Predicar contra la tele
No se debe molestar Rafael Si¨¢nchez Ferlosio porque le haya incluido eventualmente, a cuenta de su admonici¨®n contra la bicha omnipotente, en la nutirida orden de los predicadores. Se trata de categorizar el tono de aquel art¨ªculo, no de clasificarle a ¨¦l mismo corno escritor ni mucho menos de desautorizarle, seg¨²n teme dolorido. Al contrario: lo ¨²nico desautorizado, frente a los predicadores, es la respuesta argumentada. O te lo crees o no te lo crees. Las pegas de sentido com¨²n, las cautelas restrictivas contra la enormidad, las protestas sonrientes del "no ser¨¢ para tanto", se desautorizan solas corno filiste¨ªsmo aburguesado ante la magnificencia tonante del Gran Repudio. Es como intentar tirarle pellizcos de monja al fulminante Mois¨¦s reci¨¦n bajado del Sina¨ª. Tal es precisamente mi queja fundamental contra los predicadores, algunos de los cuales destacan por su elocuencia y me son irremediablemente queridos.Como soy algo spinozista, empezar¨¦ por definir el sentido en que empleo los dos t¨¦rminos que en mi respuesta anterior (La bicha como fetiche, EL PA?S, 9 de marzo) se le atragantan m¨¢s a Ferlosio: "predicadores" y "libertad". Llamo predicador a quien nos entristece o averg¨¹enza por formar parte, convictos y confesos, del reino de este mundo. Conozco predicadores de tres modelos diferentes (aunque sospecho que los dos ¨²ltimos son variantes modernizadoras del primero, el tradicional). Primero, los predicadores eclesi¨¢sticos, que nos exhortan a renunciar a los fastos, pompas y concupiscencias de este mundo para disfrutar de la gloria en otro, transmundano y eterno. Segundo, los predicadores metaf¨ªsicos (Schopenhauer, Leopardi, Cioran), que proclaman la intr¨ªnseca maldad de la trama necesaria que nos constituye, sin prometer salvaci¨®n alguna fuera de la aniquilaci¨®n renunciativa o del sarcasmo. Tercero, los predicadores sociopol¨ªticos, que condenan el sistema global del mundo en que vivimos como obst¨¢culo para la verdadera vida tal como podr¨ªa ser, que a¨²n no es de este mundo o ya no es de este mundo pero deber¨ªa darse en ¨¦l. Los primeros conocen algo mejor que este mundo; los, segundos no conocen nada peor que este mundo; los terceros saben que s¨®lo lo peor del mundo nos separa de un mundo sin reproche. La novedad que creo detectar es que los terceros se van contagiando del fatalismo de los segundos y se deleitan tanto describiendo lo invulnerable de nuestra perdici¨®n que apenas les queda resuello o convicci¨®n para aludir al mejor de los mundos, del que la conspiraci¨®n del sistema nos mantiene separados. Quiz¨¢ Adorno y dem¨¢s colegas de la escuela de Francfort sean los m¨¢s excelsos paradigmas de este g¨¦nero, a veces penoso por lo socorrido y populachero.
Otras dos figuras del discurso p¨²blico se oponen a la actitud predicadora. La primera es el conformista, que lanza una mirada de entusiasmo o resignaci¨®n sobre cuanto le rodea y lo encuentra todo divinamente (por eso el caso m¨¢s c¨¦lebre de conformista es el de Jehov¨¢, que tras haber creado cielos y tierra- serpiente incluida- suspir¨® satisfecho: valde bonum). La segunda es el esp¨ªritu cr¨ªtico, para quien el mundo siempre ha de ser una mezcla de males y bienes pero se dedica a discernir entre ellos, potenciando los bienes y aceptando pagar los males que le sirven de contrapeso o de rescate. Reconozco mi abierta simpat¨ªa por este ¨²ltimo, sobre todo a la hora de leer el peri¨®dico, aunque haya frecuentado mucho tambi¨¦n a los predicadores del segundos y del tercer modelo en su d¨ªa. por lo dem¨¢s, no hay casos puros, sino s¨®lo c¨®cteles m¨¢s o menos afortunados de las diversas opciones. Confieso mi f¨®rmula, sobre diez: cinco partes de predicador de la segunda categor¨ªa, tres de esp¨ªritu cr¨ªtico y dos de conformista. La combinaci¨®n de Ferlosio entre predicador del tercer g¨¦nero y esp¨ªritu cr¨ªtico es de las que siempre he tenido por magistralmente lograda: de ah¨ª mi respingo cuando, en sus art¨ªculos contra la gran bicha, encontr¨¦ m¨¢s predicaci¨®n de la debida en el sabroso brebaje.
Y ahora, lo de la libertad. Una cosa es aceptar como dato la capacidad de elegir entre circunstancias no elegidas, que es en lo que consiste la libertad, y otra convertir en algo dado las opciones bienaventuradas que nos hurtan de la inercia culpable y nos aseguran los mejores frutos de la inocencia: pues esto es la liberaci¨®n, no la libertad: Temo que cuando afirmo mi creencia en la libertad, Ferlosio me considera un beato o profanador creyente en la liberaci¨®n, dada por hecha como algo obvio. Nada m¨¢s lejano a mi criterio (?debo recordarle ahora mis cinco partes de predicador de segunda?): pienso que por medio de la libertad podemos intentar liberarnos, pero creo que podemos esclavizarnos tambi¨¦n, y en parte veo este resultado como ligado intr¨ªnsecamente al primero. Ahora bien, descarto que pueda alcanzarse ninguna liberaci¨®n sin pasar por la libertad o que puedan darse liberaciones autom¨¢ticas, ni aun menos desp¨®ticas. No admito que podamos liberarnos de la libertad ni a su costa. Un ejemplo: Ferlosio asegura que la prohibici¨®n de ca¨ªdas o accidentes f¨ªsicos en el por m¨ª poco frecuentado programa Ol¨¦ tus videos comportar¨ªa el saludable efecto de "elevar el sentido de la dignidad humana" en tal espacio televisivo. Pues bien, mi idea de la dignidad humana se basa en nuestra capacidad de rechazar o preferir im¨¢genes detestables, pero no en ser liberados de ellas por decreto. En que existan y algunos las sientan como incompatibles con su gusto, por lo que cambian de canal, se basa la inatacable dignidad de todos, tratados con buen o mal gusto como seres capaces de raz¨®n y volici¨®n.
Y as¨ª volvemos a la famosa bicha, es decir, a la televisi¨®n. Sin duda me resulta en gran medida est¨²pida y abyecta: como creo que la educaci¨®n es la base de cualquier democracia, tengo por cierto que al menos los canales estatales deben intentar fomentar la reflexi¨®n, la imaginaci¨®n, el sentido art¨ªstico, y brindar productos en principio minoritarios, pero que puedan servir de alternativa a la mucha basura imperante. Si no ocurre as¨ª, los ciudadanos debemos demandarlo a las autoridades y apoyar con nuestro elogio lo que, en televisiones p¨²blicas o privadas, apunte en tal sentido. Tal es mi criterio, que aventuro a sabiendas de que incluso ponerse de acuerdo respecto a los elevados valores antes dichos no es cosa f¨¢cil: ?c¨®mo esperar nada del despotismo ilustrado tras saber que Ferlosio tiene a Botticelli por el ancestro del m¨¢s puro kitsch? Pudiera darse que aun la televisi¨®n para m¨ª m¨¢s aceptable le pareciera a ¨¦l culpablemente degradante...
Afirmaba el otro d¨ªa Pedro Altares en estas mismas p¨¢ginas que en su diatriba Ferlosio ha dicho en voz alta lo que muchos piensan pero callan. Yo, en cambio, no oigo m¨¢s que repetir mil veces modulada la misma y obsesiva queja. La cosa viene de anta?o. ?Cu¨¢ndo la televisi¨®n, siempre tan vista, no ha sido mal vista? A trav¨¦s de la indignaci¨®n que no quiere saber nada de la estad¨ªstica degradante, ?cu¨¢ntos an¨¢lisis certeros se nos brindan del tipo de espacio p¨²blico que la pantalla abre y de las demandas que as¨ª se revelan? El determinismo econ¨®mico sigue sin resolverlo todo, precisamente porque lo resuelve todo del mismo modo. Hace 28 a?os, nada menos, Umberto Eco hac¨ªa este retrato, a¨²n vigente, del apocal¨ªptico antitelevisivo: "El apocal¨ªptico no s¨®lo reduce los consumidores a aquel fetiche indiferenciado que es el hombre masa, sino que -mientras lo acusa de reducir todo producto art¨ªstico, aun el m¨¢s v¨¢lido, a puro fetiche- ¨¦l mismo reduce a fetiche el producto de masa. Y en lugar de analizarlo caso por caso para hacer que emerjan sus caracter¨ªsticas estructurales, lo niega en bloque. Cuando lo analiza, traiciona una extra?a propensi¨®n emotiva y maniriesta un complejo no resuelto de amor / odio; hasta tal punto que surge la sospecha de que la primera y m¨¢s ilustre v¨ªctima del producto de masas sea el propio cr¨ªtico" (Apocal¨ªpticos e integrados).
es catedr¨¢tico de ?tica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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