Los esp¨ªritus veloces
La jerarqu¨ªa que dicta la celebridad, por lo general bien distinta a la que aconseja el buen juicio art¨ªstico, determin¨® que el cuarteto del contrabajista Charlie Haden saliera por delante del tr¨ªo del guitarrista John MacLaughlin. En consecuencia, el primero se vio obligado a administrar cuidadosamente su tiempo para ofrecer uno de los mejores conciertos del festival, mientras el segundo dispuso de minutos a raudales para evidenciar una alarmante falta de ideas. Obviamente, deber¨ªa haberse invertido el orden.Haden mont¨® un peque?o estudio de grabaci¨®n sobre el escenario. Tras saxo, piano y bater¨ªa, situ¨® una barrera ac¨²stica para que su o¨ªdo, extraordinariamente sensible, distinguiese mejor el sonido solemne y profundo del contrabajo. As¨ª es su mundo expresivo: po¨¦tico y atento al detalle. En apenas una hora expuso un rico y variado repertorio basado en piezas propias, de Charlie Parker y de Warne Marsh. Maravillas como Segment background music, Hello my lovely y First song fueron mimadas por el apasionado saxo tenor de Ernie Watts, el cult¨ªsimo piano de Alan Broadbent (director musical de Nathalie Cole) y la dulce bater¨ªa del hist¨®rico Larance Marable.
Cuarta jornada de Jazzaldia
Charlie Haden Quartet West, John McLaughlin y The Free Spirits, Jam session, dirigida por Delfeayo Marsalis. Plaza de la Trinidad y terraza del Ayuntamiento. San Sebasti¨¢n, 26 de julio.
Desde su instrumento, Haden distribuy¨® con mano maestra las masas sonoras hasta obtener un resultado original y equilibrado. Tuvo, adem¨¢s, el buen detalle de acabar su actuaci¨®n deseando suerte al renacido festival donostiarra.
Es indudable la importancia hist¨®rica de John McLauglilin. El brit¨¢nico ha capitaneado avances significativos para la guitarra moderna y ha abierto espectaculares cauces t¨¦cnicos, adoptados con avidez por la mayor¨ªa de sus colegas, pero no termina de sacudirse de encima cierta tendencia a picotear alocadamente en est¨¦ticas algo trasnochadas y a venerar la quinta marcha de su instrumento. M¨¢s que Los Esp¨ªritus Libres, su ¨²ltimo grupo deber¨ªa llamarse Los Esp¨ªritus Veloces. Dennis Chambers, bater¨ªa muy apreciado en un c¨ªrculo musical regido por la fuerza bruta, practica una forma de percusi¨®n decididamente gimn¨¢stica, rebosante de b¨ªceps y plagada de golpes centelleantes, como si se defendiese de mil enemigos a la vez. El joven Joey de Francesco conoce tan bien el funcionamiento del ¨®rgano Hammond que no resiste la tentaci¨®n de demostrar, una y otra vez, sus m¨²ltiples ventajas; con la trompeta, en cambio, es todo contenci¨®n y hondura: nota por nota, la misma contenida hondura que era patrimonio exclusivo de Miles Davis.
El grupo tan pronto parec¨ªa una Mahavishnu Orchestra en peque?o como un tr¨ªo t¨ªpico de los a?os cincuenta en grande. Como se ve, faltaba sentido de la proporci¨®n y, sobre todo, personalidad de grupo.
McLaughlin, de vuelta a su faceta el¨¦ctrica despu¨¦s de un largo periodo dedicado a la f¨®rmula ac¨²stica, correteaba por el m¨¢stil en persecuci¨®n de no se sabe qu¨¦ nota perdida, y abusaba de las aceleraciones bruscas y los frenazos en seco para deleite de los coleccionistas de an¨¦cdotas guitarr¨ªsticas. Pobres recursos para todos los dem¨¢s. Un sector del p¨²blico empez¨® a impacientarse y la cosa hubiera ido a m¨¢s si Chambers no hubiese mediado con un largu¨ªsimo solo, inofensivo en lo musical, pero francamente aprovechable en lo visual. Finalmente, el raudo tr¨ªo de McLaughlin triunf¨®.
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