Por la tolerancia
ES SORPRENDENTE que en las postrimer¨ªas del siglo XX -el mismo que vio la llegada del hombre a la Luna y la revoluci¨®n inform¨¢tica- a¨²n sea preciso luchar por conseguir la igualdad de derechos entre quienes pagan impuestos, son reclutados cuando las circunstancias as¨ª lo aconsejan y, en general, cumplen con todos los deberes que la organizaci¨®n pol¨ªtica y jur¨ªdica de la sociedad les impone. Eso manifestaron el pasado domingo en Washington el mill¨®n de personas, homosexuales y heterosexuales, que ped¨ªan, b¨¢sicamente, una total integraci¨®n civil en la sociedad -incluida la posibilidad del casamiento-.Con tal motivo se han recordado otras manifestaciones que entraron ya en la mitolog¨ªa de la lucha por los derechos civiles: la de 1963, por la igualdad racial; la de 1969, en contra de la guerra de Vietnam, y la que el 28 de junio de 1979 reuni¨® a 300.000 homosexuales ante la Casa Blanca para rememorar el d¨¦cimo aniversario del nacimiento del orgullo gay, cuando los clientes del m¨ªtico Stonewall Inn de Green Village, un bar de ambiente homosexual de Nueva York, dijeron basta al continuo acoso policial que se ejerc¨ªa contra ellos. Lo que se ped¨ªa en Washington era el levantamiento de la prohibici¨®n que pesa sobre los homosexuales en el Ej¨¦rcito, aumento de presupuesto para la investigaci¨®n sobre el sida y reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo. Es evidente que quienes sienten y eligen una determinada manera de amar no deber¨ªan ser marginados por dicha elecci¨®n. Son problemas que el propio sentido com¨²n considera personales y, por tanto, ajenos al ordenamiento jur¨ªdico, pol¨ªtico, econ¨®mico o militar vigentes. Tambi¨¦n es evidente que la aceptaci¨®n social suele tener una mayor flexibilidad que las normativas al uso. Al margen de las individualidades o instituciones intolerantes, los pa¨ªses han modificado sustancialmente sus criterios respecto a la permisividad sexual, y lo que hace unos a?os se consideraba un mal en s¨ª mismo hoy es aceptado con relativa normalidad.
Pero en esta batalla contra la discriminaci¨®n en raz¨®n de la pr¨¢ctica homosexual, cuyo enemigo est¨¢ constituido por un espeso muro de tab¨²es, prejuicios y miedos de diverso origen social, moral y religioso, los retrocesos y los avances est¨¢n a la orden del d¨ªa. La segunda mitad de los a?os ochenta ha conocido las primeras leyes antidiscriminatorias de la homosexualidad en Francia, Noruega y Dinamarca, mientras que el Vaticano volv¨ªa a condenarla -m¨¢s duramente s¨ª cabe que en el pasado-, y la doctrina de la Administraci¨®n de Reagan y la nueva jurisprudencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos propiciaban la condena de las pr¨¢cticas sexuales no convencionales, aun entre adultos y en privado. En Espa?a, la Constituci¨®n de 1978 es tajante a la hora de prohibir todo tipo de discriminaci¨®n en raz¨®n de "cualquier condici¨®n o circunstancia personal", pero problemas tan cotidianos como la equiparaci¨®n de derechos -herencia o pensi¨®n- entre las parejas homosexuales siguen sin ser resueltos ni en la ley ni en los tribunales.
La simple enumeraci¨®n de las reivindicaciones sociales -igualdad racial, pacifismo y derechos de los homosexuales- configura un enemigo difuso pero cuyo perfil remite directamente a la intransigencia. S¨®lo desde la intolerancia se puede defender la segregaci¨®n racial o sexual y el uso de las armas frente a la raz¨®n. Si hay algo evidente en este complejo fin de siglo es, sin duda, el ansia masiva de deslindar lo p¨²blico de lo privado, el deseo de conseguir un respeto por y para la privacidad, basado, en parte, en el derrumbe ideol¨®gico de quienes pretend¨ªan tener recetas milagrosas desde el pragmatismo neoliberal o la utop¨ªa igualitaria. La estrategia del voto homosexual, tan h¨¢bilmente utilizada por Clinton, constituir¨ªa un fraude si s¨®lo fuera un modo de recoger votos. Es ocasi¨®n de ver si, ante todo, sirve para ampliar el campo de los derechos y libertades civiles en la sociedad norteamericana y ser punto de referencia contra la intolerancia en otras latitudes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.