y desplazar las cosas de su sitio, por angustia de caer en el inmovilismo (una superstici¨®n de ejecutivo), o por fingir novedad. He pasado a?os tratando cazar el programa de Paco Montes (excelente jazz) como quien persigue una mariposa, cambiando cada d¨ªa: ahora parece fijo, aunque tard¨ªo. Es un t¨®pico pensar que el jazz tiene que ser nocturno. Cuando he vivido en otros pa¨ªses he seguido durante a?os los mismos programas a las mismas horas hechos por los mismos presentadores o colaboradores. Son programas de ¨¦xito a veces diario, asegurado y firme.
Otros se quejan de la rigidez de horario: al que no tiene m¨¢s que un tiempo fijo al d¨ªa para o¨ªr su m¨²sica puede ocurrirle que le toque siempre el gregoriano que detesta, o los trovadores que le fastidian, y no tenga acceso a nada m¨¢s. Poco remedio tiene esa situaci¨®n: sobre todo porque no se puede hacer como con la televisi¨®n, que es grabar; los magnet¨®fonos no suelen estar provistos de reloj, hay que acudir a temporizadores externos (los que vienen preparados para ¨¦l), que son de dos clases: electr¨®nicos, a precios inasequibles, o mec¨¢nicos, con cuerda de relojer¨ªa, de una imprecisi¨®n absoluta. Ni los modernos DCC (grabadores de casetes digitales) incorporan temporizador. Tienen posibilidad como extra.
Horas ins¨®litas
La divisi¨®n de horarios seg¨²n mayor¨ªas o minor¨ªas parece injusta. No hay mayores pruebas de que los aficionados minoritarios est¨¦n a la escucha de madrugada m¨¢s que por la ma?ana o a la hora en que otros duermen la siesta. Parece que la idea es la de que ciertas m¨²sicas -la electr¨®nica, piensan ellos- molesta a un menor n¨²mero de oyentes a horas ins¨®litas.
En el cambio hemos perdido buenos programas (Cristina Argenta), buenas selecciones de m¨²sica (muchas veces los colaboradores llevan sus discos: que compran, buscan, investigan, piden), que no suelen estar en los archivos. Hemos perdido, hasta ahora, por razones de pobreza, retransmisiones en directo: ¨®peras, festivales, conciertos especiales. Muchos se dan en diferido, adquiridos -o intercambiados- a otras emisoras: parece que es lo mismo, pero no lo es. Cualquier aficionado al f¨²tbol sabe que no es lo mismo, y no hay raz¨®n para que con la m¨²sica sea algo distinto: en la emoci¨®n de un concierto retransmitido se busca una inmediatez, una sorpresa, un sonido inesperado o, al contrario, la seguridad de que est¨¢ all¨ª, como siempre. Yo no soy un fan¨¢tico de la retransmisi¨®n directa, como no lo soy del concierto en los auditorios, excepto en las ¨®peras: por la ¨²nica raz¨®n que hace permanecer al teatro -y la ¨®pera es teatro, pese a quien pese-, que es la de Z, una simultaneidad de la producci¨®n con la escucha (y, si puede ser, con la contemplaci¨®n). Tambi¨¦n comprendo que para los que no se afilian a la ¨®pera (tampoco soy fan¨¢tico: de eso, ni de nada) la ocupaci¨®n de su Radio 2 por tres horas de retransmisi¨®n puede ser fat¨ªdico. Eso se arreglar¨ªa con dos emisoras culturales, como pasa en otros pa¨ªses; o con un concurso de las privadas, que no est¨¢n por la labor, y como sucede a veces en la televisi¨®n (hablo especialmente de C+; en las retransmisiones de Vela del Campo y sus interlocutores). Pero ?qui¨¦n propone dos emisoras culturales en un estado de mezquindad y de demagogia, m¨¢s que de ahorro?
El temor del descenso de calidad en la m¨²sica programada no lo percibo: puede que yo sea poco exigente. Lo peor ser¨ªa que se se fuese deslizando cada vez m¨¢s hacia abajo. Siempre pens¨¦ que esa soluci¨®n imaginaria para el escaso n¨²mero de oyentes (no tan escaso, y nunca despreciables) era una locura: con una m¨²sica cl¨¢sica m¨¢s popular, como la de las series baratas de los compactos, puede encontrarse con que los oyentes cl¨¢sicos la abandonen con indignaci¨®n y que los supuestamente nuevos, los que se creen sabios y modernos porque oyen Los planetas, de Holstein, ni acudan (sin faltar a nadie). Es comprensible que haya una fascinaci¨®n por los Cl¨¢sicos populares de Fernando Argenta: pero es otro medio, una persona singular, y tiene unos minutos al d¨ªa (acabo de verle en la versi¨®n infantil de Basti¨¢n y Bastiana, de Mozart, en el teatro de La Vaguada, y consigue sostener a los ni?os y hacerles o¨ªr a gusto la m¨²sica. Se ha quedado mucha gente sin localidades, y los ni?os y sus padres lloraban ante la taquilla vac¨ªa).
Tampoco estoy seguro de que esta relativa pero considerable salida a flote de Radio 2 haya sido espont¨¢nea y no haya tenido que ver la gran campa?a desatada por los mel¨®manos indignados y por los peri¨®dicos con preocupaciones culturales. Para algo servimos.
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