Donde todo vale
LA MATANZA de ocho ni?os de la calle mientras dorm¨ªan, en pleno centro de R¨ªo de Janeiro, el pasado 23 de julio, ha sacado a flote casi todos los males que padece Brasil, y que el visitante de la ciudad maravillosa trata de no ver para que la mala conciencia no le amargue el viaje. En los hoteles de las playas de Copacabana e Ipanema y en los folletos de las agencias de viaje, la terrible realidad de esos meninos da rua se reduce a las advertencias al visitante de que tenga cuidado con sus pertenencias y de que no salga a pasear con objetos de valor para evitar los asaltos.Las bandas de ni?os act¨²an con la ferocidad de pira?as que luchan por la existencia cotidiana en las calles de R¨ªo y las grandes ciudades de Brasil. En esa lucha existencia? y darwiniana por sobrevivir en un medio hostil vale todo. Los comerciantes y ciudadanos afectados recurren a cualquier m¨¦todo. Unos, pactan con las bandas de ni?os y les dan algo para que coman a cambio de tranquilidad. Otros optan por la v¨ªa m¨¢s expeditiva y pagan a: escuadrones de la muerte, formados casi siempre por polic¨ªas en sus horas libres, para que eliminen o escarmienten a lo que consideran una escoria social, una basura que ensucia las ciudades y deteriora el paisaje.
Todo parece indicar que los autores de la matanza de R¨ªo han sido polic¨ªas militares. As¨ª suele suceder. De los casi' 150 polic¨ªas de R¨ªo identificados en los ¨²ltimos a?os como pertenecientes a grupos de exterminio s¨®lo 28 han sido excluidos del cuerpo. En Brasil, la misma polic¨ªa advierte en ocasiones a las v¨ªctimas de cr¨ªmenes y asaltos que el problema no tiene soluci¨®n e insin¨²a la posibilidad de liquidar a los autores por una suma ' adecuada. As¨ª son las regla s de la jungla del asfalto. -
Las decenas de miles de chicos abandonados en las calles son s¨®lo un. exponente de las consecuencias desastrosas de la econom¨ªa brasile?a, donde un capitalismo poco desarrollado y depredador ha implantado como norma el vale todo con tal de enriquecerse de la forma m¨¢s r¨¢pida posible a, cambio de lo que sea. Todo esto ocurre bajo la mirada c¨®mplice de un Estado incapaz de resolver sus propios problemas o de prestar la m¨ªnima atenci¨®n social a los m¨¢s d¨¦biles e indefensos de sus ciudadanos: los ni?os abandonados, los ind¨ªgenas y las masas de pobres marginales que viven en las favelas que rodean o se cuelgan por los montes en las grandes ciudades.
Por eso resulta grotesca la reacci¨®n del presidente de Brasil, Itamar Franco, de escamotear la propia responsabilidad e intentar culpar a la econom¨ªa del primer mundo de lo ocurrido. Franco critic¨® tambi¨¦n a sus embajadores en los pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo por no haber respondido en la forma adecuada a las informaciones negativas derivadas de la matanza de
R¨ªo. En vez de abrir una investigaci¨®n sobre lo ocurrido y depurar la polic¨ªa de asesinos, Franco pretende destituir a sus embajadores por no defender como
es debido en la prensa extranjera la imagen de Brasil.
Una vez m¨¢s se responsabiliza de los propios defectos
al ajeno mundo.
El panorama que se intuye con la simple descripci¨®n de los hechos (cinco pistoleros dispararon sus armas contra los 43 ni?os que dorm¨ªan en el portal de una iglesia, asesinando a ocho de ellos) pone de manifiesto los males estructurales de la econom¨ªa y sociedad de un Brasil que un d¨ªa se consider¨® "el pa¨ªs del ftituro". Es una expresi¨®n palpable de un pa¨ªs donde todo est¨¢ permitido: hacendados que asesinan a l¨ªderes sindicales como Chico Mendes, garimpeiros que matan indios para sacar oro o polic¨ªas que aniquilan a m¨¢s de un centenar de presos, como ocurri¨® hace apenas unos meses en la c¨¢rcel de Caradiru, en S¨¢o Paulo.
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