"Quien se sienta polic¨ªa una vez, nunca ser¨¢ otra cosa"
Cara de pintor a las tres de la tarde en el Retiro y hombre culto, de los que dicen estad¨ªos, con acento en la i, cuando se refieren a una fase; carrera de asistente t¨¦cnico sanitario, otra de graduado social, tardes de oreja y rabo y domingos con inquietudes literarias. Todo eso y mucho m¨¢s es el comisario de San Blas, Paco Valderas, pero al p¨²blico de una, plaza de toros le da lo mismo.
"?Valderas..., que no te enteras!". Se enteraba, vaya si se enteraba, pero qu¨¦ hacer si la plaza quer¨ªa una oreja, dos si eran peque?as, o hasta el mism¨ªsimo rabo. Lo ¨²nico que le quedaba era lidiar el temporal: un pase con la izquierda -de capote, mientras lo cuenta, al dominical de este peri¨®dico-, otro con la derecha, y a vivir. Su filosof¨ªa de la vida -"hay que vivir"- no le permite mayores licencias que las de bandear el temporal. Por eso decidi¨® ver la muerte todas las tardes desde la grada, como presidente de Las Ventas -tres a?os- y alguna noche de luna como comisario de las chabolas de Los Focos.Pero muchos a?os antes se acopl¨® al paso de traficantes que coleccionaban Smith and Watson, a las madres de 12 hijos, abuelas de 20 a?os y Mercedes aparcados en lodazales. Costaba trabajo, al principio, asomarse a las costumbres de su clientela, pero lo iba consiguiendo.
Entonces lleg¨® como una sacudida de miedo aquel tren, un se?or enorme que le agarr¨® por la cintura, lo sac¨® por la ventanilla y Valderas casi mord¨ªa los postes que corr¨ªan al lado de su nariz, y se ve¨ªa en el suelo, recogiendo sus propios huesos, hasta que lleg¨® el revisor que lo salvaba en el ¨²ltimo instante. Pero no m¨¢s acci¨®n, por favor, nunca m¨¢s; orgulloso, mantiene que lo suyo siempre fueron las minucias consuetudinarias, que nunca desarticul¨® un comando etarra ni nada parecido, que es un humilde polic¨ªa del mont¨®n.
El tiro que mat¨® a la ni?a
En otra ocasi¨®n apenas pudo disimular el temblor de piernas. lo explica como si hablara Cort¨¢zar: "Un atraco por el barrio de Bilbao, llegamos a ellos, gente que rod¨® por los suelos, pistolas agarradas con las manos, tiros que dispararon, y bueno..." Aquel tiro que mat¨® a la ni?a le suena dentro del coche cada vez que pasa frente a la gasolinera del escenario.Da la impresi¨®n de que Valderas hace 50 a?os deb¨ªa de reunir en su cara todos los ingredientes para convertirla en la m¨¢s aplaudida por los chavales del barrio. Y que, harto ya de tantas resonancias inmerecidas, decidi¨® ingresar en la Brigada Criminal -le encanta la poes¨ªa de aquel nombre antiguo, trocado ahora en Polic¨ªa Judicial-, como diciendo: ahora os vais a enterar de qui¨¦n soy yo. Da la impresi¨®n, pero no fue as¨ª.
Lleg¨® porque le gustaba, sin m¨¢s, y Brigada Criminal huele para ¨¦l a don Antonio Viqueira, los hermanos Matoses, don Mariano R¨ªa Garrad¨®n y otros agentes de los que tanto aprendi¨®. Sin m¨¢s.
Pero su verdadero maestro fue Luis Mata Mart¨ªn, aquel que le dijo lo mismo que ¨¦l le suelta a los novatos: "Quien se sienta polic¨ªa una vez en su vida, ya no podr¨¢ ser otra cosa".
?l quiso ser algo m¨¢s y emborron¨® muchos papeles. Le sali¨® En alg¨²n lugar de la calle, novela abandonada a su suerte por la mitad, encajonada en alg¨²n mueble de su estudio.. "?Pero eso qu¨¦ importancia tiene?", repite 10 veces refiri¨¦ndose a la novela. Reconoce algo de pudor por lo que pudieran opinar los colegas. "Algunas cosas he escrito, pero pa qu¨¦". Si hubiera construido el palacio de Oriente, tambi¨¦n dir¨ªa pero pa qu¨¦".
Y ahora, sentado en su despacho con dos alfombras, su m¨²sica cl¨¢sica, la caja fuerte donde guarda la droga y el dinero aprehendido, los libros que regalan los vendedores de enciclopedias, los cuadros que salieron de su mano, en la pared, sentado en su despacho, dec¨ªamos, Valderas se siente solo. Le asalta el desamparo de quien firma redadas antidroga, desmantelamientos de bandas y cosas parecidas sin saber pa qu¨¦.
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