El poder de nuestros ni?os
El papel de la ni?ez y la actitud de la sociedad hacia ella han variado profundamente con el paso del tiempo, pero tres premisas han permanecido constantes: la falta de capacidad de decisi¨®n con que desde siempre se ha caracterizado a los ni?os, el dominio casi absoluto que se ha otorgado a los padres sobre los hijos y la fuerte influencia que se ha atribuido al entorno social en el comportamiento de los peque?os. Hoy, sin embargo, la evoluci¨®n imparable de la humanidad y los frutos de la civilizaci¨®n nos desaf¨ªan a enfrentarnos con el ins¨®lito protagonismo de la infancia y con el extraordinario poder de los ni?os. Para comprender mejor este proceso de cambio quiz¨¢s nos ayude repasar brevemente ciertos aspectos del pasado.Hasta principios del siglo XIX, la ni?ez se consideraba un periodo breve, gobernado por procesos fundamentalmente biol¨®gicos, que a los pocos a?os desembocaba, como por arte de magia, en la mayor¨ªa de edad, en el uso de raz¨®n. Pese a su temprana autonom¨ªa moral, los ni?os carec¨ªan de derechos, eran esencialmente prosesiones, objetos de utilidad. Los progenitores no dudaban en usarlos para la supervivencia de la familia, lo que no resultaba dificil, pues, por un lado, eran poco costosos, y, por otro, reforzaban la estabilidad del hogar trabajando desde los siete y ocho a?os. Durante siglos, los vestigios de la vieja ley romana patria potestas confirieron a los padres una autoridad total e incuestionable sobre su descendencia.
Un reflejo de esta visi¨®n materialista de los ni?os y de su consabida impotencia fue la pr¨¢ctica tan extendida de abandonar a las criaturas indeseadas. Se calcula que en el siglo XVIII uno de cada cinco reci¨¦n nacidos en Europa era abandonado, lo que obligaba a las grandes capitales a fundar una amplia gama de hospicios, inclusas y orfanatos, donde se recog¨ªa a los peque?os exp¨®sitos, aborrecidos, pobres o hu¨¦rfanos.
A finales del siglo pasado la percepci¨®n de la ni?ez se humaniz¨® profundamente gracias a la explosi¨®n del inter¨¦s por parte de psiquiatras, psic¨®logos y soci¨®logos en los procesos misteriosos que rigen el desarrollo del ni?o. Sigmund Freud, el padre del psicoan¨¢lisis y del determinismo ps¨ªquico, y sus muchos seguidores argumentaron met¨®dicamente que las vivencias ed¨ªpicas de la infancia y las actitudes de los progenitores hacia los hijos constitu¨ªan las fuerzas modeladoras fundamentales del desarrollo infantil. Otros autores, como Erich Fromm, Karen Horney o Erik Erikson, resaltaron adem¨¢s en sus teor¨ªas la importancia del impacto del entorno social y de la cultura sobre la configuraci¨®n de la personalidad del peque?o.
Estas tesis psicol¨®gicas, profundamente arraigadas todav¨ªa en el mundo occidental, utilizan un modelo causa-efecto unidireccional y, como consecuencia, ignoran la reciprocidad de la relaci¨®n entre el ni?o y los padres o el medio social en el que vive. Perspectiva ingenua y desequilibrada, porque se apoya en una serie de principios que niegan el papel de los ni?os como actores sociales por derecho propio, que consideran a los peque?os simples recipientes, entes en potencia, productos futuros.
La realidad es que hoy los menores ejercen enormes efectos sobre los adultos y sobre la ecolog¨ªa psicosocial que les rodea. Los ni?os condicionan significativamente a los padres y su estilo de vida. Son con frecuencia una fuente inmensa de gratificaci¨®n y de incentivo de vida para sus progenitores, ensalzan su identidad, contribuyen a expandir su repertorio emocional y sirven de cemento que une o solidifica su uni¨®n. Pero, al mismo tiempo, cambian por completo la din¨¢mica de la pareja, empezando por el tiempo que restan a su intimidad o a la dedicaci¨®n exclusiva del uno al otro. El matrimonio con hijos, tarde o temprano, se vuelve m¨¢s una relaci¨®n entre padre y madre que entre hombre y mujer. Hay que tener presente que en nuestros tiempos la ni?ez es duradera y la situaci¨®n econ¨®mica y social del momento empuja a los hijos a una cada vez m¨¢s larga convivencia con los padres, a menudo onerosa, incluso despu¨¦s de haber superado con mucho la adolescencia. Esto no es ¨®bice para que bastantes padres reconozcan abiertamente que la realizaci¨®n de sus hijos es m¨¢s importante que la de ellos mismos.
Por lo general, cuanto m¨¢s se desv¨ªa un ni?o de la norma o de las expectativas socialmente aceptadas -como en el caso de sufrir una enfermedad mental cr¨®nica o de exhibir conductas antisociales o delincuentes-, mayor es el reto que plantea el equilibrio hogare?o. En casos extremos, estos peque?os con dolencias o problemas se convierten sin querer en motivo de amargos conflictos y tensiones en las parejas, que se ven desbordadas por sentimientos de fracaso, angustia, culpa, resentimiento y hasta la mutua recriminaci¨®n. Seg¨²n estudios recientes en Estados Unidos, estas situaciones son en parte la raz¨®n de que estad¨ªsticamente las parejas sin ni?os se sientan m¨¢s felices en su relaci¨®n que las que tienen varios hijos.
M¨¢s all¨¢ del ¨¢mbito del hogar, los ni?os forman su grupo social, su propia cultura. Un mundo din¨¢mico, vitalista, rebosante de curiosidad y de impacto sobre su entorno, que, para bien o para mal, no incluye a los padres, es independiente del medio familiar y se caracteriza, sobre todo, por el consumismo. El mercado de los ni?os supone actualmente un imperio comercial deslumbrante. En ning¨²n otro momento de la historia han tenido los menores tan f¨¢cil acceso a tan vastos recursos econ¨®micos, tanto poder adquisitivo -aunque se nutra del bolsillo ajeno- y tanta influencia en los h¨¢bitos de compra de los adultos. Sin duda, los padres gastan hoy m¨¢s dinero en sus hijos que en s¨ª mismos. Como consumidores y notables usuarios de los medios de comunicaci¨®n, especialmente de la televisi¨®n, los peque?os eligen el producto por s¨ª mismos, muchas veces en contra de los deseos de sus mayores.
De hecho, a pesar de la grave recesi¨®n y de los grandes problemas econ¨®micos que en la actualidad aquejan a los pa¨ªses de Occidente, el mercado infantil sigue floreciendo. Expertos en Norteam¨¦rica se?alan, por ejemplo, que en lo que va de a?o la venta de publicidad comercial, s¨®lo en los programas televisivos infantiles de dibujos animados, ha superado los 500 millones de d¨®lares, un incremento del 6% sobre el a?o anterior. No hay duda de que las multinacionales de juegos y pel¨ªculas de v¨ªdeo, de cereales azucarados, de comida basura, de ropa vaquera o de calzado deportivo venden directamente a los ni?os con m¨¢s pujanza y empe?o que nunca.
En el ¨²ltimo siglo, la existencia de los ni?os ha mejorado profundamente, tanto que, para quienes hoy gozamos de circunstancias incomparables m¨¢s afortunadas, las historias siniestras de las criaturas de anta?o parecen incre¨ªbles, pura ficci¨®n. Los ni?os han dejado de ser ¨²tiles y se han convertido en los seres m¨¢s sagrados y de mayor valor sentimental para los progenitores, un verdadero lujo. Nunca han crecido tan seguros y saludables como ahora. En ning¨²n otro momento han sido atendidos, respetados, protegidos y satisfechos tan rigurosamente en sus necesidades, exigencias y derechos.
Hoy nos enfrentamos con los desaf¨ªos que nos plantea una ni?ez m¨¢s compleja e influyente, pero, a su vez, m¨¢s humana, din¨¢mica y saludable. Se trata de un cambio que auspicia un mejor futuro para todos, porque permite a los ni?os, junto con sus mayores, ocupar un lugar preferente en la vanguardia del progreso y de la evoluci¨®n de la humanidad.
es psiquiatra y comisario de los Servicios de Salud Mental de Nueva York.
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