Inquisidores
Parece que nos regimos por las prohibiciones. Nos gusta prohibir tanto como que se nos proh¨ªba.Hace a?os, cuando Franco, y eso lo recordamos casi todos, si se era de izquierdas no pod¨ªa uno, por ejemplo, arremeter contra la Uni¨®n Sovi¨¦tica. 0 no deb¨ªa. Es cierto que el punto de vista variaba sensiblemente, pues si tu interlocutor era, pongamos por caso, un correligionario prochino, no s¨®lo no pod¨ªa uno hablar mal de los revisionistas rusos, sino que eso le hac¨ªa a uno merecedor de halagadoras consideraciones dentro del propio partido o facci¨®n. Ahora bien, si a quien ten¨ªas delante era a tu viejo padre, convicto y confeso falangista, no s¨®lo no pod¨ªa uno criticar tal o tal aspecto de los desaparecidos s¨®viets, sino que un imperativo moral te llevaba al absurdo de defender frente a tu progenitor algo que horas antes hab¨ªas estado criticando, y defenderlo por una raz¨®n pr¨¢ctica. Las categor¨ªas kantianas se hab¨ªan contagiado, como se ve, de la dial¨¦ctica hegeliana: hablar mal entonces de la URSS era hacer el juego a la reacci¨®n. Hoy a aquello algunos lo siguen llamando "escuela de libertad".
Llegar a saber cu¨¢ndo le hac¨ªas el juego a la reacci¨®n se convirti¨® en algo tan importante como hacerle la pascua, aunque las reglas de la lucha fuesen tan sutiles y variables como las de ese juego, y a menudo incomprensibles. Desde luego, a un alumno de Juan de Mairena los viejos camaradas lo habr¨ªan pasado por las armas: la verdad, para ellos, era conforme y seg¨²n la dijera Agamen¨®n o su porquero.
El que haya tenido que vivir este siglo se habr¨¢ pasado la mitad de su vida huyendo de hacerle el juego a nadie.
Todav¨ªa recuerdo (un escritor s¨®lo tiene eso, memoria) cuando al finalizar un concierto de ruidos, o salir de una exposici¨®n de pinturas abstractas, uno no pod¨ªa expresar su opini¨®n si ¨¦sta era negativa.
La confusi¨®n no es de ahora. En este siglo no han sido pocas las ocasiones en que se ha pensado que vanguardia pol¨ªtica era identificable a vanguardia art¨ªstica. De hecho, las dos vanguardias avanzaron, como se dice, al consuno en 1917, y al fin y al cabo no les faltaba raz¨®n. Comunismo era dad¨¢. Y m¨¢s tarde, comunismo y surrealismo se lanzaron a la conquista del Estado, con las bonitas consecuencias que conocemos todos. Vueltos los argumentos del rev¨¦s, no han sido pocos quienes han pensado que los reaccionarios pol¨ªticamente lo eran tambi¨¦n en asuntos de literatura o de arte. Que Proust hiciera una obra moderna con lo m¨¢s reaccionario y decadente de una sociedad no les dice nada.
No hace mucho (e insisto en que lo ¨²nico que le queda a un escritor despu¨¦s de todo es memoria y una cierta visi¨®n del mundo), Octavio Paz, antes de que le distinguiesen con el Nobel, se enfrent¨® a cien o doscientos oyentes, en su mayor¨ªa at¨®nitos, sumisos y respetuosos seguidores que hab¨ªan ido all¨ª a escucharle, y enton¨® la siguiente eleg¨ªa: "Nuestro tiempo, los escritores y artistas de nuestro tiempo, han perdido aquella maravillosa y admirable capacidad de contestaci¨®n y sorpresa de los dada¨ªstas y surrealistas, que eran capaces con un solo grito irreverente de cuestionar todo el orden social y art¨ªstico". Contempl¨¦ de inmediato la posibilidad de que alguien de entre el p¨²blico, en el m¨¢s puro estilo surrealista y dad¨¢, se levantase y gritase: "?Paz, vete a la mierda!", o cualquier otra patri¨®tica consigna. Es lo que estaba pidiendo. Gritos como ¨¦se, y de peor calaf?a, los escupieron a cientos nuestros admirados Breton, Tzara o Cravan. Lo que no llego a entender del todo es c¨®mo esa groser¨ªa pod¨ªa poseer en 1921 mordiente y un alto valor art¨ªstico y ser en 1989, en caso de que se hubiera pronunciado, no m¨¢s que una pat¨¦tica manifestaci¨®n de la mala educaci¨®n. De nuevo ver¨ªamos a Agamen¨®n enzarzado con su porquero.
La lucha entre lo viejo y lo nuevo ni es de ahora ni se acabar¨¢ nunca. En un memorable y admirable verso qued¨® escrito: "Mexalta el nou i m`enamora el vell" ' Lo escribi¨® un poeta, J. V. Foix, que era en pol¨ªtica un hombre reaccionario (si los catalanistas de ahora no tienen nada en contra de que se diga) y en literatura un seguidor de la vanguardia. Las combinaciones, sin embargo, son infinitas: sabemos de progresistas en pol¨ªtica que son reaccionarios en literatura, reaccionarios en lite ratura que lo son tambi¨¦n en pol¨ªtica, ricos y buenos escritores, malos escritores y pobres, escritores con gran ¨¦xito de p¨²blico y buenos escritores, y con ¨¦xito de p¨²blico y p¨¦simos es critores, etc¨¦tera. No hay una sola f¨®rmula y todas las combinaciones son posibles.
La complejidad de la vida, y sobre todo la complejidad de las vidas, hace, sin embargo, que la pol¨ªtica y la literatura favorezcan frecuentes y malos entendidos.
El ¨²ltimo ha venido de un pol¨ªtico del Partido Popular, de cuyo nombre, aunque quisiera, no puedo acordarme. Manifest¨® que un escritor conocido le parec¨ªa "aburrido". Naturalmente, esto levant¨® las iras, justas, de otros muchos colegas literatos, aunque si hubiese manifestado que lo encontraba de gran amenidad y entretenimiento, supongo que tampoco le habr¨ªan felicitado por ello, si bien ¨¦stos son extremos en los que no hay que pensar, para no hacer el juego a la reacci¨®n. Si un hombre p¨²blico sostiene que le gusta Mahler, a todos les parece bien. Ahora, si dijera lo contrario, iba aviado.
Un pol¨ªtico puede leer libros y escoger entre Vizca¨ªno Casas o Neruda si ¨¦se es su gusto, pero lo que piensa de uno o de otro escritor es algo que deber¨ªa sernos indiferente. Y no porque tenga o no raz¨®n, sino porque est¨¢ fuera de lugar, tanto si le gusta mucho como si le disgusta mucho uno y otro. Y, desde luego, tiene derecho a decirlo. Hasta ah¨ª pod¨ªamos llegar. Otra cosa es que sea inconveniente e inoportuno.
A m¨ª me parece que ser¨ªa un disparate que de nuevo pol¨ªtica y literatura cabalgaran juntas, y se extendiese la especie de que hay escritores de la derecha como escritores de la izquierda, privativos de ellas. Hay muchos que siguen creyendo que la cultura es s¨®lo de izquierda, as¨ª como hay otros que piensan que la cultura s¨®lo ha sido posible por los duques y los millonarios, que hac¨ªan de mecenas. Son esa clase de generalizaciones que les gustan mucho a los del Reader?s Digest. Incluso se dan los que sostienen que los pol¨ªticos de derechas est¨¢n menos cualificados para hablar de literatura que los de izquierdas, lo que nos llevar¨ªa a la consideraci¨®n de tener que elegir entre Matanzo y Rodr¨ªguez Ibarra, lo cual ser¨ªa una imperdonable falta de juicio, por cuanto tienen de odiosas las comparaciones.
Durante muchos a?os (y la memoria es ya a estas alturas como calderilla) manifestar que una novela como Ulises se nos pod¨ªa hacer insoportable. era acreditarse con una muy p¨¦sima reputaci¨®n pol¨ªtica, por lo mismo que para los franquistas la mayor parte de los comunistas o eran maricas o vagos.
La literatura y la vida est¨¢n hechas, sin embargo, de matices. Incluso la pol¨ªtica deber¨ªa estarlo. Puede uno admirar tanto Dublineses como detestar Ulises. Que yo sepa puede incluso alguien participar de la opini¨®n del tal diputado del PP con respecto a ese novelista, o de la de Alfonso Guerra respecto a Mahler, y no votar a ninguno de los partidos en que militan, o votar a uno un a?o y otro al otro, etc¨¦tera. Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil ser libre, pero una de las maneras m¨¢s absolutas de ejercer la libertad hoy d¨ªa es negarse a aceptar que a uno se le tenga por militante socialista s¨®lo por el hecho de que le guste Mahler, o, al contrario, reaccionario s¨®lo por la eventualidad de que a uno le aburran los libros de tal o cual escritor, cl¨¢sico o moderno, vivo o difunto. Ya dec¨ªamos: las combinaciones son infinitas y ninguna es pecado, por lo que tampoco deber¨ªan acarrearnos la excomuni¨®n.
Supongo que muchos creen que las cosas nos vienen en lotes: tiene que gustarle a uno fulano si quiere ser o sentirse o que le crean de izquierdas (o de derechas, seg¨²n las conveniencias), aunque la experiencia nos dice que algunos son escritores que te abren las puertas de la reputaci¨®n y el buen nombre y otros te las cierran. Esa es la raz¨®n por la que se extendi¨® en arte y literatura el adjetivo interesante. Es lo que debemos decir todos ante un libro, una pel¨ªcula o una m¨²sica de las que no convenga hablar mal: "interesante", "muy interesante" o "interesant¨ªsima", seg¨²n el grado de nuestro cinismo, aunque siempre estamos a tiempo para repetir el memorable veredicto de un memorable cr¨ªtico sobre una novela no menos memorable: "Impenetrable. Genial".
La caza de brujas est¨¢ siempre a la vuelta de la esquina, y la experiencia nos dice que en cuanto manifiesta uno su punto de vista, si ¨¦ste es sincero y libre, termina uno en el punto de mira de los inquisidores, los cuales, dicho sea de paso, siempre encuentran colocaci¨®n en todas partes.
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