"Yo estudie con la Seccion Fem¨¦nina"
Hace cuatro d¨¦cadas que vino, al mundo en unajaima (tienda) de Leinseyet, a 500 kil¨®metros de desierto de El Aai¨²n. Su padre -enrolado en las tropas n¨®madas del Ej¨¦rcito- la llev¨® a la capital del S¨¢hara cuando cumpli¨® cuatro a?os. "Yo estudi¨¦ all¨ª en la escuela de la Secci¨®n Femenina", recuerda Aisa Mohamed Mati, de regordeta tez morena, que aprendi¨® de memoria la lista de los reyes godos y tambi¨¦n debi¨® entonar el Cara al sol. "Si te haces respetar, te respetan", recomienda -ahora a los inmigrantes magreb¨ªes que se cruza por las calles de Madrid. Pero no todos pueden decir, como ella: "Soy la se?ora de Beltr¨¢n, de Carabanchel".A los 17 a?os rompi¨® con ?frica -ya se hab¨ªa divorciado del joven saharahui con el que la cas¨® su familia a los 15- y se fug¨® con el suboficial del cuerpo de sanidad que hoy es su marido. Con su DNI en la mano -el mismo que el de-los espa?oles, pero de color rojo-, se cas¨® en Madrid en el invierno de 1972.
"Romp¨ª con las reglas del juego. Lo nuestro estaba muy mal visto. Hubo muy pocos ca sos de parejas mixtas en el S¨¢hara; tal vez alguna relaci¨®n temporal...". Su huida fue un esc¨¢ndalo en la peque?a capital colonial. "Me buscaba la poli c¨ªa. Mi esposo a¨²n sigue en el Ej¨¦rcito, aunque tuvo algunos problemas con sus superiores. Por supuesto, no le permitieron regr esar al S¨¢hara".
Aisa jugaba en las calles de El Aai¨²n con ni?os canarios, hijos de trabajadores en la colonia. "Los militares no se trataban con nosotros, nos miraban por encima del hombro. Incluso hab¨ªa algunos que nos llamaban piojosos".
Despu¨¦s lleg¨® Galicia. Un campamento del interior donde vio la nieve por primera vez, y la ropa tendida, vencida por los car¨¢mbanos. El paso del desierto a los bosques del norte desemb¨®c¨® en una crisis de ansiedad y en la consulta de un psic¨®logo. "Nunca me sent¨ª discriminada, las mujeres de los compa?eros del cuartel me ayudaron a dar a luz en una aldea`. Pero tambi¨¦n sinti¨® al llegar a la Pen¨ªnsula el velado rechazo que le transmit¨ªa la familia de su marido.
Y desde hace 14 a?os vive en Madrid. "En la capital cada uno va a lo suyo. Todos tienen prisa y casi nadie repara en ti". Pero Aisa tambi¨¦n sabe que su piel es m¨¢s oscura. "La diferencia asusta; hay gente que tiene miedo a todo lo que no es lo suyo. Lo noto cuando voy en el autob¨²s o paso por la Puerta del Sol [lugar de reuni¨®n habitual de inmigrantes] y oigo comentarios como 'esto parece un zoco de droga'. Siento verg¨¹enza. Es puro desconocimiento, pero la piel nos marca".
Colorante purificador
Esta mujer, que ha tra¨ªdo al mundo cuatro hijos, es una vecina m¨¢s de su barrio, con la misma preocupaci¨®n por el futuro de su familia cuando recorre mercados y tiendas. La misma que se, indigna por las desventuras de las magreb¨ªes "esclavizadas por el trabajo dom¨¦stico o la prostituci¨®n".En la escuela de El Aai¨²n, a los ni?os espa?oles les repugnaba que Aisa se ti?ese las manos con henna, un colorante purificador en las celebraciones musulmanas. Aun as¨ª, sue?a con regresar alg¨²n d¨ªa a su desierto. "Pero s¨®lo si es libre, o no volver¨¦ jam¨¢s al S¨¢hara", advierte Aisa, que luce en la solapa una banderita del Frente Polisario.
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