?Yeltsin dictador?
Las medidas de excepci¨®n tomadas por Yeltsin tras la algarada nacional-comunista del 3 de octubre han vuelto a suscitar fundados temores acerca de las tendencias autoritarias del presidente ruso. Sin embargo, el car¨¢cter necesariamente pasional del actual debate pol¨ªtico sobre Rusia aconseja un examen cuidadoso de los datos de que disponemos sobre la trayectoria pol¨ªtica de Yeltsin y de su Gobierno para configurar una opini¨®n informada al respecto.La biograf¨ªa y la personalidad de Yeltsin indican una predisposici¨®n al autoritarismo. Yeltsin, al igual que Gorbachov, hizo su carrera pol¨ªtica en el aparato comunista y se form¨® en la dura experiencia de las despiadadas luchas de poder en el seno de dicho aparato. Es hombre astuto, de modales toscos y de gran instinto pol¨ªtico, pero carece de visi¨®n estrat¨¦gica, carencia que compensa con decisiones s¨²bitas aplicadas con extrema determinaci¨®n cuando la coyuntura pol¨ªtica plantea los problemas en t¨¦rminos cr¨ªticos. Sus colaboradores me han comentado en diversas ocasiones que el comportamiento t¨ªpico de Yeltsin consiste en alternar largos periodos de b¨²squeda de compromiso pol¨ªtico, e incluso de pasividad, con momentos intensos en los que zanja personalmente los temas m¨¢s espinosos y ordena la puesta en pr¨¢ctica inmediata de sus decisiones en t¨¦rminos estrictos.
Por otro lado, la trayectoria pol¨ªtica de Yeltsin a lo largo de la perestroika explica por qu¨¦ sigue siendo, incluso en los sondeos realizados tras la disoluci¨®n del Parlamento, el l¨ªder m¨¢s popular del pa¨ªs, y por qu¨¦ la gran mayor¨ªa de los dem¨®cratas rusos lo han apoyado, m¨¢s o menos cr¨ªticamente, en los ¨²ltimos cinco a?os. Nombrado secretario del comit¨¦ de Mosc¨² del PCUS, fue el primer y ¨²ltimo responsable pol¨ªtico que intent¨® limpiar el Ayuntamiento de la capital de sus conexiones con la mafia, lo que le vali¨® la inquina personal de los dirigentes comunistas, motivando su expulsi¨®n del comit¨¦ central en 1987.
A partir de ese momento, se erigi¨® en s¨ªmbolo visible de la oposici¨®n a la continuidad del poder comunista en cada elecci¨®n en que particip¨®. El 12 de junio de 1991 se convirti¨® en el primer jefe de Estado de la historia rusa elegido democr¨¢ticamente. Su intransigente y casi suicida defensa de la democracia frente al golpe comunista de agosto de 1991 fue el factor decisivo que hizo fracasar dicho golpe, evitando as¨ª un proceso involucionista que hubiera tenido grav¨ªsimas consecuencias para la Uni¨®n Sovi¨¦tica y para el mundo. En los meses que siguieron, entendi¨® que Rusia no pod¨ªa mantener el control de las otras rep¨²blicas sovi¨¦ticas sin recurrir a la fuerza, tomando (no sin reparos en su propio entorno) la decisi¨®n hist¨®rica de acabar con el imperio sovi¨¦tico y buscar un acomodo entre las diferentes rep¨²blicas basado en la asociaci¨®n y en los intereses econ¨®micos comunes. En el plano interno de Rusia, en los dos a?os que siguieron al golpe de 1991 se establecieron y respetaron las libertades de prensa y asociaci¨®n, y la represi¨®n pol¨ªtica fue pr¨¢cticamente inexistente, hasta el punto de que incluso los dirigentes golpistas del 91 est¨¢n en libertad, sin fecha para su juicio. As¨ª pues, en t¨¦rminos de su pr¨¢ctica pol¨ªtica, por muy malos modales que tenga en su estilo de gobierno (empezando por su injusta humillaci¨®n de Gorbachov tras liberarlo de sus captores en 1991), Yeltsin actu¨® en dem¨®crata, al menos hasta la crisis de 1993.
Su enfrentamiento con e Parlamento heredado de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica (y por tanto sin legitimidad democr¨¢tica, al no existir libertad de partidos pol¨ªticos en el momento de su constituci¨®n) se debe fundamentalmente al bloqueo de las reformas econ¨®micas por parte de diputados que, en su mayor¨ªa, repesentaban los intereses de la antigua burocracia pol¨ªtica y de las empresas estatales amenazadas en su supervivencia por la prueba de fuego de la econom¨ªa de mercado. Asimismo, el Parlamento, bajo la influencia de nacionalistas radicales como Rutsk¨®i, manifest¨® su hostilidad a la pol¨ªtica exterior prooccidental de Yeltsin, y en particular al acuerdo de desarme con Estados Unidos. Aunque, como es sabido, Rutsk¨®i y Jasbul¨¢tov fueron en un principio colaboradores de Yeltsin, desde marzo de 1992 se opusieron a su pol¨ªtica porque Yeltsin no se apoy¨® en ellos, sino que apost¨® por un equipo de gobierno de tecn¨®cratas y pol¨ªticos reformistas de nuevo cu?o, liderados por Gaidar y Burbulis, partidarios de una clara ruptura con el antiguo r¨¦gimen. El bloqueo pol¨ªtico resultante fue reforzado por un Tribunal Constitucional, creado por el propio Yeltsin en 1991, que insisti¨® en aplicar una Constituci¨®n rusa del periodo sovi¨¦tico que no pod¨ªa resolver los conflictos creados en la situaci¨®n pol¨ªtica poscomunista y cuyo presidente, Zorkin, tom¨® partido abierto por Jasbul¨¢tov, abandonando su neutralidad como magistrado.
La par¨¢lisis pol¨ªtica condujo al caos econ¨®mico, en particular porque el Banco Central estaba bajo control del Parlamento, esbozando as¨ª un proceso de desintegraci¨®n similar al que sufri¨® la perestroika de Gorbachov. Yeltsin trat¨® de romper el bloqueo pol¨ªtico recurriendo a las urnas: el refer¨¦ndum del 15 de abril de 1993 dio la confianza popular al presidente para abrir un proceso constituyente. Pero la negativa del Parlamento a aceptar el veredicto de las urnas agrav¨® todav¨ªa m¨¢s la situaci¨®n, en lo pol¨ªtico, en lo social y en lo econ¨®mico, llevando a Rusia al borde de la desintegraci¨®n. Tales fueron las circunstancias que motivaron la disoluci¨®n del Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones en plazo inmediato, como forma de resolver el conflicto y establecer nuevas instituciones sobre la base de elecciones democr¨¢ticas en todos los niveles del Estado.
Los tr¨¢gicos acontecimientos de octubre resultaron de la reacci¨®n desesperada del sector parlamentario m¨¢s intransigente, agrupado en torno a Rutsk¨®i y Jasbul¨¢tov, y de su irresponsable alianza con los sectores ultras comunistas y nacionalistas. Pero hay que recordar que la violencia desatada por dichos sectores no fue un desbordamiento incontrolado, sino un intento golpista que estuvo mucho m¨¢s cerca del ¨¦xito de lo que se cree. El domingo 3 de octubre, Rutsk¨®i orden¨® p¨²blicamente a sus tropas de choque desde el balc¨®n del Parlamento atacar las oficinas de la alcald¨ªa, los estudios de televisi¨®n y, en fin, el Kremlin. El asalto a la televisi¨®n por grupos paramilitares con ametralladoras y lanzacohetes, organizados y dirigidos por el ultra general Makashov, fue el episodio ¨¢lgido de una intentona golpista que hubiera podido triunfar si el Ej¨¦rcito, temeroso del riesgo de dividirse si continuaba la insurrecci¨®n, no hubiese decidido intervenir en una reuni¨®n que tuvo lugar a las dos de la madrugada del lunes, cuando las calles de Mosc¨² estaban ya fuera del control del Gobierno.
En las duras medidas tomadas por Yeltsin tras la intervenci¨®n del Ej¨¦rcito contra el Parlamento se mezclan tres elementos. El primero, la represi¨®n a los grupos y personas directamente implicados en un asalto armado al poder presidencial, el ¨²nico hoy por hoy legitimado en las urnas. Recordemos que los diputados y ocupantes del Parlamento que no tuvieron un papel activo en la insurrecci¨®n fueron puestos en libertad. La extensi¨®n de dicha represi¨®n ha conducido a la prohibici¨®n del partido comunista ruso de Zyuganov, el principal heredero del PCUS. Tal decisi¨®n parece motivada por la convicci¨®n en el entorno de Yeltsin de que la trama golpista tiene ra¨ªces profundas en una estrategia de desestabilizaci¨®n de los todav¨ªa influyentes comunistas que no han renunciado a recuperar el poder por cualquier medio. En segundo lugar, las reacciones autoritarias de control de los medios de comunicaci¨®n parecen exageradas, in¨²tiles y hasta contraproducentes, si bien la censura a los medios no golpistas fue levantada al cabo de tres d¨ªas. El tercer elemento, el de mayor trascendencia, es la diso-
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Viene de la p¨¢gina anteriorluci¨®n por decreto o por persuasi¨®n, del Parlamento, de varias administraciones provinciales, de los parlamentos regionales y de algunas instituciones como el Tribunal Constitucional. Este ¨²ltimo aspecto es el m¨¢s preocupante porque deja a Yeltsin como ¨²nico detentor de un poder incontrolado hasta que tengan lugar nuevas elecciones. Sin embargo, debe recordarse que tan s¨®lo siete de las 88 administraciones territoriales de la Federaci¨®n Rusa han surgido de procesos electorales democr¨¢ticos y que, en su conjunto, los actuales ¨®rganos pol¨ªticos en las regiones y rep¨²blicas aut¨®nomas son todav¨ªa expresi¨®n de los grupos de poder ligados al antiguo r¨¦gimen sovi¨¦tico, que maniobraron para permanecer en las estructuras administrativas vali¨¦ndose de la ausencia de control democr¨¢tico. Parece claro que, al igual que en el oto?o de 1991, Yeltsin quiere aprovechar la derrota pol¨ªtica y militar de dichos sectores piara hacer tabla rasa de la herencia comunista e iniciar, por fin, un proceso pol¨ªtico constituyente sin el cual Rusia no podr¨¢ gestionar los gigantescos problemas derivados de su transformaci¨®n econ¨®mica y social.
En ¨²ltimo t¨¦rmino, y pese a algunos abusos, las medidas de excepci¨®n adoptadas por Yeltsin parecen ser necesarias para reconstruir el sistema institucional ruso y asentar definitivamente las libertades democr¨¢ticas y la econom¨ªa de mercado sin el sabotaje diario al que ven¨ªan siendo sometidas las pol¨ªticas reformistas por parte de los miembros de la nomenklatura que permanec¨ªan en sus puestos, sabotaje que pude constatar personalmente en mis investigaciones en diversas regiones rusas, por ejemplo en la zona petrol¨ªfera de Tyumen. Por ello, el verdadero criterio para juzgar el car¨¢cter democr¨¢tico de la presidencia de Yeltsin es el de los plazos y condiciones de las elecciones legislativas, provinciales y presidenciales y el estricto respeto de los resultados de las mismas. Y aqu¨ª es donde puede encontrarse el punto d¨¦bil de la incipiente democracia rusa: la ausencia de verdaderos partidos pol¨ªticos, la falta de v¨ªnculos efectivos entre los dirigentes y la opini¨®n p¨²blica, la inexistencia de una pr¨¢ctica de debate pol¨ªtico que acepte un marco institucional com¨²n, es decir, el acuerdo b¨¢sico sobre las reglas del juego. En el momento en el que en Europa occidental los partidos pol¨ªticos son frecuentemente denostados, la experiencia rusa demuestra que la historia reciente no ofrece verdadera alternativa al sistema de partidos como forma de ejercicio de la democracia.
Pero tambi¨¦n en este sentido las pr¨®ximas elecciones pueden ser el mecanismo decisivo de construcci¨®n democr¨¢tica en Rusia: los verdaderos partidos democr¨¢ticos se forman, se consolidan o se desintegran en el proceso electoral, en contraste con la conciencia y la opini¨®n de los ciudadanos. Si las medidas tomadas por Yeltsin, aun con los excesos que se cometen en todo estado de excepci¨®n, permiten la renovaci¨®n pol¨ªtica de todos los ¨®rganos de poder en Rusia, incluida la presidencia, as¨ª como el desarrollo de un proceso constituyente, podr¨ªamos estar asistiendo a la formaci¨®n de la nueva democracia rusa. Parece dif¨ªcil que, teniendo en cuenta la falta de tradici¨®n democr¨¢tica en Rusia, la escasa vertebraci¨®n de la sociedad civil, las extremas tensiones sociales, la amenaza latente del separatismo regional y el enorme poder con el que todav¨ªa cuentan los intereses del antiguo r¨¦gimen en todos los ¨¢mbitos de ese inmenso pa¨ªs, la creaci¨®n de instituciones democr¨¢ticas y la costosa transici¨®n a la econom¨ªa de mercado puedan conducirse ordenadamente sin un poder central fuerte. La cuesti¨®n que sigue planteada es la de saber si la convicci¨®n democr¨¢tica de los detentores de ese poder ser¨¢ suficiente para establecer los mecanismos de su propio control en las nuevas instituciones del Estado poscomunista que s¨®lo ahora se est¨¢n gestando.
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