La cara ganadora de la democracia
Stroessner no fue en ning¨²n momento requerido por la justicia y parti¨® al exilio con honores de jefe de Estado en vacaciones, acompa?ado al aeropuerto por el propio jefe de la insurrecci¨®n triunfante, su consuegro, el general Andr¨¦s Rodr¨ªguez, que le rindi¨® este ¨²ltimo homenaje como si le dijera en el apret¨®n de manos de despedida: "A enemigo vencido, puente de plata". El puente no era de plata, sino de oro amonedado. Y este arco deslumbrante qued¨® pendiente sobre los militares vencedores, a los que tambi¨¦n el triunfo les parec¨ªa casi irreal y de todos modos alucinante.En su primera proclama, la noche misma del golpe y ya abatido el dictador, el general Rodr¨ªguez prometi¨® y se comprometi¨® a cumplir, con el aval de las fuerzas a su mando, cuatro medidas esenciales en favor de toda la sociedad paraguaya: apertura de un proceso de transici¨®n hacia la democracia, respeto de las libertades fundamentales y protecci¨®n de los derechos humanos, elecciones libres y sin exclusiones, y entrega del poder al ciudadano que resultara electo en los comicios. El gran fraude inicial -cuyos efectos se prolongaron hasta las elecciones del domingo y determinaron sus resultados- fue haber generado en la ciudadan¨ªa, aplastada por el poder absolutista, la ilusi¨®n de la democracia y de la libertad.
Rodr¨ªguez cumpli¨® su promesa, y el pa¨ªs, estupefacto e incr¨¦dulo, asisti¨® al disfrute de una nueva etapa de libertades p¨²blicas que hab¨ªa irrumpido de golpe y que parec¨ªa estable y perfectible. Pudo celebrarse, incluso, una Convenci¨®n Nacional Constituyente que elabor¨® una nueva Carta Magna jur¨ªdicamente impecable y. bastante progresista. Las Fuerzas Armadas continuaron siendo el ¨¢rbitro indiscutido e indiscutible de la situaci¨®n y, teniendo a su jefe en la presidencia de la naci¨®n, se permitieron el lujo de disimular su f¨¦rreo tutelaje en un discreto segundo plano. Los militares son estrategas de vocaci¨®n y de oficio.
Los cambios fueron de superficie, pero no de fondo. Subsistieron las estructuras del poder anterior, desde luego atemperadas, inteligentemente camufladas precisamente en la eclosi¨®n desconocida -y por tanto inofensiva mientras durase el ingenuo estupor- de esas libertades provisionales, de las nuevas relaciones aparentemente m¨¢s abiertas y tolerantes entre Gobierno y gobernados. Es a¨²n prematuro intentar un an¨¢lisis de las complejas causas que determinaron este provisional estado de equilibrio entre el Estado y la sociedad. Lo cierto es que no se trataba de una mera voluntad de altruismo y generosidad por parte del poder. En todo caso, era una inversi¨®n aconsejada por presi¨®n de los nuevos tiempos, en un nuevo contexto mundial, en los que las doctrinas de seguridad hab¨ªan sido enviadas al desv¨¢n de las cosas perimidas y ya obsoletas.
La corrupci¨®n
Lo que no pudo o no quiso evitar Rodr¨ªguez fue la desenfrenada carrera de la corrupci¨®n, enquistada en el cuerpo del Estado y del pa¨ªs como un c¨¢ncer en etapa terminal, que adquiri¨® un cierto estatuto de legalizaci¨®n institucionalizada, como si se tratara de algo adquirido por derecho consuetudinario. La nueva Constituci¨®n proporciono, sin embargo, los medios legales para detener y juzgar a funcionarios implicados en delitos de cohecho, negociados y contrabando, entre ellos altos jefes militares del anterior y del nuevo r¨¦gimen.La nueva Constituci¨®n vet¨® tambi¨¦n el acceso a altos cargos p¨²blicos al actual presidente y a los miembros de su familia en primer grado de parentesco. Y lo peor para ¨¦l fue que la proscripci¨®n fue votada por la mayor¨ªa de los convencionales de su partido, el Colorado, al cual ha declarado p¨²blicamente en repetidas ocasiones, pertenecer como afiliado, "al igual", enfatiz¨®, "que la casi total mayor¨ªa de los componentes de las Fuerzas Armadas". Cosa que la actual Constituci¨®n proh¨ªbe taxativamente.
En esta inc¨®moda situaci¨®n para el jefe de Estado -que estuvo a punto de no firmar el acta constitucional- hay que buscar el origen del ungimiento de Juan Carlos Wasmosy, muy vinculado a los militares, como candidato oficial; candidatura repudiada por los propios colorados, que lo consideran un advenedizo encaramado al partido por el puente de oro del stronismo. Wasmosy asumi¨® con noble fidelidad las funciones vicarias de caballo del comisario. Y es esta misma situaci¨®n la que ha impuesto su triunfo como candidato a la presidencia, en uni¨®n con el doctor ?ngel Roberto Seifart, en la vicepresidencia. Seifart es un aut¨¦ntico colorado y una de las personalidades m¨¢s destacadas de su partido. Sus propios correligionarios no entienden su actitud y le critican acerbamente que se haya prestado al juego de la dupla con pr¨®tesis. Pero..., nobleza obliga y pol¨ªtica desobliga.
No sorprende que una de las primeras declaraciones de Wasmosy, luego del triunfo electoral, haya sido dada a la prensa con cierto ¨¦nfasis de adhesi¨®n y dilecci¨®n: "El general Alfredo Stroessner puede volver cuando quiera", sustituy¨¦ndose as¨ª, pro domo sua, a la justicia, a la opini¨®n p¨²blica y a los hechos suficientemente probados que lo sindican como a un criminal de lesa humanidad. El tenebroso archivo secreto de la T¨¦cnica, enterrado en una zanja, es un repositorio completo de pruebas irrefutables. No es que "Stroessner pueda volver cuando quiera" -como parece haberlo decidido por su cuenta el se?or Wasmosy-, es que no debi¨® permit¨ªrsele la f¨¢cil escapatoria del exilio y debi¨® ser juzgado en su momento por los cr¨ªmenes ordenados por ¨¦l, por el colosal saqueo a que someti¨® las arcas del Estado, por la corrupci¨®n que gener¨® en su entorno con su ejemplo en las fuerzas y en los sectores adictos, por la degradaci¨®n y aplastamiento de la sociedad durante la larga noche de su dictadura.
La presi¨®n intimidatoria de los militares a trav¨¦s de su m¨¢s autorizado vocero y hombre fuerte del r¨¦gimen, el general Lino Oviedo, comandante del poderoso Primer Cuerpo del Ej¨¦rcito, se concret¨®, un poco antes de las elecciones, en un hecho curioso, casi farsesco, un gesto inesperado en un hombre habitualmente ponderado y discreto, que ha querido permanecer siempre en un difuminado segundo plano. Lino Oviedo fue el h¨¦roe de la jornada b¨¦lica en la noche del 3 de febrero de 1989, llamada de La Candelaria, que depuso a Stroessner, a quien este jefe militar en persona, granada en mano, intim¨® rendici¨®n y captur¨® como a un subalterno enemigo. ?Es que ahora -lo pasado, pasado- va a aceptar su regreso en un fraternal acto de camarader¨ªa castrense y lo va a sentar a su mesa?
'Per secula seculorum'
En una reuni¨®n celebrada con alcaldes del Partido Colorado, Lino Oviedo declar¨®: "Nuestra decisi¨®n es cogobernar con el glorioso e inmortal Partido Colorado, per secula seculorum, hasta que el pa¨ªs conquiste realmente el bienestar y el bien com¨²n. Le guste a quien le guste, moleste a quien moleste y duela a quien duela. Nosotros tenemos igual coraje, decisi¨®n y huevos entre las piernas, y no vamos a estar cruzados de brazos".Una declaraci¨®n de la que lo menos que se puede decir es que constituye una fina y delicada expresi¨®n del machismo militar paraguayo. Una arenga exaltada, que muestra los riesgos de la mezcla explosiva que genera el maridaje espurio de militarismo y politiquer¨ªa; una proclama, en fin, que no compromete en su totalidad -as¨ª al menos lo espero- el honor y la caballerosidad de los militares paraguayos, de entre los cuales han surgido sobresalientes figuras como la del mariscal Jos¨¦ F¨¦lIx Estigarribia, vencedor de la guerra del Chaco, pundonoroso soldado y ciudadano eminente.
La democracia no es un grotesco duelo de test¨ªculos, como ciertos profetas mesi¨¢nicos con charreteras parecen entenderlo. La democracia es, con perd¨®n de mi general Oviedo, una confrontaci¨®n permanente de ideas, de renunciamientos, de austeridad ciudadana, de lucha implacable contra la corrupci¨®n y la degradaci¨®n. El h¨¦roe de la noche de La Candelaria debe mirarse en el ejemplo espartano de sus pares, que ofrendaron sus vidas en defensa de la soberan¨ªa e integridad territorial del pa¨ªs en las dos grandes guerras internacionales a las que el pa¨ªs fue obligado por las oligarqu¨ªas portuarias (1865-1870) y por los intereses del petr¨®leo (1932-1936).
Las Fuerzas Armadas no pueden ser el sustent¨¢culo de un poder absolutista y faccioso, y menos a¨²n convertirse en uno de sus tent¨¢culos agresivos en los hechos, las ideas y las palabras de corte autoritario. Las Fuerzas Armadas son una instituci¨®n nacional, apol¨ªtica, como lo exige la Constituci¨®n. Sus miembros han salido del pueblo. Siguen siendo carne del pueblo. No constituyen una jerarqu¨ªa din¨¢stica. Su espec¨ªfica e inexcusable misi¨®n es la de defender al pueblo todo de la naci¨®n, por encima y m¨¢s all¨¢ de las bander¨ªas pol¨ªticas, puesto que tienen la custodia de la ense?a nacional. ?ste es su mayor privilegio y prerrogativa. Debemos colaborar todos en el engrandecimiento del pa¨ªs, en su dignidad y progreso, no en crear los g¨¦rmenes letales de su disoluci¨®n y extinci¨®n, riesgo que acecha siempre a los pa¨ªses que no hacen honor a su historia y que por ello no merecen el honor del futuro.
La reacci¨®n operada en todo el pa¨ªs como una toma de conciencia por parte de las masas populares, de su presencia participativa, de su peso fundamental en los asuntos b¨¢sicos del pa¨ªs, en una atm¨®sfera de convivencia y tolerancia aun entre adversarios pol¨ªticos, ha mostrado la cara ganadora de la democracia en estas elecciones como una conquista ya irreversible.
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