La presencia de Harrison Ford y Tina Turner rompe la indiferencia que rodea a la Mostra
Buen y muy dispar cine en 'El fugitivo' y 'El secreto del bosque viejo'
Despu¨¦s de una semana cercada por la indiferencia ambiental, la Mostra se calent¨® ayer un poco. No mucho, ciertamente. Ni siquiera la leyenda viviente de Harrison Ford ni la explosiva gracia de la veintea?era cincuentona Tina Turner, que, desde la noche del domingo, se han adue?ado de los focos del Lido, provocaron los brotes de histeria colectiva que otros a?os crearon aqu¨ª otros rostros de otros fetiches de menor jerarqu¨ªa en las n¨®minas del Olimpo prefabricado de Hollywood. Pero hicieron agitarse el gallinero de los cin¨¦filos y los coleccionistas de recuerdos, y esto se agradece en un festival que comenzaba a parecer una oficina de funerales.
Adem¨¢s de la presencia de Harrison Ford y Tina Turner, hubo buen cine: exquisito y de intenso lirismo en El secreto del bosque viejo, de Ermanno Olmi, y de estilo m¨¢s tosco, pero de noble estirpe de aventura melodram¨¢tica, en El fugitivo, que hab¨ªa creado mucha expectaci¨®n y que no defraud¨®, sino que fue acogido con una ovaci¨®n rotunda.Hab¨ªa buenos augurios sobre las calidades que hay detr¨¢s del ¨¦xito de El fugitivo. Una de ellas era la presencia aqu¨ª de Harrison Ford, que es un hombre inteligente y de los que saben cu¨¢ndo hay que dar la cara porque se sienten apoyados en un buen trabajo. El fugitivo lo es. Dice su director, Andrew Davis: "Es una versi¨®n moderna de un thriller cl¨¢sico. El mayor desaf¨ªo que presentaba el proyecto es dar novedad y actualidad a una historia que casi todo el mundo conoce y de la que tiene en la memoria una imagen hecha y adem¨¢s buena, no olvidada. No pod¨ªamos competir con la variedad de situaciones y de aventuras que nos proporcion¨® la legendaria serie, por lo que nos concentramos en otro aspecto de la cuesti¨®n: dar densidad a los personajes, por fuerza dispersos en sus precedentes televisivos".
La elecci¨®n de los guionistas a la hora de sintetizar tan vasto material argumental es muy simple y sagaz: definir, condensar y urdir un intenso contrapunto entre dos personalidades opuestas y finalmente convergentes: la del perseguido (Harrison Ford) y la del perseguidor (Tommy Lee Jones), el doctor Richard Kimble y el teniente Gerard, respectivamente. Y ambos actores bordan el d¨²o, como desde otra dimensi¨®n lo hicieron hace unos d¨ªas Clint Eastwood y John Malkovich en In the line of fire.
El modelo narrativo de ambas pel¨ªculas es muy parecido y se ajusta con mucha solvencia a uno de los filones infalibles del thriller cl¨¢sico, cuando est¨¢ bien hecho, cosa que ocurre pocas veces. El violento desencuentro de dos hombres que, finalmente, se escora hacia un progresivo y tenso encuentro final: dos l¨ªneas de acci¨®n violenta contrapuestas y que, como el rev¨¦s y el derecho de la electricidad, echan chispas cuando fugazmente se cruzan sus destinos. Harrison Ford est¨¢, como casi siempre, admirable, y Tommy Lee Jones le da desde lejos una formidable r¨¦plica, que hace crecerse al c¨¦lebre actor y movilizar hasta el l¨ªmite su capacidad para combinar su energ¨ªa con esa peculiar¨ªsima e inimitable simpat¨ªa que despierta en el espectador la imagen de un hombre s¨®lido e incluso duro en el que, no obstante, se abren inesperadamente rasgos de fragilidad y de ternura, lo que es una de las causas que permiten a Ford irradiar una corriente de identificaci¨®n que pocos en su oficio han logrado y que le igualan a los grandes rostros de la historia de Hollywood.
El doctor Kimble de Harrison Ford es magistral, como magistral es la iron¨ªa y la inteligencia de "buen chico malo" que despliega Tommy Lee Jones en la estrategia emocional de este thriller de fondo melodram¨¢tico, impecablemente realizado y que no deja al espectador un instante de buen respiro. Su ¨¦xito es justo, pues contiene cine de estirpe noble y no se autodegrada con facilidades de truquer¨ªa visual barata. Cine de rostros, cine de actores, cine vivo desde su corte convencional. Cine de siempre, del que provoca ovaciones interiores.
Toda El fugitivo se sabe de antemano, y de ah¨ª brota otra fuente de su gracia: contarnos lo ya archicontado, pero de manera que parezca completamente in¨¦dito. Obra, por tanto, de contenidos que resultan ser un inesperado y sutil juego de formas.
En las ant¨ªpodas de la trepidaci¨®n de El fugitivo hay que situar a la placidez de El secreto del bosque viejo, obra personal¨ªsima de un cl¨¢sico vivo del cine italiano, Ermanno Olmi, un franciscano de la imagen, de imaginaci¨®n absolutamente libre, con sensibilidad apasionada y exquisita, y con una gran capacidad para hacer m¨²sica con los tiempos subterr¨¢neos que mueve por debajo de las evidencias de sus im¨¢genes.
Esta, su ¨²ltima pel¨ªcula, est¨¢ basada en un precioso relato de Dino Buzzat¨ª y es un ejercicio muy bello de lirismo y de -en el fondo muy enrevesado- candor po¨¦tico.
Un defecto casi sistem¨¢tico en el cine de Olmi vuelve a aparecer en El secreto del bosque viejo: su tendencia a desparramarse en duraciones dilatadas, excesivas, que a veces derivan hacia un preciosismo insistente, que empalaga un poco. Un peinado de media hora en las dos y cuarto de su metraje beneficiar¨ªa mucho a ¨¦sta, por otro lado innegablemente hermosa, obra de suaves y tristes filigranas l¨ªricas.
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