Moldeados a fuego
La memoria de los bomberos persiste en sus m¨²sculos y sus fotos
Los bomberos de ahora son muchachos que se entrenan durante a?os y se convierten en unos atletas. Los de antes pasaron m¨¢s hambre, pero tambi¨¦n supieron ser abnegados. Algunos a¨²n muestran su fortaleza. He aqu¨ª algunos de sus recuerdos.
Heliodoro Garc¨ªa Romero se hizo famoso entre los bomberos de Madrid hace ya 40 a?os por subir los pu?ales (trepar por una pared vertical con s¨®lo la fuerza de los brazos) con un purito en los labios, es decir: ahora coloco un hierro en el agujero con una mano y a continuaci¨®n pongo otro m¨¢s arriba y subo sin apoyar tan siquiera los pies en ning¨²n sitio. Mientras, doy una calada y encima lo hago todo en tres minutos. Heliodoro no dej¨® de admirar a propios y extra?os con ese truquito hasta casi los sesenta a?os y sali¨® a apagar fuegos hasta que se jubil¨®. Ahora tiene 73.Mandi, un poco m¨¢s joven que Heliodoro, fue hace a?os el mejor luchador de Espa?a, y Navarrete el equilibrista m¨¢s audaz. El Pajarito se ha convertido en un bombero legendario. Los tres rondan los 60 a?os y tienen muchas cosas que contar. Gracias al empe?o de Antonio Poncela, un compa?ero m¨¢s joven que lleg¨® a saber de sus haza?as, la memoria de estos bomberos veteranos y de otros como ellos persiste en un centenar de fotograf¨ªas.
Poncela tiene retratos de los bomberos novatos echando tierra en un caj¨®n, una de las pruebas que los aspirantes deben sortear en un tiempo fugaz; de un se?or con bigote y su hijo vistiendo, juntos, el mismo uniforme. Hasta guarda a la fallecida actriz Mary Santpere con el uniforme de bombero en un festival de los a?os sesenta en la plaza de las Ventas. Y otra foto de un perro -miembro casi imprescindible en una dotaci¨®n que se precie- posando con unos cuantos bomberos en posici¨®n de firmes. Pero las im¨¢genes m¨¢s espectaculares se reproducen aqu¨ª. Y tambi¨¦n las que tienen m¨¢s historia.
Los del plomo
En el a?o 1947, cuando entr¨® en el Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento la tanda del plomo, que es la de Heliodoro, a los fuegos se iba a toque de campana en camiones ingleses de ruedas macizas. Al que le tocaba darle a la campana, que sol¨ªa ser el nuevo, se le dorm¨ªa la mano en la tarea hasta que alg¨²n veterano le explicaba la t¨¦cnica.
Eran los tiempos en que los bomberos se mojaban, porque se usaban cubos a veces; el agua era lo fundamental, y se utilizaba la corneta para dar ¨®rdenes. Cada toque ten¨ªa su letra (que todos se imaginaban escondida en la m¨²sica). Por ejemplo: "A la gimnasia vamos a entrar porque nos lo manda don Juan". El que mandaba, en aquellos a?os cincuenta, era el profesor Juan Jos¨¦ Ladr¨®n de Guevara, a quien sus antiguos alumnos ponen siempre el "don" delante. Y resulta que todos los profesores de gimnasia que han conocido estos bomberos en sus parques se han llamado Juan, incluido el actual.
Heliodoro lleg¨® de un pueblo de Soria, provincia donde era respetado porque se dedicaba a podar subiendo como un gato por los chopos, con el hacha en la mano y seguramente tambi¨¦n con el puro. Se hizo bombero porque no vio futuro en el campo y luego se enganch¨® al oficio, como casi todos.
A los de su tanda, los del plomo, se les llam¨® como se les llam¨® porque cuando eran novatos se hizo una instalaci¨®n de tuber¨ªas en el parque donde ellos se entrenaban. Las nuevas tuber¨ªas desaparecieron de la noche a la ma?ana. "Hab¨ªa hambre, alguien vio dinero en aquello y se lo llev¨®. Los veteranos echaron la culpa a los nuevos", recuerda Hellodoro. Luego, result¨® que el ladr¨®n hab¨ªa sido un vagabundo. Pero el apodo perdur¨®.
La tanda del plomo, dicen ahora los veteranos, ha sido una de las mejores. Las tandas (las distintas promociones) son aut¨¦nticas referencias para los bomberos. All¨ª, en alguno de los parques, se hac¨ªan las primeras amistades, en aquel medio a?o de aprendizaje del oficio de bombero, para luego dispersarse.
Claro que Anselmo Manrique no se queda corto en heroicidades: hubo un tiempo en que su nombre de guerra, Mandi, era famoso en los corros de lucha grecorromana y libre. "M¨ªrale las orejas", se r¨ªen sus compa?eros. Mandi se encoge de hombros ante la broma. All¨ª, en las orejas despegadas, se le debieron de agarrar muchos contrincantes.
Lleg¨® a ser campe¨®n de Espa?a. Y no se qued¨® ah¨ª. Tambi¨¦n se dedic¨® a levantar peso y tampoco se le puso nadie por delante. Mandi se hizo bombero porque, al fin y al cabo, toda su fortaleza servir¨ªa para algo. Y luego se pas¨® a conductor. Ha llegado a sargento, y es quien se encarga ahora, con 60 a?os, de coordinar a los conductores en su parque.
A rezar bajo el hacha
Heliodoro y Mandi han vivido muchas aventuras juntos. Por ejemplo, aquella vez, hace m¨¢s de diez a?os, en que deb¨ªan ir a apagar un fuego y pasaron por el medio de una manifestaci¨®n que ped¨ªa el aborto libre. La gente pens¨® que les, iban a dispersar ellos y la tomaron con el coche, a cuyo volante iba Mandi. "Nos mov¨ªan tanto que pensamos que ¨ªbamos a volcar", recuerda Heliodoro haciendo un aspaviento.
Ambos conocieron el cambio de la campana a la sirena; de trabajar un d¨ªa s¨ª y otro no -por 500 pesetas al mes, que era lo que ganaba el soriano cuando entr¨®-, a descansar, como ahora, dos d¨ªas cada guardia. La mayor¨ªa ten¨ªa que buscarse alguna chapuza a?adida para poder sobrevivir.
Celestino Mancebo, El Pajarito, era alfarero en Vallecas y entre las batallas que cuenta, que son muchas, figura la de un loco furioso que, armado con un hacha, se hizo fuerte en una casa de Tetu¨¢n. Entonces se sol¨ªa llamar a los bomberos para que calmasen a los perturbados a base de chorros de agua fr¨ªa. Mandi y El Pajarito se metieron en la casa, manguera en mano, acompa?ados de los celadores de la ambulancia, que iban detr¨¢s.
Le aplacaron, s¨ª, pero antes tuvieron que ponerse de rodillas y rezar, bajo la sombra del hacha.
La silueta fibrosa de El Pajarito, apodado as¨ª por su amor desmedido a todo bicho que vuele, conserva las huellas de mil batallas contra el fuego libradas en 36 a?os de servicio. Cicatrices, mucho humo en los pulmones... en los a?os cincuenta, para no asfixiarse entre los gases, utilizaban algo tan rudimentario como el tubo de aire fresco, un chisme parecido a los canutos que usan los pescadores submarinos y con el que se consegu¨ªa respirar aire de la calle, sin m¨¢s.
Salv¨® muchas vidas en los
fuegos, pero adem¨¢s El Pajarito se retirar¨¢ con una medalla al honor y al valor. El hombre, aparte de un gimnasta aventajado, era un nadador experto y salv¨® a un chaval de morir ahogado en un pueblo de Soria, cuando era monitor en un campamento de verano.
Los que no volvieron
Entonces no era corriente que la gente supiese nadar, dice El Pajarito, y fue ¨¦l quien se tir¨® vestido y sac¨® al muchacho. El Pajarito lleva ahora una vida m¨¢s sosegada. Se encarga en los incendios de que el equipo de respiraci¨®n est¨¦ en condiciones.
El Pajarito ha sobrevivido, pero muchos amigos nunca regresaron de aquellas salidas a las que iban tan contentos. Como en aquel d¨ªa de 1955, cuando se quem¨® una sala de fiestas en Puente de Vallecas.
"Entonces", cuenta el oficial Emeterio Garc¨ªa Navarrete, que es quien tiene registradas cientos de an¨¦cdotas en la cabeza con asombrosa exactitud, "no se constru¨ªa con material resistente al fuego, eran tejadillos de madera y ced¨ªan con facilidad". Cuando lleg¨® la dotaci¨®n, el techo se les cay¨® encima y 24 bomberos se quedaron atrapados entre los escombros. Cinco de ellos murieron.
Eran los tiempos en que se sal¨ªa a los incendios con 500 litros de agua, cuando ahora se gastan 4.000 y se reposta sin problemas; tiempos en que las casas no eran altas y se llegaba con la escala aqu¨¦lla, la del coche Dennis del a?o 1930, que es el que aparece en la fotograf¨ªa actual que ilustra este reportaje. "Ahora", dicen estos veteranos, "los edificios de cristal, los rascacielos, son cada vez m¨¢s dif¨ªciles de evacuar". Y si no, estaba la lona, la gente se tiraba y en paz. La lona es una de las cosas que, como la campana, se ha jubilado. Igual que el casco de cuero, nada que ver con la protecci¨®n de ahora que tiene un aire de lo m¨¢s gal¨¢ctico.
Si hay algo que les une, adem¨¢s de llevar media vida vistiendo el mismo uniforme, es la pasi¨®n por lo que hacen, y decir, tan orgullosos, que ellos cuando oyen por la radio en su d¨ªa libre las primeras noticias sobre una tragedia, salen zumbando para echar una mano.
El oficial Navarrete quer¨ªa ser bombero desde los 13 a?os. Mucho antes de entrar se sab¨ªa de memoria todas las maniobras en las que se entrenaban aquellos hombres en el parque. De tanto mirarles, hasta le explicaba a su hermana en qu¨¦ consist¨ªa todo. Pero antes de vestir el uniforme azul con remaches dorados, el que se estilaba entonces, hab¨ªa que tener la mili hecha.
Al mando de los suyos
Emeterio Garc¨ªa Navarrete, que ahora tiene 58, ya soldado licenciado, dej¨® su almac¨¦n de pieles en el que ganaba su dinerito, y se meti¨® a bombero... y a equilibrista, que lleg¨® a ser un aut¨¦ntico experto en gimnasia deportiva. Mataba el tiempo en las guardias haciendo de contorsionista con El Pajarito y para ello val¨ªa cualquier sitio, hasta la cama del dormitorio general. Lo que confiesa ahora el oficial es que ha hecho el pino encima de una barandilla del viaducto que cruza, a un mont¨®n de metros por encima, la calle de Segovia.
Navarrete es un ejemplo del hombre que ha llegado a lo m¨¢s alto desde la simple categor¨ªa de bombero. Sin carrera universitaria, este se?or es ahora maestro de los m¨¢s j¨®venes y de los que quieren ascender dentro del cuerpo en la Escuela de Bomberos. Ha tenido que v¨¦rselas con fuegos tremebundos. ?l asegura que haber sido bombero de a pie es el secreto de su capacidad de hacer resolver a su gente las situaciones m¨¢s peliagudas, como aqu¨¦lla, en Los Y¨¦benes (Toledo), cuando el fuego amenazaba seis millones de litros de aceite. Navarrete, que lleg¨® desde Madrid con su dotaci¨®n, se puso al mando de todos y lo que pudo ser una cat¨¢strofe se qued¨® en un fuego normalito.
Tras el peligro, todo fueron felicitaciones. Navarrete sonr¨ªe al recordarlo.
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