Elocuencia y ret¨®rica
Hace dos a?os, Julio Medem present¨® en el Festival de Berl¨ªn su primer largometraje, una pel¨ªcula de caracter¨ªsticas ins¨®litas titulada Vacas, que ha recorrido medio mundo cosechando preguntas y admiraciones. La pel¨ªcula convence a causa de la singularidad de su estilo y por el exquisito acoplamiento de este estilo con la propia singularidad del relato: ni m¨¢s ni menos que la representaci¨®n metaf¨®rica de un siglo de vida y de muerte, de amor y de rencor entre dos familias campesinas vascas.Tan rica y abundante es la materia po¨¦tica, mitol¨®gica, dram¨¢tica, narrativa, hist¨®rica y documental que se aprieta dentro del relato de Vacas, que ¨¦ste se les va de las manos al final a sus relatores: el exceso de contenido les impide sintetizarlo bien en la zona de desenlace y la pel¨ªcula se hace imprecisa por sobreabundancia de materia. Pues bien, en su segundo largometraje, La ardilla roja, a Julio Medem le ocurre lo contrario: la imprecisi¨®n formal procede de la pobreza y escasez de materia formalizada. Sigue demostrando este cineasta que es un inventor de im¨¢genes extraordinariamente dotado, pero lo que en su primer trabajo daba lugar a una desarrollo rectil¨ªneo de elocuencia visual, en este segundo se convierte en un c¨ªrculo cerrado y vicioso, en una pescadilla que se muerde la cola.
La ardilla roja
Direcci¨®n y gui¨®n: Julio Medern.Fotograf¨ªa: Gonzalo Fern¨¢ndez Berridi. M¨²sica: Alberto Iglesias. Espa?a, 1993. Int¨¦rpretes: Emma Su¨¢rez, Nancho Nuovo, Mar¨ªa Barranco, Karra Elejalde, Carmelo G¨®mez. Estreno en Madrid: cines Alphaville, Roxy e Ideal.
La ardilla roja es parad¨®jicamente una criatura que se resiente de la mejor virtud de su creador, pues la probada elocuencia visual de ¨¦ste se convierte en ella en simple verborrea visual. En cine, los alardes de inventiva de im¨¢genes -meritorios por s¨ª mismos, ya que son siempre indicio de un cineasta potencialmente preparado para afrontar trabajos dif¨ªciles necesitan, para no caer en la ret¨®rica visual, un s¨®lido soporte y una concienzuda armaz¨®n dram¨¢tica, narrativa o po¨¦tica que los vertebre, grad¨²e y ordene. Sin firmeza en la composici¨®n de ese soporte y exactitud en la elaboraci¨®n de esa armaz¨®n, la elocuencia visual se vuelve contra s¨ª misma y se queda en simple gimnasia visual: un ejercicio de la mirada por la mirada, del ver por ver, que no se trasciende a s¨ª mismo y no conduce a un conocimiento o, mejor a¨²n, a una ausencia significativa de conocimiento, lo que llamamos un enigma o un misterio.
Por un lado, La ardilla roja lleva dentro un peque?o relato que pretende contar y no llega a representar un enigma o un misterio: se queda en la antesala de ese alto cometido po¨¦tico y no sobrepasa la zona inferior de ese misterio mec¨¢nico que llamamos un secreto: un simple y trucado giro de tuerca argumental que aplaza para el final del relato algo que se nos ha escamoteado al principio de ¨¦ste y que luego reaparece visto del rev¨¦s, en forma de sorpresa, de ?ah aclaratorium! Hay, por tanto, un vicio de ra¨ªz en la concepci¨®n de esta pel¨ªcula: el frondoso dispositivo visual es a todas luces excesivo para una intriga tan peque?a, esquem¨¢tica y mec¨¢nica.
Por otra parte, y m¨¢s o menos consciente de que el desarrollo de esa intriga es insuficiente para llenar dos horas, Julio Medem lo entrelaza con una zona de antiintriga -pura prosa cinematogr¨¢fica, casi un sainete- cuya funci¨®n es meramente dilatoria respecto de la parte anterior y primordial. Y de esta manera alarga la mec¨¢nica del peque?o artificio argumental con un candoroso contrapunto de acciones colaterales de signo contrario, es decir: contrapone al juego on¨ªrico un naturalismo de primera evidencia, casi costumbrista. El truco es muy elemental e indica que tras el Medem magn¨ªfico inventor de im¨¢genes hay un Medem escritor de pel¨ªculas todav¨ªa en pa?ales.
Hay en La ardilla roja desproporci¨®n entre el estruendo del aparato iconogr¨¢fico y la armaz¨®n narrativa. De ah¨ª proviene el desajuste de su acoplamiento rec¨ªproco: Medem. mata moscas a ca?onazos. El filme se sostiene, e incluso se ve bien por la magia y la agilidad de la c¨¢mara de este notable cineasta. Y se sostiene tambi¨¦n por la presencia de dos actrices con talento, Emma Su¨¢rez y Mar¨ªa Barranco, que hacen cre¨ªble por irradiaci¨®n lo que les rodea. Pero, pese a ello, el desequilibrio de fondo es a la larga insuperable. Y lo que en Vacas era capacidad de convicci¨®n se convierte en La ardilla roja en capacidad de embaucamiento; y lo que all¨ª era ficci¨®n, fabulaci¨®n, aqu¨ª se hace en ga?o, fingimiento.
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