Los denostados
La memoria literaria es selectiva: s¨®lo algunos grandes escritores pasan a adquirir esa inmortalidad que concede la perduraci¨®n en las sucesivas hornadas de lectores. Entonces se habla de cl¨¢sicos. Pero, incluso ellos se ven a veces sometidos a las mudanzas del gusto. G¨®ngora ha sido el cl¨¢sico castellano m¨¢s vivo de este siglo despu¨¦s de vagar en el olvido durante cerca de 300 a?os. M¨¢s all¨¢ de memorias y desmemorias, hay otros escritores que padecen no ya el olvido sino el castigo, la increpaci¨®n, el denuesto. A sus detractores no les basta con que floten por los difusos limbos de la indiferencia. Ni se les lee ni se les representa, pero se les ataca cada vez que la ocasi¨®n lo requiere.Acabo de ver Las de Ca¨ªn, la deliciosa comedia que escribieron all¨¢, a comienzos de siglo, los hermanos ?lvarez Quintero, una de las bestias negras de la cultura literaria de la izquierda espa?ola. (La derecha ha tenido muchas m¨¢s, pero ¨¦se era su papel). No s¨¦ exactamente qu¨¦ tiempo hac¨ªa que no se les repon¨ªa en Madrid, pero s¨ª mucho. Y la verdad es que, a la vista de la obra y de c¨®mo est¨¢ el teatro -casi habr¨ªa que decir c¨®mo no est¨¢-, uno no tiene sino motivos para la perplejidad. Porque se trata de un juego c¨®mico perfecto, lleno de ingenio y de intenci¨®n, una s¨¢tira amable, que sigue viva, aunque las circunstancias que la propiciaron (el problema de las chicas casaderas) hayan desaparecido por fortuna. En los ¨²ltimos a?os del franquismo, cuando ya tampoco se les repon¨ªa (salvo por p¨ªas agrupaciones regionales), cr¨ªticos ilustres hubo que se lanzaron contra ellos con todas sus armas e iracundias. Ha sido casi un t¨®pico. A un lado estaban los buenos, Lorca y Valle; al otro, en el infierno, los "gloriosos hermanos", como el gran don Ram¨®n los llamaba con zumba. Ninguna duda hay sobre la excepcionalidad de Lorca y Valle. Pero el arte menor tiene tambi¨¦n derecho a existir.
Un ex director -excelente- del teatro Espa?ol me cont¨® que le hubiera gustado montar una obra de los Quintero, pero no le hab¨ªa sido posible: le habl¨® del proyecto al concejal de turno y ¨¦ste puso el grito en el cielo. Grito o ga?ido del mun¨ªcipe que, para estar justificado, deber¨ªa haber procedido de un conocimiento directo de los autores, cosa de la que dudo, como mi interlocutor dudaba. Nada: el edil concentr¨® pavIoviana, heroicamente, sus energ¨ªas en ese grito de resistencia al infiel que, por un momento, le devolvi¨® la memoria de otros gritos ya perdidos en los confusos aires del consenso y el posibilismo, y clam¨® firme: "No pasar¨¢n". Y, en efecto, no pasaron. Los Quintero, no; otros, bastante m¨¢s mediocres, s¨ª.
Una de las pocas excepciones de relieve que conozco a esta valoraci¨®n de los Quintero es la de Luis Cernuda, quien no tuvo inconveniente -¨¦l tan severo, en especial con la literatura dram¨¢tica- en romper una lanza a favor de los autores de Puebla de las mujeres, El patio, El ojito derecho y tantos otros juguetes verdaderamente amables y deliciosos. No lo hizo por andaluz nost¨¢lgico; eso ser¨ªa desvirtuar sus palabras. (Hay otra parte de la obra de los Quintero, melodram¨¢tica y en verso, que est¨¢ definitivamente muerta). Total, que los teatros se despueblan a marchas forzadas, pero eso da igual: modernidad va, es un decir, modernidad viene, con el padre Estado siempre al quite, y ay como no lo est¨¦, que otra vez los gritos de resistencia asordar¨¢n el aire, mientras sobre los Quintero siguen cayendo los denuestos cada vez que se les menciona, no se les edita, es de mal gusto defenderlos, como yo estoy haciendo aqu¨ª, y los espectadores desertan del teatro porque nadie est¨¢ obligado a pagar por aburrirse.
El hecho trasciende los l¨ªmites de la pol¨¦mica teatral y guarda relaci¨®n con la persistencia en nuestra cultura (hablo de la cultura de las gentes de progreso) de pautas r¨ªgidas y proscripciones que no se avienen con la realidad misma de las cosas. El escritor Andr¨¦s Trapiello defendi¨® hace ya a?os la validez de Madrid de corte a checa, la novela de Agust¨ªn de Fox¨¢, y eso le vali¨® ser motejado de fascista. Ahora se ha reeditado con ¨¦xito, y hay quienes ya han cambiado algo de opini¨®n, algo y aun mucho, tanto que la han calificado de novel¨®n. Una impropiedad manifiesta porque ?qu¨¦ dejamos entonces para Guerra y paz? Mal editado sigue estando C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano, que ha sido uno de los pr¨ªncipes de la prosa castellana de este siglo. Nuestros adolescentes leen fraudulentos o problem¨¢ticos libros anglosajones (el imperio manda), pero nadie les incita a leer algunos art¨ªculos de Ruano tan perdurables como La novia de Velarde, El monstruo herido o El caballero Casanova en la noche de Espa?a. Nada digamos de sus memorias, a muchos puntos por encima de tantos memorialistas coet¨¢neos. Y se habla todav¨ªa de literatura memorial y no se le cita. Ruano persegu¨ªa rojos o los aborrec¨ªa, pero los dioses lo eligieron para escribir. Como eligieron a D'Ors, pese a sus ropones azulencos, que sigue yendo por ah¨ª casi de tapadillo, y en Catalu?a adem¨¢s en r¨¦gimen de sospecha extrema: bajo auspicios oficiales se ha editado su obra catalana, no la castellana. Mirando m¨¢s hacia atr¨¢s: no hay un tomito accesible con las poes¨ªas de Men¨¦ndez Pelayo, que fue un buen poeta, como bien sab¨ªa Borges. Otra cuesti¨®n es que llevara un trabuco escondido, de chi¨ªta del catolicismo.
La literatura y el arte en general han de exceder los dogmas y las maldiciones de la historia. A veces, las peque?as maldiciones, como la de los Quintero, que no molestan a nadie pero suscitan la risa poderosa e higi¨¦nica en vez de ponernos a todos falsamente l¨²dicos, ah¨ªtos de dramaturgias y sumidos en las cavernas del bostezo. Fox¨¢ puede irritar, pero se le ve tanto el plumero, cuando el ultra lo habita, que llega a ser inofensivo. La poes¨ªa de don Marcelino es excelente, y poco m¨¢s hay que decir. Como de la prosa de Ruano o de D'Ors. Pero se impone considerar tambi¨¦n al env¨¦s de todo esto: hemos cacareado a autores y obras que o se nutren de otros m¨¦ritos literarios o no resisten. ?Qui¨¦n puede hablar con rigor del teatro de Unamuno? ?O del teatro de los Machado, aunque ¨¦ste s¨ª se reedite? ?O del teatro de Pedro Salinas, o del de Miguel Hern¨¢ndez? El mismo Unamuno nivolista -no el autor de Paz en la guerra, novela, esta s¨ª, hermos¨ªsima-, ?puede considerarse una figura clave de la narrativa espa?ola contempor¨¢nea?
No hay santones ni r¨¦probos: s¨®lo escritores. La mitolog¨ªa religiosa no puede formar parte de la cultura. Cierto: la literatura no es inocente, pero a la literatura de calidad la define, entre otras cosas, su capacidad para trascender sus propias limitaciones ideol¨®gicas. Puede invocarse a la vez a Lenin y Adorno para justificar este aserto. No es preciso; lo exige el m¨¢s estricto sentido com¨²n. Hay que aceptar este hecho hasta las ¨²ltimas consecuencias. Lo dem¨¢s es cultura de trinchera, es decir, anacronismo.
es cr¨ªtico literario.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.