"Es que la pena envejece mucho"
Los refugiados de Srebrenica pasan hambre en un campo en Tuzla
ENVIADO ESPECIAL, Los refugiados del albergue de Serici, un antiguo colegio cerca de Tuzla, arrancados del cerco militar a Srebrenica y tra¨ªdos aqu¨ª en camiones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), pasan hambre en su nuevo hogar. El desayuno es un taz¨®n escaso de leche en polvo y agua y un trozo de pan que no abulta m¨¢s del dedo ¨ªndice. El fest¨ªn no les llega normalmente hasta las 11.30 horas.
Apuran con ansia la m¨¢s diminuta de las migas como si de un manjar se tratase, pues no vuelven a probar bocado hasta la cena: un mal plato de macarrones y otro taz¨®n de leche aguada Son 640 refugiados que se hacinan en aulas tumbados en colchonetas ya cuarentonas. En el antiguo gimnasio de Serici caben al menos 150. Hileras de colchones forman calles y hasta alg¨²n barrio. Las espalderas de madera sirven para tender las cuatro prendas que forman el ajuar de este grupo de viudas y hu¨¦rfanos de guerra.Nizia y sus dos hijos se subieron entre codazos a un cami¨®n del ACNUR en Srebrenica. Hu¨ªan del asedio serbio sin pensar en el futuro. Ahora, en Serici tampoco piensan demasiado en ¨¦l, pues la guerra se lo llev¨® todo, hasta la m¨¢s diminuta de las ilusiones. Sentada en una colchoneta, desgrana como en una letan¨ªa cansina sus penas, que son muchas. "Algunos de los refugiados de Serici est¨¢n enfermos", exclama una mujer de voz ronca y firme. Una docena de toses de ni?os la acompa?an, como pretendiendo reforzar la denuncia con sus virus.
Un m¨¦dico sube a verlos de vez en cuando. "Es muy malo, siempre est¨¢, borracho", exclama Amela, una mujer de 30 a?os procedente de Cerska, hoy bajo control serbio, y a la que le faltan por lo menos la mitad de los dientes. "Es que la pena envejece mucho", confiesa despu¨¦s, como quien revela un secreto, Zeijka, la traductora.
Sadik, el director del centro, asegura que est¨¢n absolutamente sobrepasados de trabajo. "Tenemos poca comida y mucha gente", reconoce sin un ¨¢pice de angustia. "Los cortes en el suministro de ayuda alimentar¨ªa que hemos sufrido en Tuzla en los ¨²ltimos d¨ªas nos han colocado en una posici¨®n muy delicada". Sadik se explica pausadamente entre una veintena de sacos de leche en polvo belga, pur¨¦ de patata holand¨¦s y lentejas sin nacionalidad reconocida. Detr¨¢s de ¨¦l, unas enormes letras en un descolorido verde rezan con solemnidad: "Tito es nuestro".
Medios limitados
Zehra Dropic, directora del centro de refugiados de Tuzla, reconoce que no se est¨¢ haciendo lo suficiente. "Nuestros medios son tan limitados que poder alimentar a los 58.000 refugiados ya es un triunfo". Dropic es la encargada de la recolocaci¨®n de los refugiados una vez que llegan a Tuzla. "Diez mil est¨¢n en centros como el de Serici, pero el resto viven con parientes o est¨¢n en casas particulares. A todos les damos alimentos, pero no es suficiente", admite con pesar. "S¨¦ que necesitar¨ªan una atenci¨®n individualizada, psicol¨®gica, sociol¨®gica y humana, pero nosotros no se la podemos ofrecer".
La doctora Sofija Tunjic, jefa de pediatr¨ªa del hospital de Gradina, considera que el principal problema con los refugiados que llegan procedentes de Srebrenica es que est¨¢n en unas paup¨¦rrimas condiciones higi¨¦nicas. "Hay que quitarles inmediatamente toda la ropa y quemarla, y lavarles despu¨¦s con fuerza".
Toda la ayuda humanitaria que llega a Tuzla pasa por las manos de Zehra Dropic. Ella es quien decide su forma de distribuci¨®n, seg¨²n las necesidades del momento. Una parte es para los 58.000 refugiados, otra para la poblaci¨®n de la ciudad de Tuzla, que cuenta con unos 110.000 habitantes. Esta distribuci¨®n indirecta impide a los refugiados ver qu¨¦ y qui¨¦n est¨¢ haciendo algo por ellos.
El Sport Center (centro de deportes) de Tuzla se emplea como estaci¨®n de paso de refugiados. Todos los que llegan a la ciudad duermen all¨ª una o dos noches. Es como el gimnasio de Serici, pero con centenares de colchonetas envueltas por mantas de papel que apenas sirven para protegerse. El olor a sudor y orina se mezcla con el de alg¨²n producto qu¨ªmico que pretende servir para limpieza. La combinaci¨®n da n¨¢useas.
Salih Smailovic lleva en el Sport Center toda una semana. Sali¨® del hospital y se encuentra en espera de destino. "El problema con los heridos que salen a la calle con el alta m¨¦dica es que no sabemos a qu¨¦ centro adjudicarles, pues necesitar¨ªan un lugar espec¨ªfico en donde realizar los ejercicios de rehabilitaci¨®n", afirma la directora del centro de refugiados.
A Salih no le preocupa la espera. Perdi¨® la pierna derecha en un ataque con morteros sobre Srebrenica y le faltan dos dedos de una mano. Lleg¨® a Tuzla en un helic¨®ptero brit¨¢nico: debe sobrepasar ya con creces los 70 a?os. Est¨¢ cansado y asegura haber empezado a hacer amigos en estas escalinatas. A su lado, Ibro, un joven soldado al que le cortaron una pierna por encima del tobillo, fuma sin parar. "Estamos contentos", dice, "porque aqu¨ª cuidan de nosotros".
El descubrimiento de la muerte
Los ni?os llevan encerraods 28 d¨ªas en Serici. No van al colegio. "Si no hay espacio para vivir, ?c¨®mo vamos a construir una escuela!", se justifica el director del centro. Los ni?os est¨¢n ociosos todo el d¨ªa. Van de aqu¨ª para all¨¢ regalando dolores de cabeza a sus madres.Las ni?otas m¨¢s d¨®ciles ayudan en las tareas del fregado. Los chavales sin papel alguno en la intendencia juegan como todos los chiquillos del mundo, pero en sus juegos est¨¢ siempre presente alguna forma de violencia.
A Sefic, de nueve a?os, nadie le hab¨ªa contado lo que era la muerte. Lo descubri¨® ¨¦l solito una ma?ana de enero en su pueblo natal de Glogovo. Vi¨®, escondido en unos arbustos, c¨®mo un grupo de chetniks fusilaba de golpe a 25 civiles musulmanes.
Uno de los ajusticiados por el terror serbio sosten¨ªa en cada brazo a sus dos hijos. Murieron todos a la vez. Los 25. Sefic nunca podr¨¢ ser un ni?o normal.
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