Por qu¨¦ fallan los pactos
"El Gobierno todav¨ªa no sabe funcionar sin mayor¨ªa absoluta", se dice para justificar el espect¨¢culo de negociaciones interminables con partidos pol¨ªticos y sindicatos que desembocan en nada o sumen al pa¨ªs en el desconcierto.Si el fracaso de tanto trato fuera simplemente una cuesti¨®n de aprendizaje, es decir, del coste en t¨¦rminos del tiempo que har¨¢ falta para que los socialistas asimilen el nuevo talante que exige el ejercicio del poder sin mayor¨ªa absoluta, no habr¨ªa de qu¨¦ alarmarse. La sociedad espa?ola podr¨ªa encajar sin grandes aspavientos este nuevo coste-aprendizaje (en este caso, de urbanidad pol¨ªtica), que se a?adir¨ªa a otros contabilizados previamente (el coste de establecimiento del sistema auton¨®mico o el de aprendizaje del propio PSOE irrumpiendo por primera vez en la Administraci¨®n), y santas pascuas. La esterilidad de las negociaciones en curso obedece, no obstante, a causas menos ef¨ªmeras y m¨¢s relevantes.
Al contrario de lo que ocurr¨ªa en la Edad Media, cuando los protagonistas del ajuste o sus descendientes contra¨ªan matrimonio regio para apaciguar los enfrentamientos de sus s¨²bditos, las burocracias modernas no se casan. La burocratizaci¨®n creciente de la sociedad, y hasta del pensamiento, ha concentrado los mecanismos de decisi¨®n en funcionarios cuya supervivencia y bienestar futuro dependen de la defensa y conquista de territorios de influencia frente a colectivos enemigos con el mismo estado de ¨¢nimo. El desenlace de la lucha entre las burocracias nacionalista, centralista y sindical por el reparto del bot¨ªn del Estado, ante la mirada ausente de los paganos, var¨ªa seg¨²n la fase del ciclo econ¨®mico.
En ¨¦pocas de expansi¨®n y expectativas continuadas de crecimiento, como en el pasado reciente, las burocracias hostiles optan por aumentar el tama?o del pastel para dar cabida a las ambiciones de todos a costa de los contribuyentes, para quienes la mayor presi¨®n fiscal se ve compensada por el incremento esperado de sus beneficios. En contra de la l¨®gica contracci¨®n de la burocracia centralista que hubiera debido producirse con el establecimiento de la burocracia auton¨®mica, se opt¨® por el crecimiento de ambas.
Esa soluci¨®n se hace impracticable en ¨¦pocas de recesi¨®n y bajas expectativas de crecimiento, de manera que la ¨²nica salida de la crisis consiste en arrebatarle una parte del territorio al adversario. De ah¨ª el encarnizamiento que preside la actual pelea a cara de perro entre los protagonistas del llamado pacto social y auton¨®mico.
En segundo lugar, la interrelaci¨®n creciente entre los sistemas, y el consiguiente proceso de globalizaci¨®n, ha conducido a un escenario en el que todo depende de todo. Las negociaciones en busca de la ansiada soluci¨®n de un asunto obligan a desenredar ramilletes enteros de otras cuestiones, como ocurre con las cerezas al entresacar una sola del cesto. Todas las negociaciones son hoy, por definici¨®n, multilaterales. Pero la cultura pol¨ªtica establecida fue dise?ada para la negociaci¨®n bilateral, y cuando ¨¦sta no cab¨ªa, para la imposici¨®n burocr¨¢tica de la uniformidad.
?C¨®mo abordar la gesti¨®n eficaz de la diversidad, impuesta por el desarrollo tecnol¨®gico y social, cuando la programaci¨®n mental de los actuales gestores, en ambos lados de la mesa de negociaci¨®n, es todav¨ªa el subproducto de un sistema basado en la manipulaci¨®n tayloriana de grandes vol¨²menes homog¨¦neos?
La realidad se manifiesta con una diversidad creciente, y ello es as¨ª porque el coste de la diversidad disminuye gracias a la revoluci¨®n tecnol¨®gica. Frente a esta realidad nueva, las burocracias, acostumbradas a impartir normas en un mundo anacr¨®nico de grandes colectivos que ya se han atomizado y diversificado, son incapaces de conseguir que la negociaci¨®n prospere.
El proceso de atomizaci¨®n social ha obligado a los alcaldes de las grandes concentraciones urbanas a cambiar sus estilos de vida y negociaci¨®n. Los alcaldes de Ly¨®n, Hamburgo, Mil¨¢n o Barcelona tienen todos agendas parecidas e interlocutores id¨¦nticos. En la agenda, el tiempo dedicado a la persuasi¨®n de un dispar conglomerado de colectivos, que van desde los conservacionistas a las asociaciones de vecinos, de los lobbies inmobiliarios a los defensores de las farolas decimon¨®nicas, duplica y triplica el tiempo dedicado a la aparente toma de decisiones. Los alcaldes de las grandes urbes europeas han asimilado ya que la vieja distinci¨®n entre dise?o de un proyecto y ejecuci¨®n es mucho menos n¨ªtida de lo que creen todav¨ªa la mayor¨ªa de los pol¨ªticos. Las tareas de dise?o y seguimiento absorben, en el mundo moderno, mucho m¨¢s tiempo y esfuerzos que la pura toma de decisiones.
No es la municipalizaci¨®n creciente de las negociaciones a nivel del Estado lo que dificulta las soluciones, sino el empe?o en seguir creyendo que el componente esencial de la gesti¨®n pol¨ªtica o empresarial es la toma aparente de decisiones.
El inter¨¦s de los medios de comunicaci¨®n en las im¨¢genes de la mesa de negociaci¨®n, poblada de personajes que pretenden acaparar repentinamente la representaci¨®n universal del inter¨¦s general, contribuye a aumentar las expectativas de una soluci¨®n inmediata, y el sentimiento ulterior de frustraci¨®n. El infierno est¨¢ repleto de directores generales bien intencionados que se pasaron la vida tomando decisiones mientras embarrancaban sus empresas y pa¨ªses. El sentido de las decisiones no se decanta en la instant¨¢nea de una mesa de negociaci¨®n, sino a lo largo de un proceso de asimilaci¨®n que alumbra gradualmente las nuevas soluciones.
Hay causas que explican el fracaso de los pactos, relacionadas con fen¨®menos objetivos ante los cuales responden los Gobiernos con mayor o menor premura, pero que ellos no inventaron. Hay otras causas, en cambio, de las que son directamente responsables. Cuando la toma de decisiones se ha convertido en un proceso, constituye un error may¨²sculo el llegar cargado de temas y carpetas a la mesa de negociaci¨®n, como le ha ocurrido al Gobierno. La mesa hubiera debido estar casi limpia y, sin embargo, all¨ª se han amontonado innumerables propuestas, muchas de ellas amarillentas por el paso del tiempo, que volver¨¢n a los archivos ministeriales, a pesar de tratarse de cuestiones b¨¢sicas de la vida de los espa?oles: financiaci¨®n auton¨®mica, futuro de las pensiones o convergencia con Europa, por citar s¨®lo las m¨¢s sobresalientes.
Esta transgresi¨®n de una de las reglas cl¨¢sicas de cualquier negociaci¨®n -llegar a la sesi¨®n final habiendo desbrozado el camino de cualquier problema que distraiga del obst¨¢culo principal- se alimenta en una concepci¨®n equivocada del tiempo y de su necesaria manipulaci¨®n. Alguien debe estar acord¨¢ndose ahora en La Moncloa de la cita preferida de Jean Anouilh: "El tiempo trata mal a los que le descuidan".
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