El eterno abandono de Leonard Cohen
Leonard Cohen naci¨® hace 58 a?os en Montreal. Han pasado 37 desde que public¨® su primer libro de poemas -Let us compare mythologies- y 25 del primer disco -Songs of Leonard Cohen-, de: este canadiense amante de la literatura inglesa, de la cultura francesa y de la luz mediterr¨¢nea. Lo que se dice un cl¨¢sico en el amplio sentido de la palabra y que especialmente alcanza a su propuesta art¨ªstica. Sobriedad y oscuridad marcaron la puesta en escena de su recital en Madrid. Melancol¨ªa, lejan¨ªa y tristeza su canci¨®n Dance me to the end of lo ve (Bailemos hasta el final del amor), que abri¨® su actuaci¨®n. Un tema de su ¨²ltima ¨¦poca, suponiendo que las composiciones de Cohen tengan ¨¦poca. Viol¨ªn y sonidos de acorde¨®n se?alaron sus conexiones con m¨²sicas primarias por ese sentimiento (le lo perdido que da el fado, el blues, la morna, el flamenco, la chanson francesa... M¨²sicas occidentales que atraen a trav¨¦s de la poca variaci¨®n de sus esquemas musicales -que en el caso de Cohen llega a rozar la monoton¨ªa-, de esa especie de abandono que crea un mundo c¨®mplice y adicto.Ante un p¨²blico plurigeneracional y con un excelente sonido, el recital. de Cohen fue un ejemplo de ese sentimiento. Desde la primera canci¨®n a las que siguieron, como The future (que da titulo a su ¨²ltimo disco), Ain't no cure for love, Bird on the wire (excelente recuperaci¨®n de una de sus primeras composiciones), Everybody knows, hasta Manhattan, que: cerr¨® la primera parte como ¨²nica representante de canciones con sentido r¨ªtmico m¨¢s vivo, Leonard Cohen desgran¨® con espartana austeridad textos con ese desesperanzado escepticismo que es marca de la casa.
Leonard Cohen
Leonard Cohen (voz, guitarra, teclados), Robert A. Metzger (guitarra), William Ginn (teclados), Jorge Calder¨®n (bajo), Steve Meador (bater¨ªa), Paul Osterrnayer (saxo, teclados), Robert P. Furgo (viol¨ªn), Julie Christensen, Perla Batalla (coros). 6.000 personas. Precio: 3.000 y 3.350 pesetas. Palacio de Deportes de la Comunidad. Madrid, 16 de mayo.
La lentitud art¨ªstica -en tiempo r¨ªtmico, melod¨ªas, presencia esc¨¦nica...- de Cohen est¨¢ afortundamente limada por un acompa?amiento musical preciosista a cargo de profesionales de enorme competencia instrumental. La base de teclados proporciona ese colch¨®n arm¨®nico que sostienen las casi monodias cohenianas, cuya monoton¨ªa queda a¨²n m¨¢s disimulada por el trabajo de la guitarra de Robert A. Metzger, el saxo de Paul Ostermayer y el viol¨ªn de Robert P. Furgo. Ellos proporcionan la alegr¨ªa, si esta palabra se puede utilizar cuando se habla del taciturno Cohen, a un espect¨¢culo medido, sencillo y eficaz. Una vez, m¨¢s, cl¨¢sico.
El gran logro de Cohen es atraer a alguien a un mundo ¨ªntimo y dif¨ªcil, de apariencia incluso atormentada y con cierto ribete existencialista.
Alguien que espera con placer un Suzanne a guitarra ac¨²stica, quiz¨¢ recordando aquellos tiempos de Cohen recitando poemas acompa?ado por un pianista en peque?os clubes. O apreciar un Tower of song, a caja de ritmos, piano el¨¦ctrico (a cargo del propio Cohen) y coros, continuando un magn¨ªfico desarrollo de la segunda parte del recital. En definitiva, de atraer a alguien capaz de desmadejarse con ese sentimiento eterno del abandono.
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