El Ojo
?Se acuerda usted, amigo lector, de las memorias de un monje tibetano que explicaba c¨®mo un tercer ojo practicado en su frente durante el aprendizaje le permit¨ªa ver m¨¢s all¨¢ del horizonte y dentro de las almas? ?Aquella abertura que era como una ventana a la intuici¨®n y a las voluntades? Gracias a ¨¦l, nuestro monje todo lo sab¨ªa, todo lo comprend¨ªa. Ya. Pues no hab¨ªa visto usted nada. Nada comparado con el Tercer Ojo que ahora tenemos colectivamente los humanos y del que todos vivimOs pendientes. S¨®lo nos creemos lo que nos ense?a: lo que no es visto a su trav¨¦s, no existe.La cosa empez¨® con la guerra del Golfo. All¨ª estaba el Tercer Ojo, echando un vistazo a los consejos de guerra de Sadam Husein y a los misiles Scud cayendo en Tel Aviv. Nos comentaba lo que ocurr¨ªa desde un hotel de Bagdad y desde la primera l¨ªnea de batalla en Kuwalt. Nos ense?aba a las sargentos gringas y a los partisanos kuwait¨ªes. Bueno, bueno.
Luego, como si estuvi¨¦ramos en en el cine, el desembarco en las playas de Mogadiscio fue retrasado hasta que lleg¨® para ser su testigo, en medio de los focos. Alg¨²n casco azul, armado hasta los dientes, se detuvo ante ¨¦l y salud¨® con la mano para que lo viera su se?ora madre en Kentucky.
Y, por fin, ahora, en Mosc¨², ha estado en todos lados. Lo he comprendido: no tiene amigos ni enemigos. S¨®lo sujetos de contemplaci¨®n. Con total frialdad, nos ha hecho ver a Yeltsin y a Rutsk¨®i, la Casa Blanca de all¨¢ y la de ac¨¢, los zambombazos de los tanques y los palos que los civiles propinaban a los soldados. Y al final, ha salido el vencedor y ha dicho que todo iba a estar bien.
Y es que usted y yo tenemos nuestro Tercer Ojo, no en la frente, sino en Atlanta, Georgia, sede universal de la CNN. ?Qu¨¦ m¨¢s pod¨ªamos pedir?
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