La antol¨®gica de Mir¨® en el MOMA privilegia el aspecto m¨¢s radical y conceptual del artista
La exposici¨®n incluye obras maestras poco conocidas, pertenecientes a museos de EE UU
La exposici¨®n antol¨®gica de Joan Mir¨® inaugurada el mi¨¦rcoles en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) por los Reyes de Espa?a privilegia el aspecto m¨¢s radical y conceptual del artista. La exhibici¨®n, que re¨²ne m¨¢s de 300 obras de Mir¨® (pintura, escultura, dibujo, cer¨¢mica y obra gr¨¢fica), entre ellas la serie completa -23 telas- de las Constelaciones, podr¨¢ verse en el centro de arte neoyorquino hasta el 11 de enero. Uno de sus m¨²ltiples atractivos consiste en que permite contemplar algunas obras muy raras de Mir¨®, pertenecientes a museos norteamericanos.
La exposici¨®n del Museo de Arte Moderno neoyorkino tiene como objetivo dar una visi¨®n completa de toda la obra mironiana, incluida la pintura, escultura, dibujo, cer¨¢mica y obra gr¨¢fica. Y posee adem¨¢s un hilo conductor: el de ense?ar el hecho de que Mir¨® muy frecuentemente pintaba en series. La comparaci¨®n con la antol¨®gica de Barcelona se hace inevitable: la de Barcelona era correct¨ªsima, hecha para el gran p¨²blico, y su ¨²nico fallo era la ausencia casi total de escultura, que evidenciaba un malentendido conceptual (el no haber captado el significado del "asesinato" de la pintura).
La muestra neoyorquina, aun siendo igualmente divulgativa (y mucho m¨¢s amplia), est¨¢ planteada con ciertas tesis que se de rivan de su propia selecci¨®n.
A mi entender, Carolyn Lanchner ha privilegiado el lado m¨¢s radical y conceptual de Mir¨® en los a?os veinte; ha privilegiado la pintura sobre la escultura y, sobre todo, ha ense?ado cosas muy raras de ver, incluso para el especia lista. Pocas veces podr¨¢ admirarse una exhibici¨®n tan ambiciosa como esta.
Los ¨²nicos puntos d¨¦biles de esta exposici¨®n son la pobre selecci¨®n de la cer¨¢mica y de la escultura, y la escasa y desigual presencia de las obras de ¨²ltima ¨¦poca, ya que desde?a la producci¨®n mironiana entre 1950 y 1983. El resto es una pura maravilla.
Sentido dram¨¢tico
De entre las obras de primera ¨¦poca no vistas en Barcelona, hay un espl¨¦ndido tr¨ªo: La linterna y el reloj (1915), El abanico rojo (1916) y La publicidad (1917): se comprende ya que Mir¨® destacara por encima de sus contempor¨¢neos, tal es el sentido dram¨¢tico y espectacular de su color. Tambi¨¦n sobresalen, de este momento, las tres naturalezas muertas realizadas tras La masia.
De los a?os veinte, Lanchner ha optado por mostrarnos, en una serie de dibujos, al Mir¨® m¨¢s cercano a Klee, a Picabia y a Magritte que a los surrealistas. Es decir, al Mir¨® ideogr¨¢fico, que inventa un nuevo lenguaje de signos con amplias significaciones. Esta visi¨®n, que yo comparto, suponemos que debe de estar analizada en el cat¨¢logo.
Hay una sala, tal vez la mejor, que agrupa los paisajes de 1927. Cuando una ve juntas estas obras, y la intensidad y radicalidad de sus campos de color, reconoce que toda una serie de artistas palidecen a su lado: todo Motherwell, C. Sitll y Rothko salen de ah¨ª.
De los collages de 1929, es una maravilla poder ver el de la colecci¨®n Newmann, que posee papel de lija, cuerda, cinco clavos y una escuadra; de las esculturas objetos de 1930, el del museo de Filadelfia (con un mejill¨®n bajo una piedra de r¨ªo, reflej¨¢ndose en un espejo) es impresionante.
La idea de mostrar series no s¨®lo es did¨¢ctica, sino tambi¨¦n un placer para la mirada y la constataci¨®n de una cualidad homog¨¦nea extrema. La de 1932, tan picassiana, es tan interesante como inquietante es la de 1935-38, con personajes del subsuelo que se yerguen frente a oscuros y dram¨¢ticos cielos. Y finalmente est¨¢n las Constelaciones, mostradas juntas por vez primera desde su exposici¨®n en la galer¨ªa Pierre Matisse. Ah¨ª vemos, sin que en ninguna desfallezca el tono ni la energ¨ªa, esa mezcla de orden c¨®smico y desarreglo terrenal (esas bocas agresivas, esos seres h¨ªbridos).
El hecho de ser el MOMA el organizador de la exposici¨®n (ya que posee unos fondos excelentes) y de realizarse en Nueva York ha hecho que puedan verse piezas excelsas de museos americanos escasamente conocidas en Europa: Retrato I de 1938, de Baltimore, ser¨ªa un buen ejemplo de ello.
De los sesenta se ense?an los dos famosos tr¨ªpticos, el de 1961 y el de 1962. La inclusi¨®n de otras tres piezas resta monumentalidad al conjunto. Y del final, la comisaria ha escogido dos obras excelentes y dos muy flojas, todas ellas procedentes de la Fundaci¨®n de Palma. El color resplandece casi m¨ªsticamente; la libertad es total. El ¨²ltimo Mir¨®, con todo, a¨²n est¨¢ por descubrir.
En cuanto al cat¨¢logo, pone al d¨ªa una biograf¨ªa que tiene en cuenta todas las aportaciones de los especialistas en estos ¨²ltimos a?os. Un ¨²nico texto, de la comisar¨ªa, acompa?a a la catalogaci¨®n de las piezas.
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