Ep¨ªgonos de recambio
Los partidos socialistas comienzan a hundirse por doquier. En Italia lo explica la corrupci¨®n, y en Alemania, su dificil proceso de unificaci¨®n; pero ?y en el caso de Francia o Espa?a? ?Cu¨¢l es aqu¨ª la causa de la ca¨ªda, cuya magnitud no parece justificable por el empeoramiento de la coyuntura? Nuestros vecinos pueden buscar consuelo en el descr¨¦dito de Mitterrand, capaz de asumir en exclusiva el papel de chivo expiatorio. Pero no es ¨¦ste el caso espa?ol, donde Gonz¨¢lez mantiene inc¨®lume el liderazgo del prestigio pol¨ªtico. Sin embargo, pese a ello, y sin que la oposici¨®n conservadora tenga m¨¦ritos suficientes, el socialismo espa?ol parece haber iniciado tambi¨¦n su ca¨ªda quiz¨¢ irreversible. ?Qu¨¦ est¨¢ pasando? ?Asistimos a un turning point: una mutaci¨®n hist¨®rica derivada quiz¨¢ del fin de la guerra fr¨ªa? Es posible que sea as¨ª pero, como el futuro es imprevisible, mal puede utilizarse para excusar o justificar la evidencia: el socialismo se hunde ante nuestros ojos por m¨¦ritos propios. Creo por ello que deben buscarse causas pol¨ªticas que lo expliquen (aunque s¨®lo fuera la incapacidad de los socialistas para prevenir los acontecimientos), sin recurrir a la necesidad hist¨®rica.Tenemos, ante todo, el evidente deterioro del clima pol¨ªtico, con la creciente sospecha de que la corrupci¨®n se generaliza, afectando tanto al poder (casos Guerra, Ollero y Filesa) como a la oposici¨®n (casos Naseiro, Burgos, Hormaechea y Calvi¨¢): pero la responsabilidad p¨²blica es privativa del partido gobernante, al que cabe exigir que la asuma y pague por ello. Asimismo, existe la percepci¨®n de que la pr¨¢ctica gubernamental ha venido cayendo en un economicismo cada vez m¨¢s estrecho y est¨¦ril, renunciando a obtener m¨¢s resultados que los surgidos como subproducto de las pol¨ªticas monetaristas de ajuste. Lo cual obliga a depender por completo de las condiciones de intercambio exterior: tanto para lo bueno (la coyuntura alcista de 1985 a 1989) como para lo malo (la actual depresi¨®n con destrucci¨®n neta de empleo), con cuya responsabilidad debe cargar el Gobierno. Y por lo que hace a los objetivos pol¨ªticos propiamente dichos parecen haberse reducido a la mera conservaci¨®n del poder por parte del aparato del partido, limit¨¢ndose a recaudar votos con sectario clientelismo a fin de mantener cautiva la cuota ostentada de mercado pol¨ªtico. Todo lo cual se a?ade a la resaca de la transici¨®n (una vez consolidada la democracia) que, al reforzar el actual retroceso de las ideolog¨ªas progresistas (refutadas por el fin de la guerra fr¨ªa), ha generado una frustrante sensaci¨®n de derrota y vac¨ªo pol¨ªtico.
Pero lo anterior, con ser evidente por s¨ª mismo, no parece suficiente explicaci¨®n de la ca¨ªda socialista, dada su desproporcionada magnitud. Debe haber algo m¨¢s. Y este plus de fracaso pol¨ªtico bien puede atribuirse al desastre de la pol¨ªtica sindical (ejercida por omisi¨®n pasiva m¨¢s que por acci¨®n positiva). A partir de mediados de los ochenta, el Gobierno ha sido incapaz de vencer la resistencia insolidaria y corporativista de los sindicatos: no ha sabido desmentir su demag¨®gica propaganda ni ha podido evitar que los salarios y el consumo crezcan muy por encima de la inversi¨®n y la productividad. El resultado es que el empleo, que ya era el bien m¨¢s escaso antes de la llegada de los 'socialistas al poder, se ha, convertido en un lujo tan s¨®lo al alcance de unos pocos privilegiados (cuatro espa?oles de cada 10 en edad de trabajar, tasa ¨¦sta de desocupaci¨®n que triplica el promedio europeo). Es cierto que parte de la responsabilidad hay que atribu¨ªrsela a los sindicatos (los de m¨¢s baja filiaci¨®n de Europa, junto con los franceses, y no hay casualidad alguna en esta coincidencia de fracaso socialista y fracaso sindical), ya que han actuado anteponiendo el oportunismo de sus reivindicaciones salariales m¨¢s inmediatas a la creaci¨®n compartida de empleo a largo plazo. Pero la responsabilidad ¨²ltima es, en definitiva, del Gobierno, que no ha sabido estimular la concertaci¨®n social, creando los incentivos necesarios para reconvertir esta destructiva estrategia sindical.
Al no saber lidiar la resistencia sindical, el Gobierno permiti¨® que se abriese un conflicto irresoluble entre el socialismo y los sindicatos (conflicto puntuado por dos huelgas generales y muchos otros episodios menores). Y de ese conflicto ha salido el Gobierno doblemente derrotado. Por una parte, le ha supuesto una derrota econ¨®mica, pues se ha per mitido que los sindicatos se salgan coactivamente con la suya (como acaba de verse de nuevo con el proyecto de ley de huelga, pero ya se vio antes en muchas otras ocasiones), dictando sus condiciones al resto de la poblaci¨®n con muy graves consecuencias, tanto sobre el nivel de precios como, especialmente, sobre el nivel de empleo. Pero, por otra parte, le ha supuesto tambi¨¦n una derrota pol¨ªtica, pues todas estas vergonzosas cesiones ante los sindicatos no han servido tampoco para reconquistar la legitimidad pol¨ªtica que otorgaba el sindicalismo a las opciones socialistas; antes al contrario, pese a ganar todas las batallas (o quiz¨¢ por ello mismo), las c¨²pulas sindicales han contribuido des prestigiando con rencoroso re sentimiento la pol¨ªtica gubernamental, contribuyendo irreversiblemente a deslegitimarla. Estos dos fracasos de la pol¨ªtica sindical del Gobierno (el econ¨®mico, causante de la p¨¦rdida de empleo, y el pol¨ªtico, causante de la p¨¦rdida de legitimidad) son el plus antedicho que mejor explica la magnitud de la ca¨ªda del socialismo. Pues los fracasos se pagan.
?Qui¨¦nes han sido los beneficiarios pol¨ªticos de este doble fracaso del poder socialista?: tanto la oposici¨®n conservadora como la oposici¨®n comunista, seg¨²n reflej¨® la macroencuesta de Demoscopia publicada recientemente por EL PA?S. De la derrota pol¨ªtica sufrida por los socialistas a manos de los sindicatos se beneficia claramente Izquierda Unida, cuyo crecimiento en las expectativas de voto no puede ser atribuido a sus propios m¨¦ritos (dado su anacronismo pol¨ªtico, pues es la ¨²nica opci¨®n comunista que crece en Europa tras la ca¨ªda del tel¨®n de acero), sino tan s¨®lo a la deslegitimaci¨®n del socialismo pacientemente lograda por los sindicatos. En cambio, quien se beneficia claramente de la derrota econ¨®mica sufrida por el Gobierno es el Partido Popular, cuyo crecimiento en las expectativas de voto tampoco puede ser atribuido a sus propios m¨¦ritos (si es que existen ¨¦stos, lo que se ignora hasta el momento, pues s¨®lo se conocen dem¨¦ritos): son las clases medias urbanas, sobreexplotadas por causa de la insolidaria estrategia sindical y sin visible futuro para sus hijos, quienes se han hartado de sostener con su voto una opci¨®n pol¨ªtica est¨¦ticamente m¨¢s atractiva que la conservadora, pero crecientemente perjudicial para los intereses econ¨®micos de sus familias.
?Se producir¨¢ en Espa?a un corrimiento electoral de tierras an¨¢logo al franc¨¦s? Cabe dudarlo. El voto de IU, hoy coyunturalmente reforzado por la demagogia antisocialista de los sindicatos, es claramente residual y reactivo (como portavoz integrista de los damnificados por el ingreso en los mercados externos). El voto del Partido Popular, en cambio, debiera poseer mayor futuro, como revela el ejemplo franc¨¦s (por m¨¢s que la pol¨ªtica gubernamental que habr¨¢ de ejercer la derecha ser¨¢ sustancialmente af¨ªn a la socialdem¨®crata, corregida quiz¨¢ por el efecto Clinton, si es que resulta viable su modelo poskeynesiano). Sin embargo, las t¨¢cticas pol¨ªticas esgrimidas hasta ahora por el Partido Popular hacen temer lo peor. Con su decidida vocaci¨®n de ser los ep¨ªgonos del cambio, se empe?an en imitar los peores vicios que supuestamente auparon a los socialistas al poder: electoralismo, sectarismo, clientelismo, oligarquizaci¨®n y cinismo pol¨ªtico (es decir, la definici¨®n misma del ¨¦xito pol¨ªtico que atribuyen al guerrismo sus peores cr¨ªticos) parecen ser sus ¨²nicos objetivos estrat¨¦gicos. Y con tales ep¨ªgonos de recambio, que ser¨¢n quienes deban negociar con los conservadores regionalistas, catalanes o vascos, mal podr¨¢ consolidarse mayor¨ªa alguna capaz de gobernar. Que el electorado soberano nos coja confesados.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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