La soledad de Major
EL PRIMER ministro brit¨¢nico, John Major, parece condenado a fracasar en cada uno de sus proyectos. Sus pol¨ªticas se tuercen y todo parece deshacerse a su alrededor. Uno de sus principales ministros, el reci¨¦n destituido canciller Norman Lamont, se permite vituperarle ante los Comunes; su partido, el Conservador, est¨¢ dividido y encrespado; las encuestas de opini¨®n le son adversas; su antecesora, la hoy marquesa Margaret Thatcher, encabeza una rebeli¨®n contra quien fue su protegido; la City londinense, s¨ªmbolo de la econom¨ªa brit¨¢nica, asume t¨¢citamente su indefensi¨®n ante el terrorismo y se parapeta tras un muro policial.Si se recuerda que hace s¨®lo un a?o gan¨® unas elecciones con mayor¨ªa absoluta y contra pron¨®stico, podr¨ªa pensarse que Major no ha dado la talla exigible a un primer ministro. Pero eso ser¨ªa hasta cierto punto injusto. La indecisi¨®n que le atribuyen sus enemigos no es del todo cierta. Major adopt¨® una pol¨ªtica europea en Maastricht, razonablemente intermedia entre el federalismo de Bruselas y el aislacionismo de alg¨²n sector brit¨¢nico, y la ha defendido ante el Parlamento de Westminster en dificil¨ªsimas circunstancias. Prometi¨® vencer a la inflaci¨®n, y la ha situado por debajo del 2% anual.Pese a ello, su partido y los electores se alejan de ¨¦l. El reciente rev¨¦s electoral en los condados y la circunscripci¨®n de Newbury no admite otra interpretaci¨®n. Lo que echan en falta los brit¨¢nicos, muy especialmente la clientela tory, no es una gesti¨®n razonable, sino ideolog¨ªa, sentido de la direcci¨®n, pol¨ªtica con may¨²sculas. Major, que sufre las limitaciones adicionales de una mayor¨ªa parlamentaria estrecha y una econom¨ªa que no acaba de remontar, ha sido incapaz de articular un proyecto de largo alcance con el que dar significado a la gesti¨®n cotidiana.
Esa carencia es particularmente notable en un pa¨ªs, el Reino Unido, habituado durante m¨¢s de una d¨¦cada a Margaret Thatcher, frente a la que se pod¨ªa sentir devoci¨®n u odio, pero no indiferencia. Cada vez que Major propone una ley, un proyecto, surgen las preguntas: ?para qu¨¦?, ?cu¨¢l es el objetivo a largo plazo? La ¨²nica respuesta ofrecida hasta ahora ha sido la Carta del Ciudadano, un tibio plan para mejorar la actitud del sector p¨²blico ante el usuario. Interesante, pero abrumadoramente insuficiente.
En el caso de los conservadores brit¨¢nicos, adem¨¢s, el ¨²nico soporte apto para mantener la cohesi¨®n son las grandes ideas. Thatcher mantuvo disciplinado a su partido durante m¨¢s de una d¨¦cada, a pesar de que en ¨¦l coexist¨ªan reaccionarios decimon¨®nicos y centristas, europe¨ªstas y eur¨®fobos, y notables enemigos de la primera ministra. La clave era la idea. Presentar un proyecto de sociedad audaz, de largo alcance, en el que todos los conservadores pudieran estar de acuerdo y bajo el que todos pudieran olvidar sus diferencias.
El grito de guerra de Thatcher contra los sindicatos, contra el Estado, por el capitalismo puro y la libertad individual, cautiv¨® a las clases medias, espinazo del conservadurismo, y la sostuvo durante dos recesiones, varias crisis internacionales y fases de enorme impopularidad. A John Major le falta la idea y se adivina una falla pol¨ªtica esencial en su personalidad: su temor a crearse enemigos. No hay pol¨ªtica sin enemigos. Nadie tuvo m¨¢s que Thatcher y gan¨® tres elecciones. Esforz¨¢ndose por contentar a todo el mundo, el primer ministro del Reino Unido no contenta a nadie. Sus problemas proceden precisamente de quienes deber¨ªan ser sus amigos por definici¨®n, el grueso de su partido y las clases medias del sureste ingl¨¦s. Si aciertan quienes pronostican su ca¨ªda este verano o el que viene, no ser¨¢ por culpa de los laboristas o la ultraderecha thatcherista. Ser¨¢ su base natural, la gran masa intermedia de los conservadores, la que le derribar¨¢, en busca de alguien menos agradable pero m¨¢s s¨®lido, m¨¢s prometedor, m¨¢s pol¨ªtico.
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