La crisis esta en crisis
En algo est¨¢n todos de acuerdo. Desde los pol¨ªticos a los soci¨®logos, desde los fil¨®sofos a los ministros de Econom¨ªa, desde los entrenadores de f¨²tbol al papa Wojtyla, desde los clept¨®manos a los mafiosos, desde los pilotos de prueba hasta los ciudadanos de a pie, todos coinciden en que estamos en crisis. Y crisis mundial, para mayor sofoco. Si creemos a los mass media, est¨¢n en crisis la unidad monetaria europea y el nuevo orden internacional, el pasodoble y la taquigraf¨ªa, las discotecas y el Parlamento italiano, la Amazonia y la ONU, la vocaci¨®n sacerdotal y la objeci¨®n de conciencia, la monarqu¨ªa brit¨¢nica y la virginidad, los riesgos del Discovery y otras coheter¨ªas, Maastriclit y Mercosur, Dios y el marxismo. Todo est¨¢ en crisis, incluso los mass media.
Cada crisis se divide normalmente en varias subcrisis: la pol¨ªtica, la moral, la econ¨®mica, la ecol¨®gica, la cultural. En cuanto a las subcrisis militares, son menos frecuentes, y si excepcionalmente tienen lugar, ello suele ocurrir cuando alg¨²n din¨¢mico entorchado desaloja al colega que. ha incurrido en excesos o en chapuzas; sobre todo en chapuzas, que a veces desprestigian m¨¢s (especialmente ante los Estados mayores) que las torturas a terceros y las palizas a cuartos.
Como cualquier Papandreu lo sabe, crisis viene del griego krisis, decisi¨®n, que a su vez deriva de krino, separar. Vaya caos. Que por supuesto viene del griego khaos, abismo. (Observar¨¢ el lector que, apelando a la k, todo se vuelve refinadamente hel¨¦nico). Decisi¨®n. Separar. De ah¨ª que la ex Yugoslavia viva una situaci¨®n cr¨ªtica, puesto que la decisi¨®n de serbios y croatas es la de separar a la ex Bosnia-Herzegovina en tres zonas: dos buenas tajadas para ellos y una migaja para losmusulmanes.
En cuanto a la crisis moral, el papa Wojtyla s¨ª que lo tiene claro. Aborto, no; hijitos, s¨ª. Como toda regla eclesi¨¢stica, ¨¦sta tiene su excepci¨®n: lo de hijitos no incluye, como es l¨®gico, a los atormentados sacerdotes y seminaristas., c¨¦libes por decreto. Recientemente, en Denver, el pobre Clinton hizo lo posible para que el Sumo Pont¨ªfice olvidara en la ocasi¨®n toda esa pejiguera de aborto y anticonceptivos, pero no hubo caso. Su Santidad, verdadero cruzado contra el placer, est¨¢ en estos temas tan atrincherado como en la defensa del sexto mandamiento (nota para amn¨¦sicos: "No cometer¨¢s actos impuros", ni a solas, eh, ni en compa?¨ªa). Aunque el di¨¢logo yanqui-pontificio fue confidencial, no es improbable que el orden del d¨ªa incluyera un punto clave: el inminente lanzamiento al mercado sexol¨®gico mundial del nuevo cond¨®n de poliuretano; al parecer todo un prodigio. Brit¨¢nico, para mayor escarnio.
No obstante, no se descarta que Clinton y Wojtyla hayan aproximado sus respectivos sectarismos al abordar el quinto mandamiento ("No matar¨¢s"). Mientras que el nuevo catecismo admite, en ciertos casos, la pena de muerte (confiemos que sin las desolladuras, tenazas, parrillas y cepos de la muy cat¨®lica y Santa Inquisici¨®n), el presidente norteamericano ha seguido la estela punitiva de George Bush, sin duda perfeccionada en los fraternales contactos del hoy ex presidente con Arabia Saud¨ª, donde, como es p¨²blico y mortuorio, se ahorca a ladrones, criminales ?y ad¨²lteros! ?C¨®mo se puede ser ad¨²ltero a partir de un har¨¦n? ?Ser¨¢ que en el dec¨¢logo saud¨ª existe alg¨²n mandamiento que estipula "no codiciar el har¨¦n del pr¨®jimo"?
Pues bien, siguiendo el itinerario bushiano, Bill Clinton ha considerado que la ¨²nica manera de consolidar la seguridad p¨²blica en su poderosa naci¨®n, es decretar un considerable aumento de polic¨ªas y sobre todo del n¨²mero de delitos merecedores de la pena capital. Proyecto de quinto mandamiento reformado: "Matar¨¢s". As¨ª y todo, al presidente no le ser¨¢ f¨¢cil superar el alto list¨®n ya existente, pues (como fue denunciado el 13 de agosto por el Consejo de Amnist¨ªa Internacional, reunido en Boston) ya han sido ejecutadas 23 personas durante 1993 en nueve Estados norteamericanos (en 1992, las ejecuciones fueron s¨®lo 31), en tanto que otros 2.700 condenados se encuentran en los pabellones de la muerte, a la espera de su ¨®bito en democracia. Aun quienes somos ac¨¦rrimos opositores a la pena de muerte, cualesquiera que sean las ideolog¨ªas que las avalen, debemos reconocer que media una apreciable diferencia entre estas cifras y las cinco personas ejecutadas en Cuba en los ¨²ltimos 15 a?os, algo que, sin embargo, provoc¨® una agresiva campa?a, de repercusi¨®n mundial. Lo de siempre: la hipocres¨ªa como una de las bellas artes.
Los norteamericanos tienen adem¨¢s un modo sui generis de hacer justicia: el magnicidio. Quiero aportar aqu¨ª un recuerdo personal. En 1959 fui invitado por el Arnerican Council of Education a visitar Estados Unidos. A pesar del car¨¢cter oficial de la invitaci¨®n, demoraron dos meses en darme el correspondiente visado. Seg¨²n me confes¨® el entonces c¨®nsul norteamericano en Montevideo, la demora se deb¨ªa a que un peri¨®dico uruguayo algo rojillo hab¨ªa reproducido unos poemas m¨ªos, por cierto nada pol¨ªticos. Gracias a insistentes gestiones del organismo anfitri¨®n, por fin lleg¨® el visado, pero entonces hube de contestar por escrito a una interminable serie de preguntas. Entre ellas hab¨ªa dos que verdaderamente me sorprendieron. Quer¨ªan saber si en mi viaje a Estados Unidos yo proyectaba: a) ejercer la prostituci¨®n, y b) asesinar al presidente norteamericano. La respuesta era por escrito y bajo juramento. Cosa seria.
Adem¨¢s de responder negativamente a ambas muestras de sana expectativa, y de jurar como en una pel¨ªcula de Hollywood, a mi vez le pregunt¨¦ al c¨®nsul por qu¨¦ inquietaban tanto a sus compatriotas esas presuntas intenciones de magnicidio a cargo de extranjeros, si en los tres casos de presidentes hasta ese entonces eliminados, los asesinos hab¨ªan sido infaliblemente norteamericanos. (Cuatro a?os m¨¢s tarde, el crimen de Dallas iba a confirmar desgraciadamente mi teor¨ªa). Pero tuve el mal gusto de agregar: "F¨ªjese, se?or c¨®nsul, que si alg¨²n extranjero pretendiera verdaderamente matar al presidente, no iba a tener escr¨²pulos en jurar lo contrario, de modo que el juramento no garantiza nada". Me observ¨® minuciosamente, poro a poro, y su mirada de lupa me pareci¨® la de aquellos malos actores irlandeses que hac¨ªan de oficiales nazis en filmes norteamericanos durante la II Guerra Mundial. Su comentario fue tajante: "Est¨¢ usted en un error. Este requisito no basta para evitar el crimen. Okey. Pero algo garantiza: que el asesino en cuesti¨®n ser¨¢ juzgado no s¨®lo por su crimen, sino adem¨¢s como perjuro". Confieso que el argumento del c¨®nsul me pareci¨® tan convincente que ah¨ª no m¨¢s decid¨ª renunciar a mi programa magnicida. Y a ejercer la prostituci¨®n. Y a incurrir en perjurio. A todo, bah, con excepci¨®n de a Marilyn Monroe. No obstante,
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