La sombra del ¨¢guila (4)
La gitana del comandante Gerard
Cuentan los libros, al referirse a la campa?a de 1812 en Rusia, que acudiendo en socorro de un batall¨®n aislado -el nuestro-, Murat dirigi¨® en Sbodonovo una de las m¨¢s brillantes cargas de caballer¨ªa de la historia, ya saben, mucho 11 sus y a ellos", galope de caballos y un zas-zas de sablazos entre humo y toques de corneta. Despu¨¦s llega Gericault, es un suponer, pinta con eso un cuadro que van y cuelgan en el Louvre, y entonces todo el mundo oh, celui-la, m¨®ndieu que es hermosa la guerra, tan heroica y dem¨¢s.Heroica mis narices, Dupont. Est¨¢bamos nosotros, si ustedes recuerdan, los del Segundo Batall¨®n'del 326 de L¨ªnea, a unas 500 varas de las l¨ªneas rusas, y los de las primeras filas nos pregunt¨¢bamos ya c¨®mo diablos pod¨ªa hacerse, en mitad de aquel fregado, para demostrarle al enemigo que ¨ªbamos en son de paz, o sea, dispuestos a *pasarnos a sus filas con armas y bagajes. A esas alturas ya no quedaba en el regimiento ning¨²n jefe ni oficial franc¨¦s que lo impidiera. El primer batall¨®n, compuesto por italianos y suizos, hab¨ªa sido aniquilado junto a Vorosik. El resto del 326 lo compon¨ªamos los del segundo, y en cuanto a jefes y oficiales no espa?oles, el asunto estaba resuelto desde hac¨ªa rato, porque justo antes de largarnos hacia el Iv¨¢n, aprovechando el barullo cuando el flanco derecho empez¨® a irse al carajo, tanto el coronel Otidin como el comandante Gerard hab¨ªan recibido cada uno su correspondiente tiro por la espalda, una cosa limpia, bang y angelitos al cielo, m¨¢s que nada por evitar que nos entorpecieran la maniobra. Lo del coronel era lo de menos, porque el tal Oudin -era una mala bestia, normando, creo recordar, que no se fiaba ni de la madre que lo pari¨®;-uno de esos que estaba todo el d¨ªa dale que dale con lo de peggos espagnoles, necesit¨¢is disciplina y cosas por el estilo. Ya cuando el paso del Niemen, Oudin hab¨ªa hecho fusilar, 12 balas para cada uno, a 20 compa?eros que hab¨ªan decidido tomar las de Villadiego y volver a Espa?a por su cuenta s¨ª que nadie lament¨® verlo pararse de pronto, echar una mirada perpleja a la formaci¨®n que marchaba a su espalda y caer redondo en los maizales como un saco de patatas, el hijo de la gran puta, siempre dando la barrila como aquel idiota de comandante, Lecon, a quien el cabo Pel¨¢ez le alumbr¨® la sesera de un pistoletazo cuando el primer mot¨ªn de Dinamarca.
Total, que pasamos por el maizal junto al fiambre del coronel y tambi¨¦n junto al del comandante Gerard. Aquello -s¨ª era una l¨¢stima porque Gerard no era mala gente, sino uno de esos franchutes alegres y amables que hab¨ªa servido en Espa?a, mayo de 1808, en el parque de Montele¨®n, una escabechina que nos contaba con detalle, admirado del valor de nuestros paisanos, y escapado despu¨¦s de Bail¨¦n por los pelos, cuando Casta?os hizo que Dupont, con todos sus entorchados, sus ¨¢guilas y sus oes con acento circunflejo, se comiera una derrota como el sombrero de un picador. Gerard tuvo la suerte de salir con un correo, a caballo, cruzando entre enjambres de guerrilleros que bajaban del monte como lobos a un fest¨ªn, y el desastre lo cogi¨® al otro lado de Despe?aperros, evit¨¢ndole ir a pudrirse a Cabrera con el resto de sus companeros gabachos. Mala suerte, pobre Gerard, salvar el pellejo en Bail¨¦n, cruzar Despe?aperros sin que los guerrilleros se hicieran unas borlas para el zurr¨®n con sus pelotas, para terminar con un tiro nuestro en la espalda, justo en el momento en que se dispon¨ªa a volverse a decirnos: "Varnos, chicos, ser¨¢ duro, pero nos queremos unos a otros, hagamos un esfuerzo m¨¢s, ?qu¨¦ co?o!". "Estarnos intentando construir Europa" y todo eso. En fin, adi¨®s al valiente Gerard, franchute que, hablaba espa?ol y le gustaba sentarse a vivaquear con nosotros escuchando la guitarra de Pinto el cordob¨¦s y que una vez, nos contaba, se tir¨® a una espa?ola guap¨ªsima en el Sacromonte, una gitana de ojos verdes con la que a¨²n so?aba en las noches al raso de esta jodida Rusia. Y ahora pas¨¢bamos a su lado, tendido en el maizal tras haberle pegado un tiro, y el ¨²nico homenaje era apartar la vista para no encontrar sus ojos abiertos como un reproche.
Raas-zaca-bum. Cling-clang. Otra granada rusa revent¨® a la izquierda, tir¨¢ndonos encima metralla y cascotes, y alguie ' n grit¨® en las filas: "Sacar de una maldita vez una jodida bandera blanca porque los ruskis nos van a fre¨ªr como sigamos as¨ª". Pero el plan era aguantar hasta el l¨ªmite como si de veras estuvi¨¦semos atacando, con el ¨¢guila al viento y toda la parafernalia, sin descubrir el pastel por si las cosas se torc¨ªan en el ¨²ltimo momento. Nadie quer¨ªa terminar como aquellos 130 desgraciados del regimiento Jos¨¦ Napole¨®n, entre Vilna y Vitebsk y hasta arriba ya de tanta marcha y tanta contramarcha y tanta Grande Arin¨¦e, y de cascarles a los rusos, que a fin de cuentas, como nuestros paisanos all¨¢ abajo, se limitaban a defender su tierra contra el Enano y los mariscales y toda la pandilla.de mangantes de Par¨ªs, los Fouch¨¦s y los Tayllerand, con sus medallas y sus, combinaciones de sal¨®n y toda su mierda bajo los encajes y las medias de seda y las puntillas. No era -un trabajo simp¨¢tico, aunque te¨®ricamente ¨ªbamos ganando nosotros, o nuestros eventuales aliados franchutes. Te cepillabas a un regimiento ruso y despu¨¦s, al rematar a los heridos con la bayoneta, ve¨ªas las caras de campesinos que te recordaban a tus paisanos de Arag¨®n o de La Mancha, niet, niet, te rogaban los desgraciados, tqvarich, tovarich, y levantaban desde el suelo las manos ensangrentadas, llorando. Algunos no eran m¨¢s que cr¨ªos con los mocos y los ojos desorbitados por el miedo, y a veces t¨² hac¨ªas como que dabas el bayonetazo, pinchando un terr¨®n, o su mochila, y procurabas pasar de largo, pero otras ten¨ªas encima del cogote la mirada de alg¨²n jefazo gabacho, ya sab¨¦is les gars, nada de cuartel. Pas de quartier. Se han cargado al general Nosequiencogne, y hay que vengarlo facturando a unos cientos de estos eslavos. Eso de vengar a los generales ten¨ªa guasa, cuando palmaba uno con gorro de plumas todo era hay que vengarlo y dem¨¢s, que si el honor de la Grande Ar¨ªn¨¦e y todo eso. Pero a los cientos de desgraciados de a pie que casc¨¢bamos a diario en la tropa pod¨ªan perfectamente darnos boudin, que es como en el Ej¨¦rcito franchute llaman a la morcilla. Total, que t¨² andabas por all¨ª, tomando, es un suponer, el reducto de Borodino a puro huevo, y hab¨ªas dejadoen el camino y en el asalto a 300 compa?eros y no pasaba nada. Pero si los Iv¨¢n le hab¨ªan dado candela a uno de nuestros generales, siempre hab¨ªa un capullo que gritaba lo de pas, de quartier cuando alg¨²n oficial estaba cerca de ti para comprobar c¨®mo ejecutabas la orden, y bueno, pues suspirabas hondo y le met¨ªas al niet tovarich que se rend¨ªa la bayoneta por las tripas, y santas pascuas.
El caso es que entre Vilna y Vitebsk, algunos de los espa?oles de Dinamarca ya est¨¢bamos hasta las polainas de todo aquello, y adem¨¢s las noticias que llegaban desde Espa?a no eran como para levantarnos la moral de combate: iglesias saqueadas, mujeres a las que secciones enteras se pasaban por la piedra, los -sitios de Gerona y Zaragoza, la resistencia de C¨¢diz, los ingleses en la Pen¨ªnsula y la guerra de guerrillas. 0 sea, todo cristo luchando all¨ª para echar a los gabachos, y nosotros con su uniforme y su bandera, acuchillando rusos sin que nadie nos hubiese dado vela en aquel entierro, que a poco que nos descuid¨¢ramos iba a ser tambi¨¦n el nuestro. La mayor parte lament¨¢bamos ya no habernos quedado de prisioneros en Hamburgo, porque a ver con qu¨¦ cara lleg¨¢bamos a Espa?a, cuando estuviese liberada, cont¨¢ndoles que hab¨ªamos estado luchando en Rusia con el otro bando. Imag¨ªnense la papeleta. Nosotros no quer¨ªamos, nos obligaron, etc¨¦tera. Se lo juro a usted, se?or juez. Eso si lleg¨¢bamos hasta un juez, aunque fuera en un consejo de guerra. Porque vete a contarle eso a un ex contrabandista de.Carmona que lleva cuatro o seis a?os echado al monte, degollando franceses con la cachicuerna despues de que le ahorcaran al padre, le mataran a la mujer y le violaran a la hija. Seguro que si asom¨¢bamos por all¨ª las orejas, con nuestro curr¨ªculum, ¨ªbamos derechos: de Hendaya o Canfranc al pared¨®n. Eso, r¨¢pido y con mucha suerte si le ca¨ªamos en gracia al. del Carmona. Menudos eran nuestros paisanos si que, entre Vilna y Vitebsk, ciento y pico de espa?oles, no del 326, sino del otro regimiento,'e1 Jos¨¦ Napole¨®n, intentaron abrirse por las bravas. Sali¨® mal la cosa y terminaron por meter la pata del todo al disparar sobre los franceses encargados de cortarles el paso. Total. Despu¨¦s de que se rindieran, lo hicieron formar y fusilaron a uno de cada dos, por sorteo. T¨² s¨ª, t¨² no. T¨² s¨ª, t¨² no. Carguen, apunten, bang. Despu¨¦s nos hicieron -desfilar junto a los fiambres, para que el paisaje sirviera de escarmiento. Aquella noche, en, el vivac, ni siquiera Pinto el cordob¨¦s tuvo ganas de tocar la guitarra, y el comandante Gerard se pas¨® todo el rato callado, por una vez sin darnos la paliza con la histona de su gitana de ojos verdes.
De ese modo nos fuimos acercando a Mosc¨², cada vez m¨¢s convencidos de pasarnos a los rusos a la primera ocasi¨®n. Despu¨¦s de la carnicer¨ªa de Borodino estuvo m¨¢s claro que nunca, 30.000 bajas nosotros entre muertos y heridos y 60.000 los rusos, aquello fue excesivo y algunos mariscales empezaron a murmurar que el Ilustre estaba perdiendo los papeles. Y si los- de los galones y entorchados se mosqueaban, pues fig¨²rense nosotros, que nos hab¨ªa mos comido el baile de cabo a rabo. As¨ª que los espa?oles del 326 fuimos corriendo la voz, hay que quitarse de en medio a la. primera ocasi¨®n, pero con m¨¢s tacto. En Sbodonovo, con el ani quilamiento del primer batall¨®n, la cosa se nos puso m¨¢s f¨¢cil, de modo que con vencimos al capit¨¢n Garc¨ªa, le arregla mos el, cuerpo al coronel Goudin y al pobre comandante Gerard y nos fuimos hacia los Iv¨¢n aprovechando la coyuntura. El problema resid¨ªa en escoger -el momento adecuado para dar el cante. Demasiado pronto, nos cascaban los franceses. Demasiado tarde, los rusos. Lo dificil era encontrar el t¨¦rmino me dio. Lo malo de estas cosas es que, hasta que el rabo pasa, todo es toro.
Y en esas est¨¢bamos en el flanco derecho, con el Petit Cabr¨®n mir¨¢ndonos por el catale o desde su colina, cuando de pronto, en la retaguardia, los h¨²sares del cuarto y los coraceros de Baisepeau, que llevan toda la batalla contemplando el panorama, ven que aparece Murat muy airoso a caballo y se dicen unos a otros la jodimos, Labruyere, vienen a invitarnos al baile, estar aqu¨ª pint¨¢ndola era demasiado bonito para que durase. Y el Rizos que llega con el sable desenvainado y los arenga:
-?Hijos de Francia! ?El emperador os est¨¢ mirando!
Y los h¨²s.ares y los coraceros moviendo la cabeza, hay que fastidiarse, Leduc, pod¨ªa mirar para otra parte, el Enano, con lo grande que es el campo de batalla y toda la maldita Rusia, fijate, y se pone a miramos precisamente a nosotros. Y Murat que apunta con el sable exactamente hacia el sitio de la batalla donde el humo es m¨¢s espeso, o sea, el flanco derecho, donde dicen que hay unos 400 gilipollas que, en lugar de salir por pies como todo el mundo, se empe?an, con lo que est¨¢ cayendo, en ganarse la Legi¨®n de Honor a t¨ªtulo p¨®stumo. Para que los hagan mortadela no nos necesitan a.nosotros. Pero el caso es que Murat hace caracolear el caballo y dice eso que todos estaban viendo venir:
-?Cuarto de h¨²sares! ?Monten!... ?Quinto y d¨¦cimo de coraceros! ?Monten!
0 sea, traducido, Leduc, que hay que ganarse el jornal. Y todo son ahora trompetazos y tambores y relinchos y cag¨¹entodo en voz baja, y el Rizos con sus alamares y sus floripondios saludadopor Fuckermann y Baisepeau, que se ponen al frente de sus respectivas formaciones y sacan los sables. Y alguien dice que la carga es contra los ca?ones rusos del flanco derecho, y ya te lo dec¨ªa yo, Labruyere, que esos espa?oles bajitos y morenos del 326 nos iban a buscar un d¨ªa la ruina, ya me contar¨¢s qu¨¦ co?o hacen en Rusia esos fulanos y encima tir¨¢ndose el pegote como h¨¦roes, hay que fastidiarse, en vez de estar en su tierra con el Empecinado o pudri¨¦ndose en el campo de prisioneros de Hamburgo, como es su obligaci¨®n.
-?Listos para cargar! -grita Murat, que va a lo suyo.
1 -?Desenvaineeeen... sables! -corean Fuckermann y Baisepeau.Y unos 1.300 sables, m¨¢s o menos, hacen fl¨²sras al salir de la vaina y en ese momento, entre el humo y todo lo dem¨¢s, se apartan un poco las nubes y unos aparece el sol como en Austerlitz, un sol grande y redondo, rojizo, muy a lo ruso, y lo hace con una oportunidad que parece preparada de antemano, justo para iluminar las hojas de acero desnudas. Y todo ese bosque de sables reluce con un centelleo que casi ciega a los que est¨¢n en la colina del Estado Mayor alrededor del Ilustre, y todos son parbleus y sacrebleus y qu¨¦ emocionante espect¨¢culo, Sire. Y el Petit sin decir esta boca es m¨ªa' observando con ojo cr¨ªtico la extensi¨®n, cosa de media legua, que la caballer¨ªa debe cruzar en apoyo del 326, y confiando en que el suelo est¨¦ lo bastante compacto a pesar de la lluvia de ayer para que no fastidie las patas de los caballos.
-?C¨®mo lo ve, Alaix9
-Estupendamente, Si-sire, . g racias -respondi¨® Alaix, con prudente entusiasmo, por si al Enano se le ocurr¨ªa la mala idea de enviarlo a ver el paisaje m¨¢s de cerca.
-Digo que c¨®mo lo ve. Qu¨¦ le parece.
-Me pa-parece bien, Sire.
-?Cu¨¢ntas ba as calcula usted que le j
costar¨¢ a Murat llegar hasta los ca?ones rusos?
-No s¨¦-Sire. As¨ª, a o-ojo, unos sesetecientos muertos y he-heridos, Sire. Quiz¨¢ m¨¢s.
-Eso calculo yo -el Enano suspir¨® para la historia- Pero la gloria de Francia lo exige... iC'¨¦st la guerre, A la ix!
-Muy ci-cierto, Sire.
-Triste, pero necesario. Ya sabe, la patria y todo eso.
-Ah¨ª le du-duele, Sire.
Mientras esto se comentaba en la colina, el Segundo del 326 -es decir, nosotros- llegaba a unas 300 varas de los cafiones rusos. Lo que se mire como se mire, aunque sea desertando, era mucho llegar. (Continuar¨¢...)
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