Un dictador impenitente
DICTADOR ES quien toma el poder por la fuerza y lo mantiene del mismo modo en beneficio exclusivo de sus intereses personales. En el ejercicio de la opci¨®n pol¨ªtica usurpada, esquilma y atemoriza a la ciudadan¨ªa y se empe?a en afirmar que es el verdadero depositario de los valores democr¨¢ticos.Teodoro Obiang Nguema, presidente de Guinea Ecuatorial desde agosto de 1979, ha aprovechado los 14 a?os que lleva en el poder para proseguir la destrucci¨®n del otrora culto y floreciente pa¨ªs iniciada por la tiran¨ªa de su t¨ªo Francisco Mac¨ªas, primer presidente de la naci¨®n independiente. Su dura y. arbitraria regla ha ido dirigida no s¨®lo contra sus propios nacionales, sino contra la mano que le ha dado de comer, la antigua metr¨®poli, Espa?a.
El juego siempre es el mismo. Cuando la presi¨®n del Gobierno espa?ol se hace insoportable, cuando a Obiang le es inevitable enfrentarse con la inminencia de decisiones que han de recortar su poder omn¨ªmodo (por ejemplo, la celebraci¨®n de elecciones libres), escoge un tema de enfrentamiento con Madrid -la expulsi¨®n de un empresario, su encarcelamiento, la detenci¨®n de alg¨²n cooperante, la acusaci¨®n de imperialismo que justifica una represi¨®n que desemboca en muertes de ecuatoguineanos o una simple y mezquina mordida-. Ante la preocupaci¨®n que causa en Espa?a (en ¨¢mbitos oficiales y, naturalmente, en los familiares) el peligro que corren los infortunados cabezas de turco, la presi¨®n gubernamental que se ejerce sobre Obiang se encamina exclusivamente a resolver la crisis personal planteada. Finalmente, el dictador cede, pone en libertad o expulsa a las v¨ªctimas -en ocasiones, mediando un soborno-. Y as¨ª, resuelta la crisis humanitaria, consigue desviar el impacto de la pol¨ªtica.
Una vez m¨¢s, el Ministerio espa?ol de Asuntos Exteriores habr¨¢ gastado preciosos cartuchos en la inevitable labor de defensa de los derechos humanos y Obiang habr¨¢ quedado libre de tirar de las riendas. El presidente ecuatoguineano, adem¨¢s, especula con el hecho de que el Gobierno espa?ol no puede cerrar la espita de su generosa ayuda, por m¨¢s que ha, de tentarle hacerlo en m¨¢s de una ocasi¨®n, simplemente porque las v¨ªctimas de tal decisi¨®n no ser¨ªan Obiang y los suyos, sino los ciudadanos que bastante tienen con sufrir a su jefe de Estado.
La ¨²ltima crisis -la expulsi¨®n de seis j¨®venes navarros en visita tur¨ªstica al pa¨ªs y la detenci¨®n de una enfermera, asimismo espa?ola- ha coincidido con la comparecencia parlamentaria del nuevo secretario de Estado espa?ol para la Cooperaci¨®n. Evidentemente, el alto funcionario no pod¨ªa anunciar grandes cambios en la cooperaci¨®n con Guinea en v¨ªsperas de una elecci¨®n general en Malabo prevista para el pr¨®ximo noviembre y cuando a¨²n no ha concluido el segundo plan de asistencia a la ex colonia. S¨®lo ha anunciado una reducci¨®n de 300 millones de pesetas para 1994 (con lo que la ayuda (quedar¨¢ reducida a 1.699 millones de pesetas) y una mayor disciplina en el control del manejo de los fondos. El rigor apunta directamente al Gobierno de Malabo, cuya arbitrariedad y corrupci¨®n en la utilizaci¨®n de la ayuda espa?ola han sido tradicionalmente notables.
El hecho, sin embargo, es que, una vez m¨¢s, Teodoro Obiang ha sido protagonista de un gesto inamistoso hacia Espa?a y que ha utilizado para ello el recurso habitual de la tiran¨ªa: el jefe de la polic¨ªa, temido hermano del presidente. En v¨ªsperas de unos comicios que el jefe del Estado anuncia como democratizadores y de los que muchos sospechan la posibilidad de pucherazo, el asunto es doblemente grave, cuando la pr¨¢ctica usual en Guinea ahora es la detenci¨®n y apaleamiento de los candidatos de la oposici¨®n.
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