La agon¨ªa de John Major
Los partidos brit¨¢nicos abren un curso pol¨ªtico dram¨¢tico para los conservadores
Las conferencias de los partidos marcan el rumbo de cada curso pol¨ªtico brit¨¢nico. Los liberal-dem¨®cratas han constatado en Torquay, al suroeste de Inglaterra, que van sobrados de l¨ªder con Paddy Ashdown, pero escasos de figuras secundarias. Los laboristas han dado un gran paso hacia la democratizaci¨®n interna en Brighton, al sureste de Inglaterra, y han encontrado por fin, en John Smith, un candidato con hechuras de primer ministro.Ahora les toca a los conservadores. Los tories viajan esta semana a Blackpool, una playa del noroeste de Inglaterra, con los ¨¢nimos encogidos. Su l¨ªder y primer ministro, John Major, est¨¢ casi desahuciado. La inc¨®gnita es cu¨¢nto durar¨¢ su agon¨ªa.
Las conferencias conservadoras no son, como las laboristas o las liberal-dem¨®cratas, reuniones decisorias. Son un curioso rito, mezcla de ceremonia social y de homenaje al l¨ªder, en el que cada detalle est¨¢ cuidadosamente escenificado. Lo importante no es lo que se ve, sino lo que ocurre entre bastidores. Y este a?o, tras el escenario, cada mano aferrar¨¢ un pu?al.
M¨¢s de un elector se sorprender¨¢ cuando la ex primera ministra Margaret Thatcher, hoy Lady Thatcher, tercie en defensa de John Major. ?Lady Thatcher? ?La misma que echa sapos y culebras cada vez que habla de su atribulado sucesor? Efectivamente. La misma que el domingo, en cuanto se clausure la conferencia, publicar¨¢ en un peri¨®dico londinense un adelanto de las memorias en que, dicen, deja a Major a la altura del bet¨²n.
Ojo con los sucesores
La finta de Lady Thatcher permite explicar por qu¨¦ John Major sigue a¨²n en Downing Street, sin ning¨²n apoyo en su partido y desafiando todas las leyes de la f¨ªsica. Parad¨®jicamente, es la derecha thatcherista la que procura evitar que Major caiga. El objetivo es ganar tiempo. El golpe de palacio que en 1990 puso fin al mandato de la propia Thatcher y elev¨® a John Major les ense?¨® que hay que tener mucho cuidado con los sucesores. Y ahora no hay otro sucesor posible que Kenneth Clarke: un populista moderado y proeuropeo que aterroriza al thatcherismo.Lady Thatcher y su gente ya tienen elegido un candidato al relevo. Pero Michael Portillo, el designado in pectore, es a¨²n demasiado joven -s¨®lo tiene 40 a?os- y no ha ocupado ninguna de las tres grandes carteras ministeriales: Exterior, Interior o Finanzas. La idea es darle un a?o m¨¢s a Portillo para que cultive su imagen p¨²blica y socavar, mientras tanto, la figura de Kenneth Clarke.
Clarke no tendr¨¢ una conferencia f¨¢cil. Las bases tories est¨¢n sublevadas contra la imposici¨®n del Impuesto sobre el Valor A?adido en los combustibles dom¨¦sticos, una medida casi tan impopular como el desaparecido poll-tax. Y es precisamente el canciller Clarke, como ministro de Finanzas, quien tendr¨¢ que pechar con la previsible subida de los impuestos.
Con un d¨¦ficit que ronda los 10 billones de pesetas, Kenneth Clarke no tiene m¨¢s opci¨®n que apretar las clavijas fiscales. Los recortes en el gasto que, como alternativa, reclaman los thatcheristas, son dif¨ªcilmente aplicables en un pa¨ªs cuyo sector p¨²blico padece ya una grave anemia. Ah¨ª est¨¢n la crisis de la sanidad p¨²blica, el desastre educativo, el deterioro del transporte.
A los conservadores no les salen las cuentas por ning¨²n lado. El propio partido est¨¢ en quiebra t¨¦cnica, con una deuda de 4.000 millones de pesetas y unos activos que no superan los 1.500 millones. La moral de los afiliados es baj¨ªsima y el grupo parlamentario est¨¢ dividido: unos, la mayor¨ªa, quieren a Clarke en el 10 de Downing Street; los otros prefieren a Portillo. A Major, al parecer, ya no le prefiere nadie.
En esta situaci¨®n, sin unidad, sin ¨¢nimo y sin fondos, los tories s¨®lo est¨¢n de acuerdo en una cosa: hay que evitar una crisis pol¨ªtica y unas elecciones anticipadas. Cuando caiga Major, si cae, tiene que estar todo pactado. Lo contrario ser¨ªa regalar el Gobierno a los laboristas.
El Partido Laborista est¨¢ ahora muy por encima en las encuestas, pero eso no es nuevo: tambi¨¦n lo estaba poco antes de las elecciones de 1992 y perdi¨®. Son otras cosas las que han cambiado. Para empezar, el propio descr¨¦dito tory: Major gan¨® las elecciones porque el p¨²blico tem¨ªa los impuestos laboristas; pero han resultado ser los conservadores quienes, contra su m¨¢s rotunda promesa electoral, incrementan la presi¨®n fiscal. Otro factor es el candidato de la oposici¨®n: John Smith es mucho m¨¢s capaz de convencer a las clases medias que su antecesor, el impulsivo Neil Kinnock. Y esencial es la transformaci¨®n que se adivina en el programa laborista. John Smith sugiri¨®, ante la conferencia de su partido, que el laborismo de los noventa hab¨ªa de basarse en la mejora de la educaci¨®n, la formaci¨®n laboral y el avance tecnol¨®gico. Con lemas muy parecidos, Harold Wilson y su revoluci¨®n blanca llevaron el laborismo al poder hace 30 a?os. La idea, si es bien desarrollada, puede calar en una sociedad que a?ora su pasado industrial y busca salidas al desempleo.
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