Un pu?ado de arroz
Conocimos a Saulo Benavente en el a?o 1967, y unos a?os despu¨¦s supimos que hab¨ªa muerto. Era argentino, escen¨®grafo, muy alegre y extravertido. Supimos que era comunista; tal vez estaba entonces a la izquierda del comunismo ortodoxo, pues era castrista, en aquellas fechas en que Castro simulaba estar a la izquierda de quienes ya entonces eran sus amos en el Kremlin, y Saulo, como tantos intelectuales de Europa y Am¨¦rica, ni remotamente sospechaba la existencia de esa simulaci¨®n. Por entonces, ninguno de nosotros hab¨ªamos conocido apenas a exiliados espa?oles, por lo que la historia que Saulo nos cont¨® fue una de las primeras que consignamos en nuestros archivos sobre esa dimensi¨®n lentamente catastr¨®fica de la guerra civil espa?ola.Cuando aquel oto?o frecuentamos a Saulo Benavente, ¨¦l acababa de regresar de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. En Mosc¨², unos cincuenta exiliados espa?oles hab¨ªan iniciado una especie de ritual cuando llegaron huyendo de la represi¨®n franquista, un ritual que manten¨ªan m¨¢s de un cuarto de siglo despu¨¦s. El d¨ªa 14 de abril, aniversario de la proclamaci¨®n de la 11 Rep¨²blica Espa?ola, se reunieron todos por primera vez en 1940. Ese ritual consisti¨® en cantar canciones republicanas, cantar la Internacional, a?orar su tierra y comerse una paella valenciana. Dentro de esa fiesta se inclu¨ªan las conversaciones en las que se expon¨ªan unos a otros sus prop¨®sitos de regresar a Espa?a, instalarse: y comenzar de nuevo una vida espa?ola, aunque para ello, naturalmente, aguardar¨ªan a que muriera el dictador, o hasta que lo echa ran de Espa?a las fuerzas progresistas, o hasta que cayera v¨ªctima de un atentado. Ni se planteaba que ninguno de ellos regresase antes de ?que se cumpliese uno de estos tres requisitos, y no s¨®lo por temor a la represi¨®n, sino por una clara cuesti¨®n moral. De modo que el d¨ªa 14 de abril de 1941 volvieron a acudir a su cita (creemos recordar que Saulo Benavente nos dijo que algunos de ellos viajaban a Mosc¨² desde Leningrado), volvieron a cantar, a confiarse sus proyectos y a comerse entre todos una enorme paella cocinada con varios kilos de arroz.
Fueron pasando los a?os, y los exiliados se reun¨ªan cada aniversario de la proclamaci¨®n de la II Rep¨²blica Espa?ola a cumplir con todos los elementos de su ritual y a comer ritualmente la paella, que iba disminuyendo de tama?o porque iban acudiendo menos comensales. Acud¨ªan menos comensales no porque ninguno de ellos desde?ase u olvidase la cita, sino porque hab¨ªa muerto. Continuaban aguardando la muerte, por enfermedad o por atentado, del general Franco, o su expulsi¨®n del pa¨ªs por las fuerzas progresistas espa?olas, y cada 14 de abril guisaban y com¨ªan una paella cada vez m¨¢s peque?a, ya que el n¨²mero de exiliados iba disminuyendo a causa de la muerte. El ritual era, en consecuencia, cada vez menos alegre, cada vez m¨¢s melanc¨®lico; cada vez se cantaban las canciones con m¨¢s desgana, y cada vez los exiliados eran m¨¢s prudentes en sus proyectos, y no s¨®lo porque la consistencia de la dictadura parec¨ªa m¨¢s f¨¦rrea que la resistencia antifranquista, sino tambi¨¦n porque la paella hab¨ªa disminuido de tama?o de un modo casi vertiginoso. Empezaban a sentirse desanimados. No obstante, continuaban manteniendo el ritual de la paella, obstinadamente, como un acto de resistencia pol¨ªtica.
A?o tras a?o, Franco no mor¨ªa, ni era expulsado, ni v¨ªctima de un atentado; a?o tras a?o, el 14 de abril cada vez menos espa?oles se reun¨ªan en Mosc¨² alrededor de una paella que a?o tras ano se preparaba con menos arroz. Cuando conocimos a Saulo Benavente (quien nos dijo que uno de aquellos comensales ya menos animosos que tristes era el escultor Alberto S¨¢nchez), en el oto?o de 1967, el escen¨®grafo argentino acababa de regresar de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en donde hab¨ªa vivido una temporada, y nos dijo que el 14 de abril de aquel a?o hab¨ªa sido invitado por los exiliados espa?oles a compartir la paella. Nos estaba contando esa historia y de pronto gimi¨® durante unos instantes. Hab¨ªa, nos dijo cuando pudo hablar, s¨®lo seis comensales, yo incluido: este a?o, la paella se hizo con un pu?adito de arroz. A?os despu¨¦s supimos que Saulo Benavente hab¨ªa muerto.
Desde 1967 continuaron pasando los a?os, y suponemos que el resto de los comensales fueron tambi¨¦n muriendo, uno tras otro, y que posiblemente ni uno solo regres¨® a Espa?a. El d¨ªa 20 de noviembre de 1975 muri¨® el general Franco, tras una larga y dicen que horrorosa agon¨ªa. Ese d¨ªa recordamos el ritual de los exiliados y quisimos suponer que ante las noticias de la agon¨ªa del dictador acaso los sobrevivientes de aquel pu?adito de arroz, si es que los hab¨ªa, sintiesen tanta piedad por esa agon¨ªa como ilusi¨®n por regresar a Espa?a. Pero supusimos tambi¨¦n, y con m¨¢s l¨®gica, que a esas alturas del siglo ya no quedaba ni uno solo de los comensales de arroz. En cuanto a Saulo Benavente, nunca supimos cu¨¢l hab¨ªa sido la causa de su muerte. Parec¨ªa sano y todav¨ªa era joven cuando lo conocimos. Los a?os no son ¨²nicamente insaciables, sino que tambi¨¦n son enigm¨¢ticos, como las manos de los prestidigitadores. De hecho, ahora, con el a?o 1967 ya medio borroso, cuando o¨ªmos hablar de alguna guerra civil, a veces, nos imaginamos un pu?ado de arroz resbalando en el interior de un reloj de arena.
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