Los Pirineos no mueven el escalaf¨®n
El colombiano Rinc¨®n dio el primer triunfo al Amaya
Rominger se interesa por Mej¨ªa y Jaskula. Mej¨ªa est¨¢ preocupado por Rominger. Rijs parece con forme con su suerte. Bugno necesita tratamiento. Chiappucci habla poco desde hace unos d¨ªas. Pero nadie mira hacia el rostro impenetrable de Indur¨¢in. Sus rivales pasan lista entre s¨ª. Ayer no hubo m¨¢s ausencia que la de Hampsten y se dieron por satisfechos. As¨ª pinta este Tour en el que los objetivos se minimizan y la rutina diaria se limita a constatar c¨®mo corre el escalaf¨®n. Entre tanto, Javier M¨ªnguez volvi¨® a ser fiel a s¨ª mismo: regresar¨¢ a casa con una etapa bajo el brazo y, de propina, un seguro de vida para ir tirando, el joven Antonio Mart¨ªn.
M¨ªnguez siempre encuentra agua en el desierto. Tiene un olfato especial para estudiar los acontecimientos en directo. Juega con pocas bazas pero suele adivinar el momento en el que aparece una brecha en la carrera. Entonces, env¨ªa a uno de sus pupilos, previamente aleccionado.
Ayer el director de Amaya lo fi¨® todo a una operaci¨®n de largo recorrido porque el colombiano Rinc¨®n ten¨ªa por delante nueve puertos y casi 200 kil¨®metros cuando solt¨® amarras del pelot¨®n. Rinc¨®n supo administrar energ¨ªas y elegir el momento adecuado para desembarazarse de sus dos acompa?antes (Virenque y Sierra). No ir¨ªa muy descaminado quien apostara que M¨ªnguez fue quien precis¨® cu¨¢ndo deber¨ªa llegar el ¨²ltimo ataque.
M¨ªnguez, por tanto, debi¨® sospechar que la primera jornada pirenaica no presagiaba conflicto generalizado porque un ataque tan madrugador acaba difunto cuando hierve la sangre de los que luchan por la general. Es f¨¢cil advertirlo porque las hostilidades vienen precedidas de movimiento de tropas desde primeras horas de la ma?ana junto con periodos de calma chicha. Aparecen luego los equipos que establecen cabezas de puente, se aprecian peque?as refriegas para tantear el volumen de las fuerzas. A kil¨®metros de distancia se huele que algo va a pasar. Ayer M¨ªnguez no debi¨® observar nada de eso. Transici¨®n en los Pirineos. Y Rinc¨®n a la caza de una etapa.
Nada m¨¢s sucedi¨® salvo comprobar c¨®mo la escapada de Rinc¨®n y compa?¨ªa se iba consolidando con el paso de los kil¨®metros y la inactividad general. Cada uno de los puertos, y as¨ª hasta nueve, presentaba el mismo cariz: Rominger que salta para engordar su cuenta personal del premio de la monta?a y Chiappucci que le persigue por si acaso. Los corredores del Banesto se colocaron como guardaespaldas de Indur¨¢in para exagerar la sensaci¨®n de dominio.
Del ¨²ltimo puerto cab¨ªa esperar algo m¨¢s, pero parece que los concursantes han coincidido en las formas. Se llevan a la monta?a la calculadora, interpretan los datos con mucha prudencia, optan generalmente por la no intervenci¨®n y se resguardan al abrigo de un l¨ªder omnipresente. La general se mueve por defecto, nunca por exceso. Es un Tour tan ordenado que la clasificaci¨®n funciona como las escalas salariales en el funcionariado: simplemente se cubren las plazas va cantes. Eso es lo que sucedi¨® ayer con Hampsten y Breukink. Llegaron tarde.
Chiappucci est¨¢ a unos segundos de Hampsten, a quien se lo puede tragar la tercera semana, Delgado es d¨¦cimo por un motivo semejante. Como quiera que Rominger no ataca la posici¨®n de Jaskula, ni Jaskula la de Mej¨ªa, y Mej¨ªa no ve otra cosa que la rueda de Indur¨¢in, la monta?a pierde todo su sentido. Todos se miran entre s¨ª por si alguno falta. Desde luego, nadie mira al l¨ªder. El respeto ha degenerado en sumisi¨®n.
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