Una corralada
Miura / Manili, Fundi, Cu¨¦llarToros de Eduardo Miura, de apabulante presencia. Mansos descastados, duros, peligros¨ªsimos. Manili: estocada corta (silencio); estocada corta tendida baja y siete descabellos (silencio). Fundi: pinchazo que rebota en una banderilla, pinchazo, otro hondo, pinchazo -aviso- y estocada (algunas palmas); pinchazo y bajonazo infamante (silencio). Juan Cu¨¦llar: estocada corta atravesada, dos pinchazos, estocada corta -aviso- y descabello (silencio); pinchazo, media atravesada y dos pinchazos (pitos).
Plaza de Las Ventas, 3 de junio. 27? corrida de feria. Lleno.
JOAQU?N VIDAL
Manili -le reprochaban algunos espectadores- no hab¨ªa sacado partido del primer Miura. Se les deber¨ªa preguntar, sin embargo, qu¨¦ partido era ese, salvo pegarle un espadazo donde m¨¢s doliera, pues no ten¨ªa partido ninguno. Ni ese Miura ni la corralada que estuvo saliendo a continuaci¨®n. Seis reses de casta mala, si es que alguno ten¨ªa algo parecido a la casta. Seis animales de desecho, broncos, duros, abantos, ilidiables, de hermosa estampa -es cierto-, pero ni a¨²n as¨ª pod¨ªan disimular su catadura corraleada, su carne de matadero.
Seis toros de Eduardo Miura, seis. Divisa verde y grana; mas, en Madrid, verde y negra, negra de luto negro por mor de la leyenda negra. Seis toros de divisa legendaria, que conoci¨® tardes de gloria junto a otras de tragedia. Esta ganader¨ªa pose¨ªa el tesoro de la casta, un semillero de sangre ind¨®mita. Y saltaban a la arena sus toros pidiendo pelea; dando m¨¦rito a los toreros que se atrev¨ªan con ellos; coronando de laureles a quienes los sab¨ªan dominar; llenando de emocionantes lances los pasajes de la lidia.
La emoci¨®n del toro, desde su estampa a su embestida seria, era patrimonio de la casa Miura. Se habla de tiempos atr¨¢s, que ya empiezan a ser remotos. Porque ahora, lo que echa a los ruedos es pura mansedumbre, disparatada bronquedad, despendolados impulsos propios de los moruchos que sueltan en las capeas. Por eso, seguramente, su lidia se convierte en capea tambi¨¦n y as¨ª ocurri¨® en esta corrida isidre?a. Las reglas de la tauromaquia, el caudal de recursos que sus maestros idearon para dominar los toros peligrosos que desarrollan sentido en cualquiera de sus modalidades y circunstancias, no valen para los miuras de la nueva hornada. El recurso ser¨ªa mantearlos y s¨¢lvese quien pueda, tal cual hizo Fundi con el sardo fachendoso, fort¨ªsimo y traicionero que sali¨® en quinto lugar.
Toros escarbadores, berreones, cuya embestida -el que alcanzara a tenerla- era al estilo bravuc¨®n; es decir, arrancarse desde lejos, defenderse luego del castigo cabeceando y, finalmente, escapar de estamp¨ªa.
Las cuadrillas deb¨ªan tener el reflejo r¨¢pido y el pie ligero para librar los encontronazos que, de producirse, habr¨ªan resultado tr¨¢gicos. La tragedia estuvo merodeando toda la atardecida el redondel de Las Ventas, desde que salt¨® a la arena aquel primer Miura, el m¨¢s miure?o de la manada. Miura de dibujo. Miura con las cl¨¢sicas hechuras de la ganader¨ªa: corpach¨®n ensillado, patas largas, aguja alta, vientre enjuto, pecho badanudo, cuello gaita y un par de astas apuntando a las nubes su buido pit¨®n.
?Pitones buidos, aquellos miuras? No tanto, aunque acabaran en punta -bastante rarita, en realidad- Debi¨® obrarse un prodigio porque d¨ªas antes, en el Bat¨¢n, varios presentaban los pitones romos o luc¨ªan el cuerno a manera de flor¨®n. Flor¨®n de flor; ?oh, qu¨¦ bella met¨¢fora! Y qu¨¦ oportuna. Pues si los toros entran en el corral vente?o con unos cuernos y salen con otros, ser¨¢ porque un santo milagrero les hizo florituras.
La aparici¨®n del sardo apabullante y del c¨¢rdeno veleto, fueron aplaudidas. Y ya, de paso, parte del p¨²blico decret¨® que eran bravos. Allegaban argumentos irrefutables: miren, miren c¨®mo escarban, berrean, corren, se tiran al bulto, cunde la emoci¨®n. De acuerdo, pero si en vez de los miuras sale un hijo de Satan¨¢s con metralleta, a¨²n tendr¨ªa mayor emoci¨®n y adem¨¢s habr¨ªamos corrido todos.
Fundi banderille¨® al segundo y conclu¨ªdo el tercio s¨®lo quedaron dos palos prendidos en el Miura. Despu¨¦s le peg¨® derechazos al estilo antiguo, librando derrotes. Manili y Cu¨¦llar sortearon el peligro como pudieron. La funci¨®n parec¨ªa el oficio de tinieblas. Y al terminar, a los tres diestros les pegaron una pitada. No fue justo, pues lo que merec¨ªan era una ovaci¨®n, por haber salido vivos de la encerrona quit¨¢ndose de en medio aquella infame corralada.
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