Se quedan
Se quedan. Y adquieren as¨ª un aspecto distinto. Se quedan para siempre. (No hay que huir de la expresi¨®n). Concluyen un ciclo, como quien cumple una edad y entra en otra, definitiva, para la cual se hubiera estado preparando largamente.Nombre y reputaci¨®n se adhieren a la sustancia de la cosa, escribi¨® Lichtenberg. As¨ª como en la hermosura de una mujer resplandecen las miradas de sus admiradores, as¨ª tambi¨¦n el amor de los ojos de los aficionados enciende en torno a ciertas pinturas un halo que se mantiene y acrecienta con los a?os. Son las grandes viajeras, aquellas cuyo nombre circula de ciudad en ciudad y de una edad a otra. Como esa Santa Catalina pintada por Caravaggio para el cardenal Del Monte que entra, a los pocos a?os, en la colecci¨®n Barberini, la m¨¢s famosa de la Roma barroca. De ella escribe, admirado, Bellori en 1672. Y en nuestro siglo, Venturi, Mahon, Berenson y (repetidamente) Longhi, entre otros.
O esa figura de hombre con clarinete que P?casso vendi¨® a Uhde, el primero y m¨¢s firme defensor de la pintura cubista (fue en buena medida su apoyo el que propici¨® que la prensa sensacionalista francesa denunciara en el cubismo una conspiraci¨®n boche contra el gusto franc¨¦s). En 1921 tuvo que dispersarse su colecci¨®n y el hombre con clarinete lo adquiri¨® el americano Douglas Cooper, el historiador que acu?¨® la denominaci¨®n cubismo esencial.
Son cosas, objetos f¨ªsicos, pero se han incrustado profundamente en los registros del lenguaje, forman parte de nuestra memoria. Millones de personas las han visto pasar con ojos curiosos, admirados, envidiosos, indiferentes o apasionados. Nacidas en un momento privilegiado de una consciencia individual, su destino es entrar en la consciencia colectiva.
Lo alcanzan all¨ª donde, inviolables e intangibles, se ofrecen al goce de todos. Para siempre.
Tom¨¢s Llorens es conservador jefe de la colecci¨®n Thyssen-Bornemisza.
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