Democracia sin formas
?Oficina o Parlamento? Las ampliaciones de Congreso y Senado
Una democracia no puede perder las formas. Desde los ritos protocolarios hasta los detalles arquitect¨®nicos, las ceremonias y los lugares de la soberan¨ªa popular deben transmitir la dignidad de su naturaleza representativa. En Espa?a, sin embargo, tanto el funcionamiento de las c¨¢maras como su presencia urbana adolece de un descuido manifiesto. Los legisladores que elegimos en las urnas el d¨ªa 6 de junio har¨ªan bien en comprender que una de sus m¨¢s importantes tareas es guardar las formas.Las formas no se han perdido en una campa?a electoral agresiva y equ¨ªvoca, ni se perdieron en la rutina de una vida parlamentaria ab¨²lica y absentista: las formas de la democracia comenzaron a desdibujarse cuando se encargaron, a mediados de los a?os ochenta, las ampliaciones del Congreso y del Senado. Estos dos edificios, fragmentados y descre¨ªdos, m¨¢s similares a sedes corporativas que a instituciones representativas, expresan admirablemente la manera en que la mayor¨ªa de los diputados parecen contemplar las c¨¢maras como oficinas de alto standing donde domiciliar la actividad pol¨ªtica partidaria.
De hecho, en las elecciones legislativas no se eligen legisladores: se manifiestan preferencias pol¨ªticas, se otorga apoyo a candidatos presidenciales y se faculta a unos cuantos centenares de ciudadanos, designados por los partidos, a fin de que puedan seguir trabajando para los mismos como liberados, al dotarse de un sueldo p¨²blico y algunos privilegios inherentes a la funci¨®n legislativa que apenas desempe?an. Las ampliaciones del Congreso y Senado dan expresi¨®n arquitect¨®nica a la condici¨®n funcionarial y administrativa de los pol¨ªticos electos de la democracia espa?ola.
Originariamente, tanto el Congreso como el Senado encontraron acomodo en antiguos conventos. Las Cortes, entonces unicamerales, que aprobaron la Constituci¨®n de 1812, se trasladaron a Madrid dos a?os m¨¢s tarde, celebrando sus sesiones en la iglesia del convento de los padres Agustinos; tras diversas interrupciones pol¨ªticas y muy notables modificaciones arquitect¨®nicas -la m¨¢s importante de las cuales fue la de An¨ªbal ?lvarez Bouquel, en 1845-, este convento ha llegado a nuestros d¨ªas como Palacio del Senado. El Congreso, que tiene su origen en las Cortes bicamerales establecidas en 1834, se reuni¨® en el convento del Esp¨ªritu Santo desde esa fecha hasta 1841, en que se decide construir un nuevo edificio sobre el mismo solar de la Carrera de San Jer¨®nimo: el actual Congreso de los Diputados, que termin¨® el arquitecto Narciso Pascual y Colomer en 1850.
Decepci¨®n
Las ampliaciones contempor¨¢neas del Congreso y el Senado son, pues, las intervenciones m¨¢s significativas en ambos edificios desde que, durante el reinado de Isabel II, los primitivos conventos fueran sustituidos (en el caso del Congreso) o extraordinariamente alterados (en el caso del Senado) para dar lugar a los palacios parlamentarios que hoy conocemos. Ni las reformas experimentadas por el ¨²ltimo durante la segunda mitad del siglo XIX -aunque produjeron piezas admirables, como la biblioteca neog¨®tica construida por Rodr¨ªguez Ayuso en uno de los claustros- ni el desafortunado a?adido predemocr¨¢tico al Congreso, que se une al viejo edificio a trav¨¦s de un puente sobre la calle de Floridablanca, son comparables a las ampliaciones de la ¨²ltima d¨¦cada.
La importancia simb¨®lica de ambas ampliaciones deriva, en consecuencia, de ser el primer esfuerzo por dar forma. a las instituciones democr¨¢ticas que se produce en nuestro siglo: la dimensi¨®n de la decepci¨®n que han suscitado debe medirse con el alto rasero emblem¨¢tico inevitablemente demandan. Su com¨²n condici¨®n subordinada a edificios existentes traduce la naturaleza restaurada a la democracia espa?ola, que aspira a establecer una continuidad, m¨¢s voluntariosa que evidente, con nuestro arr¨ªtmico pasado constitucionalista, pero su tambi¨¦n com¨²n trivialidad figurativa refleja m¨¢s bien una voluntad de as¨¦ptica neutralidad que haga del orden civil un paisaje pasteurizado, an¨®nimo y burocr¨¢tico.
El Senado fue ampliado por su arquitecto-conservador, el malogrado Salvador Gayarre, que falleci¨® el a?o pasado, para construir un nuevo hemiciclo, aparcamientos y despachos. Los diferentes vol¨²menes, forrados con piedra clara y rosada en bandas horizontales, se integran con discreci¨®n en la cornisa poniente de Madrid, su vista m¨¢s caracter¨ªstica. El fragmento cil¨ªndrico del hemiciclo se asoma a la calle de Bail¨¦n, alternando la continuidad de las fachadas en una v¨ªa r¨¢pida y desfigurada por el paso elevado cercano, y los despachos se agrupan en un cuerpo prism¨¢tico alrededor de un patio cubierto central (un atrio a la manera anglosajona, que el autor ya emple¨® en su edificio madrile?o para la compa?¨ªa IBM).
El Congreso, por su parte, se est¨¢ ampliando tambi¨¦n con un edificio colindante que contiene despachos, servicios de la C¨¢mara y una nueva sala de usos m¨²ltiples, despu¨¦s de haber renunciado, a introducir -por mera imposibilidad f¨ªsica- otro hemiciclo en la estrecha parcela triangular donde se desarrolla el proyecto. Obra de un grupo de j¨®venes arquitectos-urbanistas catalanes, Mar¨ªa Rubert de Vent¨®s, Josep Parcerisa y Oriol Clos, que ganaron el concurso convocado en 1986, el edificio est¨¢ formado por un cuerpo bajo, sobrio y opaco, adosado a la ampliaci¨®n de los a?os sesenta y adornado con la reiteraci¨®n, m¨¢s desganada que ir¨®nica, del hueco cl¨¢sico del palacio antiguo, y por una pastilla esbelta de despachos, revestida por un muro cortina de vidrio, que se ondula hacia la Carrera de San Jer¨®nimo y forma una afilada arista de nueve plantas de altura en la esquina de Cedaceros.
Problemas
Ambos edificios han tenido problemas con sus vecinos, y en ninguno de los casos puede decirse que las Cortes hayan sido corteses con la ciudad que tan generosamente las acoge. La ampliaci¨®n del Congreso oblig¨® a demoler una manzana entera de edificios protegidos, dando lugar a la primera modificaci¨®n del por entonces reci¨¦n aprobado Plan General de Madrid, en una actuaci¨®n de escasa ejemplaridad; la del Senado, que ha dotado a sus miembros con un amplio garaje de 250 plazas, ha mantenido la abusiva ocupaci¨®n de la plaza de la Marina Espa?ola y ha prohibido el aparcamiento en torno suyo con la despreocupaci¨®n caracter¨ªstica de las instituciones que, para resolver problemas de seguridad, se atribuyen el uso privado del dominio p¨²blico ciudadano.
En contraste con esta voraz met¨¢stasis parlamentaria, la vida intramuros contin¨²a con el mismo ritmo so?oliento y las ocasionales conspiraciones que sin duda debieron darse en los conventos cuyos solares ocupan. Las celdas son hoy despachos, y la iglesia, c¨¢mara de plenos, pero la endogamia enclaustrada de unos pol¨ªticos que contemplan la calle a trav¨¦s del vidrio ahumado y blindado de sus despachos es un todo semejante al aislamiento narc¨®tico de los funcionarios o los frailes. Las viejas habilidades dram¨¢ticas de los profesionales de la pol¨ªtica son ya obsoletas; las obras que hoy se representan contienen pocos papeles, y ni siquiera requieren el apoyo solidario de un coro afinado: bastan las prima donnas y el escenario electr¨®nico de los estudios televisivos. En la iglesia o en el hemiciclo se reza, se gira la llave, se leen breviarios o diarios, se dormita.
El escaso entusiasmo de los propios protagonistas hace m¨¢s f¨¢cil de entender la renuncia de los arquitectos a sacralizar la vida parlamentaria. El lenguaje posmoderno, contextual y manieritas, de ambas ampliaciones, proviene sin duda del clima intelectual cl¨ªnico y conformista de los a?os ochenta, con su evocaci¨®n juguetona del clasicismo, su rechazo de la trascendencia y su huida de las expresiones rotundas, pero proviene tambi¨¦n de la ausencia de pasi¨®n, el desali?o formal y la rutina de los usuarios. Son dos r¨¦plicas en tono menor de la arquitectura del ¨²ltimo Stirling en el Senado, y del Venturi de la National Gallery en el Congreso, pero son tambi¨¦n un reflejo preciso de la falta de convicci¨®n del parlamentarismo espa?ol contempor¨¢neo, que ha recuperado una venerable instituci¨®n cuando los medios de comunicaci¨®n y la sociedad del espect¨¢culo la han vaciado de sentido, dej¨¢ndola como una c¨¢scara hueca y sonora.
Hace ya casi dos a?os, en septiembre de 1991, el Rey inaugur¨® el nuevo edificio de ese Senado que se quiere c¨¢mara de representaci¨®n territorial; ni Pujol, ni Ardanza, ni Fraga -los tres presidentes de las autonom¨ªas hist¨®ricas- se molestaron en asistir. Al comenzar el pr¨®ximo curso parlamentario, presumiblemente, se inaugurar¨¢ el nuevo edificio del Congreso, del que s¨®lo resta la reforma de la antigua extensi¨®n. Ser¨¢ interesante comprobar cu¨¢ntas agendas de pol¨ªticos encontrar¨¢n un hueco para asistir a la ceremonia. A fin de cuentas, resultar¨ªa parad¨®jico que los ocupantes de las sedes parlamentarias fueran los que menos creen en sus virtudes, y que estos conventos urbanos estuviesen habitados por frailes descre¨ªdos. Pero a¨²n en ese caso este votante les rogar¨ªa que guardasen las formas. r
Babelia
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