Mayo lejano
Inexorablemente, cada nuevo recital conmemorativo de Raimon nos va recordando a algunos el acercamiento de la vejez. Por mucho entusiasmo que ponga en su actuaci¨®n el cantautor de X¨¢tiva y por mucha complicidad que exista en buena parte del auditorio, aparentando que a¨²n no es llegado el momento de arriar todas las banderas, el hecho es que ¨¦stas se encuentran desde hace tiempo plegadas y que lo m¨¢s significativo de todo, el impulso de aquellos a?os, se encuentra definitivamente agotado. El 23 de abril, las evocaciones de Serrat en su matinada ruralizante, el Pi de la Serra replegado hacia su hombre de la calle, sin clamar contra los nuevos fills de Buda, o el Viglietti convocando una vez m¨¢s a desalambrar, por no hablar del entra?able Pete Seeger, eran elementos de un un?verso hoy desaparecido. Sin que debamos lamentarnos: todo aquello tuvo un sentido, y lo absurdo ser¨ªa querer mantenerlo, como caricatura. El "todas hieren, la ¨²ltima mata" se ha cumplido ya para los a?os sesenta.Ello no significa, sino todo lo contrario, un llamamiento al olvido, ni una aceptaci¨®n de las deformaciones que vienen haci¨¦ndose recaer sobre la imagen hist¨®rica del 68. As¨ª, hace unos d¨ªas, pude leer en estas mismas p¨¢ginas con sorpresa que el 68 en Espa?a tuvo lugar en el 69espero que la profesora que hac¨ªa tal valoraci¨®n, ya en la treintena entonces y, por tanto, con suficiente madurez, no haya olvidado el 69 que se nos cay¨® encima, desde enero, con la muerte del estudiante Ruano y el estado de excepci¨®n, que fue justificado por Manuel Fraga en una de sus m¨¢s bochornosas intervenciones pol¨ªticas. Pero m¨¢s grave a¨²n que los fallos de memoria ser¨ªa la tendencia a vereja el 68 un simple pr¨®logo de la transici¨®n democr¨¢tica. Fue algo distinto. En el recital del 18 de mayo en Madrid, siempre a cargo de Raimon, el antifranquismo se fund¨ªa con la militancia obrerista, en gran parte hegemonizada por el PCE (el dinero para los trabajadores de Pegaso) y con el izquierdismo propio de la coyuntura europea. En aquel acto no hab¨ªa sitio para las personalidades democr¨¢ticas de orden que saltar¨ªan a primer plano con la muerte de Franco (los Garrigues o Fern¨¢ndez Ord¨®?ez, el PSOE no exist¨ªa), y s¨ª era l¨®gico, en cambio, que se produjera un incidente como el cerco de la manifestaci¨®n estudiantil al autom¨®vil de la princesa Sof¨ªa. Aunque resulte impol¨ªtico recordarlo, Juan Carlos y Sof¨ªa eran entonces los s¨ªmbolos de la continuidad del r¨¦gimen y, como tales, detestados. El 76 fue otra cosa, aunque ahora la versi¨®n oficial de TVE trate de fundir ambos momentos presentando a un peludo Isidoro como asistente tipo de los recitales de protesta, a modo de anticipo de la s¨ªntesis final: Narc¨ªs Serra abrazando a Raimon en el Palau Sant Jordi, mientras cuidadosamente se elude en el reportaje la dedicatoria despectiva del A galopar por Paco Ib¨¢?ez a los pol¨ªticos de la primera fila, ¨²nico gesto en el recital acorde con el esp¨ªritu de mayo (cf. Informe semanal de 24 de abril).
Mayo del 68 fue vivido en Europa, y en Espa?a, como el inicio inesperado de un relanzamiento de las expectativas y de las formas de la revoluci¨®n. A esas alturas resultaba claro el agotamiento del comunismo de tipo sovi¨¦tico como aliciente para las movilizaciones en el mundo occidental. Pero surgieron otros protagonistas, las nuevas generaciones opuestas a la sociedad del espect¨¢culo, y tambi¨¦n referentes ideol¨®gicamente confusos, pero con un alto potencial de incitaci¨®n: la guerra de Vietnam, la lucha antimperialista del Che y de la revoluci¨®n cubana, incluso la sacudida dada por Mao en la Revoluci¨®n Cultural china, interpretada err¨®neamente como una explosi¨®n antiburocr¨¢tica. La secuencia de los hechos de mayo en Francia, con la expansi¨®n generalizada de las huelgas obreras tras la revuelta estudiantil, hizo surgir el espejismo de que los mecanismos se hab¨ªan alterado, pero que el cambio social revolucionario segu¨ªa en el orden del d¨ªa. El gran rechazo auspiciado por Marcuse podr¨ªa tener lugar, impulsado por la juventud, a ambos lados del Atl¨¢ntico.
Un primer jarro de agua fr¨ªa lleg¨® con la reacci¨®n de la propia sociedad francesa, la cual, tras la manifestaci¨®n masiva pro De Gaulle de los Campos El¨ªseos, y sobre todo en las elecciones inmediatas, mostr¨® que mayoritariamente rechazaba todo g¨¦nero de aventuras, e incluso un relevo del poder favorable a la izquierda. Pronto sigui¨® el brutal aplastamiento del mayo comunista, la Primavera de Praga, recordando a todos que la realidad internacional de los bloques permanec¨ªa intangible y que toda renovaci¨®n del comunismo desde el interior quedaba excluida. Y, por fin, las esperanzas m¨¢s a largo plazo basadas en la movilizaci¨®n obrera en Italia, en el autunno caldo, dejaron paso a una situaci¨®n confusa donde, por una parte, el Partido Comunista de Italia avanzaba electoralmente a costa de jug¨¢rselo todo a la propuesta, nunca aceptada, de pacto con la Democracia Cristiana, mientras el legado inconformista se dilu¨ªa en un conjunto heterog¨¦neo de planteamientos, desde el radicalismo intelectual de Il Manifesto a la opci¨®n de lucha armada contra el sistema cuyo exponente ser¨¢n las Brigadas Rojas.
El hecho decisivo es. que el estallido del 68 no supuso el inicio de un proceso revolucionario, sino, por el contrario, el fin de una larga etapa hist¨®rica, de m¨¢s de un siglo, donde la centralidad del conflicto hab¨ªa correspondido al movimiento obrero. La conflictividad se fragment¨® desde entonces en la pluralidad de nuevos movimientos sociales marcados por su car¨¢cter parcial y la transitoriedad de su presencia pol¨ªtica. Entretanto, la agon¨ªa de esa larga fase de la historia social europea dominada por el obreris-mo se constata a partir del fin de las grandes movilizaciones, hacia 1970. Por efecto del viejo topo que es el cambio tecnol¨®gico y econ¨®mico, la guerra de movimientos que a¨²n pareci¨® llevar la clase obrera en el Mayo franc¨¦s cedi¨® paso a una lucha de trincheras, estrictamente defensiva, donde uno tras otro, y en condiciones de aislamiento social creciente, fueron cayendo los sectores que encabezaran la segunda revoluci¨®n industrial, desde los m¨ªticos mineros ingleses a los trabajadores de la siderurgia de Sagunto, o de la construcci¨®n naval en la margen izquierda del Nervi¨®n. Paralelamente, desaparecer¨ªan las formas de sociabilidad que ampararan la persistencia de una cohesi¨®n social y pol¨ªtica en la izquierda: el eje de la vida se desplaz¨® desde el lugar de trabajo a los individualistas de aprovechamiento del ocio. La militancia obrera tradicional fue desapareciendo, mientras se impon¨ªa el sistema de valores propio de la sociedad de consumo de masas. Y, cerrando el c¨ªrculo, las formas consolidadas de intervencionismo estatal, base de las estrategias de izquierda en el terreno de la pol¨ªtica econ¨®mica, tropezaron con dificultades crecientes en el marco de la crisis de reestructuraci¨®n capitalista abierta en los setenta. El balance pol¨ªtico es de todos conocido. No es extra?o, pues, que mayo se encuentre hoy bastante perdido en la historia y condenado a una evocaci¨®n de fondo nost¨¢lgico. Lo que no significa que hayan desaparecido las razones para la cr¨ªtica, sin duda m¨¢s poderosas hoy que entonces, ya que la ingenua confianza en un crecimiento capitalista autosostenido, capaz de superar todas las crisis por el simple juego del mercado libre, se encuentra hoy tan invalidada por la experiencia como lo estuvieran en su d¨ªa las expectativas ut¨®picas de los sesenta. S¨®lo que no se trata ahora de lanzar una invocaci¨®n rom¨¢ntica a la imaginaci¨®n o a la juventud rebelde, sino de plantear una exigencia, casi angustiosa, de renovaci¨®n de la teor¨ªa y de las estrategias de oposici¨®n y cr¨ªtica al sistema de poder vigente en nuestras sociedades.
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