La memoria en el aire
Este a?o, grandes sectores de la sociedad mexicana, y no s¨®lo la izquierda habitual, conmemoran el 250 aniversario del movimiento estudiantil de 1968 y, m¨¢s especialmente, de la matanza del 2 de octubre en la plaza de las Tres Culturas. Nadie se abstiene de dar su puno de vista, se develar¨¢ un monumento f¨²nebre, no faltan los candidatos a desmitificar el 68 (mitific¨¢ndolo a¨²n m¨¢s), hay programas especiales de televisi¨®n (no en Televisa), y en la prensa y la radio se entrevista profusamente a protagonistas e historiadores instant¨¢neos. Tambi¨¦n se ha creado la Comisi¨®n de la Verdad, para -en lo posible- fijar las responsabilidades del Gobierno de Gustavo D¨ªaz Ordaz (1964-1970) en lo tocante a la represi¨®n. Ante las preguntas categ¨®ricas, el sector oficial guarda silencio y los periodistas de alquiler declaran con dramatismo: "?Qu¨¦ intereses mueven a este recuerdo que divide a la naci¨®n?". El secretario de Gobernaci¨®n, Patrocinio Gonz¨¢lez Garrido, lanza el interrogante que aspira a desmovilizar a la cr¨ªtica: "?Qui¨¦n tiene en el pa¨ªs autoridad moral para hablar del 68?". En cuanto a los documentos comprometedores, se asegura off the record que o nunca existieron o ya todo desapareci¨®, y con celo burocr¨¢tico se posterga la petici¨®n de acceso a los archivos mientras la curiosidad se multiplica. J¨®venes que no hab¨ªan nacido en 1968 organizan en todas las escuelas mesas redondas, y lo ocurrido hace un cuarto de siglo es noticia en medio de la duda primordial: ?aprobar¨¢ o no el Congreso norteamericano el Tratado de Libre Comercio?A?o 1968, M¨¦xico, sede de los Juegos Ol¨ªmpicos. La concesi¨®n (que todos califican de hist¨®rica) enorgullece y desvela a D¨ªaz Ordaz. M¨¦xico llega a su madurez internacional, y el presidente, padre de todos los mexicanos, acaudilla la internacionalizaci¨®n del pa¨ªs al prenderse la llama de los Juegos Ol¨ªmpicos. S¨®lo queda un riesgo: la conjura, la asamblea de sombras de los enemigos de la patria. Y desde 1967 D¨ªaz Orgaz se apresta a liquidar la conspiraci¨®n.
Secuencia r¨¢pida: el 23 de julio, dos grupos de estudiantes se enfrenta a golpes. El 24, los granaderos invaden la Vocacional 2, golpean y arrestan a numerosos j¨®venes. El 26 de julio, los agredidos se dirigen al Z¨®calo a protestar, seguros de ejercer un derecho elemental, y al mismo tiempo, en la avenida de Ju¨¢rez, un mitin de izquierda festeja el aniversario del asalto al cuartel de Moncada de Fidel Castro. La polic¨ªa se encarniza con las dos manifestaciones, y en el centro hist¨®rico, grupos de agentes judiciales rompen aparadores y saquean comercios. A la salida de sus clases se reprime a los estudiantes de dos preparatorias de la UNAM. Hasta aqu¨ª nada excepcional: el Gobierno, tal es la ley evidente, es due?o de las calles y no acepta siquiera las quejas. De pronto, surge una resistencia ins¨®lita. Provistos de varillas y piedras que la prensa y la polic¨ªa transforman en prodigioso arsenal instalado por el Pent¨¢gono y/o Mosc¨²-, los preparatorios se defienden y construyen barricadas. Casi todos los peri¨®dicos, entre dicterios y "llamadas a la cordura", insisten en la ausencia de banderas y programas encomiables, en el car¨¢cter imitativo y subversivo de la protesta, pero los estudiantes se abanderan de una tradici¨®n mexicana: el apego a la Constituci¨®n de la Rep¨²blica, la legalidad desde abajo que se opone a la ilegalidad desde arriba.
En el Z¨®calo, todav¨ªa entonces el centro simb¨®lico de la naci¨®n, los j¨®venes se enfrentan a las acometidas policiacas y se concentran en un edificio virreinal, la Preparatoria de San Ildefonso. Al enterarse, el presidente D¨ªaz Orgaz se siente a su modo satisfecho: ¨¦l tenia raz¨®n, las fuerzas del mal se agitan para desprestigiarlo. Inflexible, ordena el desalojo de los estudiantes. En la madrugada del 29 de julio, el Ej¨¦rcito toma San Ildefonso a golpes de bazuca. El secretario de Gobernaci¨®n, Luis Echeverr¨ªa ?lvarez, campe¨®n de la mano dura, anuncia el fin del brote subversivo. No hay m¨¢s que hablar... Y en forma inesperada, la conjura (la voluntad democr¨¢tica) se multiplica. En la Ciudad Universitaria, el ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico (UNAM), pone la bandera nacional a media asta. "Hoy es un d¨ªa de luto". El primero de agosto se organiza una gran manifestaci¨®n.
De all¨ª en adelante el ritmo de los acontecimientos es vertiginoso. El pliego petitorio del movimiento mezcla antiguas demandas de la izquierda partidaria con las exigencias m¨¢s que comprensibles: libertad a los presos pol¨ªticos (l¨ªderes obreros sobre todo, encarcelados desde 1959), castigo a los culpables de la represi¨®n, destituci¨®n de los jefes policiales, eliminaci¨®n del delito de disoluci¨®n social. Inesperadamente, se reivindican los derechos humanos y civiles, que el Gobierno desprecia y la derecha no registra. En el interior del movimiento predomina la izquierda, y comunistas, mao¨ªstas, trotskistas, guerrilleristas, anhelan vagamente el incendio revolucionario, exaltan al Che Guevara y optan por el lenguaje m¨¢s ¨¢spero. Pero el tono no lo da la exasperaci¨®n guevarista, sino las sensaciones de potencia popular que alimenta la cuant¨ªa de las marchas. Y los circuitos de transmisi¨®n del movimiento (las brigadas, las asambleas, la comunicaci¨®n interpersonal) neutralizan o trascienden a las campa?as de linchamiento moral y a la cerraz¨®n informativa del Gobierno, volcado en el insulto contra los "rojillos, malvivientes, par¨¢sitos, agitadores, ap¨¢tridas, traidores, malos mexicanos".
Pese a la huelga en los centros de ense?anza media y superior, en las manifestaciones de agosto y septiembre participan un promedio de 300.000 personas y son miles los integrantes de las brigadas estudiantiles (20.000 en promedio) los que difunden sus razones en camiones, parques y mercados. Y muchas cosas pasan: el Gobierno, con lujo de fuerza, a¨ªsla el movimiento, un polic¨ªa mata por la espalda a un estudiante que pintaba consignas en una barda, algunas escuelas son ametralladas y en su informe presidencial del primero de septiembre D¨ªaz Ordaz es elocuente y magn¨¢nimo: "La injuria no me llega. La calumnia no me toca. El odio no ha nacido en m¨ª".
A medida que se acerca el 12 de octubre, d¨ªa de la inauguraci¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos, la irritaci¨®n de D¨ªaz Ordaz crece. La conjura no cede y ¨¦l est¨¢ a punto de recibir al mundo civilizado, el concierto de las naciones. El 18 de septiembre el Ej¨¦rcito invade la Ciudad Universitaria y, en el suelo y con las manos en la nuca, los estudiantes cantan el himno nacional. Aumenta la exigencia de mano dura, los provocadores act¨²an con descaro, y el Consejo Nacional de Huelga ve en la unidad habitacional de Tlatelolco, en el norte de la ciudad, un recinto adecuado de los m¨ªtines. El 2 de octubre, en la plaza de las Tres Culturas, se efect¨²a otro acto, que se supone rutina-
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La memoria en el aire
Viene de la p¨¢gina anteriorrio y al que asisten cerca de cinco mil personas. Los oradores hablan desde el tercer piso del edificio Chiuahua. A las 18.15 un helic¨®ptero lanza una luz de bengala verde. En ese momento la tropa entra en la plaza a bayoneta calada...
Entre la infinidad de versiones hay hechos indiscutibles. En el desalojo intervienen tres fuerzas: el Ej¨¦rcito regular, el batall¨®n Olimpia, creado para proteger los Juegos, y un grupo paramilitar, muy probablemente integrado por agentes judiciales. El Ej¨¦rcito se dispone a acordonar la plaza, y al batall¨®n Olimpia (cuyos integrantes usan guante blanco en la mano izquierda) se le ordena arrestar a los l¨ªderes estudiantiles. Los primeros disparos parten del edificio Chihuahua y, seg¨²n todos los testigos, los hacen miembros del grupo paramilitar (con pa?uelo blanco en la mano izquierda). Cae herido el comandante de la tropa, y se desencadena la balacera que dura entre media hora y 45 minutos (los testimonios var¨ªan). La plaza se vuelve un paisaje demencial. Profusi¨®n de muertos y heridos, ni?os y mujeres rematados a bayonetazos, los l¨ªderes vejados y desnudados junto a una iglesia, la persecuci¨®n por doquier. Muchos consiguen salir del cerco, otros son detenidos o se refugian en los departamentos de la Unidad Tlatelolco, donde los vecinos, casi sin excepci¨®n, los aceptan y protegen. A las once de la noche todav¨ªa se oyen disparos. En la plaza hay cerros de zapatos y bolsas.
En los d¨ªas siguientes el miedo es el elemento dominante. Eso, y las cuentas del insomnio. ?Cu¨¢ntos murieron? El Gobierno admite 26 v¨ªctimas, soldados entre ellos. (Luego reconocer¨¢ otros cuantos fallecimientos). Pero los testimonios y las fotos hablan de un n¨²mero considerablemente m¨¢s alto, 200 o 300 tal vez, o seg¨²n el criterio que se impone, a cargo de intuiciones y rumores, la cifra luctuosa se eleva a los 500 muertos. El n¨²mero exacto nadie lo sabr¨¢ nunca. En esas semanas y meses no se puede ni investigar, ni probar, ni publicar protestas. La censura es ubicua, las publicaciones est¨¢n muy controladas, se decomisan fotos y pel¨ªculas, los delatores inventan conjuras, las familias de los muertos reciben visitas con mensajes amenazadores, hay miedo de hablar por tel¨¦fono o de asistir a reuniones. Se afirma la red de complicidades que es el otro nombre del sistema pol¨ªtico, y en los peri¨®dicos y en la televisi¨®n se felicita al presidente de la Rep¨²blica por su viril energ¨ªa al decapitar a "la hidra".
En el lapso que va del 3 de octubre de 1968 al 1 de diciembre de 1970, en que Luis Echeverr¨ªa toma el mando, se quiere reducir todo el 68 a la categor¨ªa de "incidente lamentable", y para ello se prosigue el vilipendio de las v¨ªctimas. Se dispar¨® contra una muchedumbre indefensa, se fabricaron conspiraciones, miles de j¨®venes fueron detenidos por el delito de manifestar, se ocult¨® con impudicia el n¨²mero de muertos, se festej¨® la capacidad del poder judicial. Y la sociedad no parece responder, entre otras cosas, porque la oposici¨®n carece de medios de difusi¨®n, en la radio y en la televisi¨®n no se cuela el m¨ªnimo comentario informativo o cr¨ªtico y los sectores del PRI, los industriales, los jerarcas eclesi¨¢sticos, los editorialistas responsables, califican a los actos represivos de "salvaci¨®n de la Rep¨²blica". D¨ªaz Ordaz y el r¨¦gimen parecen los vencedores absolutos. El 12 de octubre se inauguran los Juegos Ol¨ªmpicos, la gente aplaude y lanza cohetes, y en toda la ciudad grupos de j¨®venes tocan los cl¨¢xones y usan como exorcismo el nombre del pa¨ªs: "?M¨¦-xi-co! ?M¨¦-xi-co!". Luego del crimen, del encarcelamiento y la difamaci¨®n de tantos, de la mentira que sojuzga la vida p¨²blica, el entusiasmo en las calles parece ratificar el tr¨¢gico desprop¨®sito: las v¨ªctimas de la plaza de las Tres Culturas murieron en vano.
A los l¨ªderes estudiantiles y a disidentes ostensibles (entre ellos el gran novelista Jos¨¦ Revueltas) se les somete a un proceso monstruoso y desfachatado donde las pruebas son notas de peri¨®dico y los ¨²nicos testigos de cargo son dos polic¨ªas j¨®venes que oyeron discursos de los acusados. No hay m¨¢s y no necesita haberlo, porque, en lo que al movimiento estudiantil se refiere, el Estado de derecho no existe. Cerca de cien personas van a la c¨¢rcel por tres a?os. El 4 de diciembre de 1968 se levanta la huelga. El resentimiento y el derrotismo se hacen cargo de la escena, muchos j¨®venes consideran clausurada la v¨ªa legal y se lanzan a la aventura guerrillera, el Gobierno se autoelogia y la marihuana y el desencanto se masifican. Luego, a principios de 1971, se publica La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, uno de esos fen¨®menos ins¨®litos: un producto cultural y literario que es tambi¨¦n un hecho hist¨®rico.
La conciencia de lo ocurrido lleva a uno de los grandes responsables de la represi¨®n, el presidente Luis Echeverr¨ªa, a proponer una apertura democr¨¢tica. Fracasan los intentos de contener la memoria del 68, y el grito "2 de octubre no se olvida" se incorpora a la mitolog¨ªa y a las exigencias de libertad de expresi¨®n. Hoy, a los 25 a?os de la matanza y del movimiento que cambi¨® la relaci¨®n de la sociedad con el Gobierno, muchas situaciones del 68 contin¨²an sin aclararse, pero el criterio hist¨®rico se ha fijado y denuncia los cr¨ªmenes del autoritarismo alarmado por los fantasmas de la subversi¨®n. Una matanza como la del 2 de octubre no se repetir¨¢, pero la impunidad que la hizo posible sigue, en lo esencial, intocada.
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