La agon¨ªa de Fellini convoca a sus fantasmas
Periodistas y curiosos recrean la atm¨®sfera del maestro junto al hospital Umberto I
Primero fueron los periodistas, esa especie que, como se recuerda estos d¨ªas, Federico Fellini contribuy¨® a marcar indeleblemente con el t¨¦rmino de papparazzi. Paparazzo se llamaba, en efecto, el indiscreto fot¨®grafo de La dolce vita. Y aunque los profesionales de la informaci¨®n que montan guardia frente a la puerta de la secci¨®n del hospital Umberto I donde agoniza el maestro no cultiven esa variedad antip¨¢tica de periodismo gr¨¢fico -entre ellos no hay verdaderos paparazzi, porque del recinto no salen ni entran famosos-, sus antenas parab¨®licas giratorias, sus c¨¢maras de televisi¨®n y sus monitores son los elementos fundamentales de la decoraci¨®n felliniana que ha ido adquiriendo el recinto.Luego, con el atardecer, lleg¨® una furgoneta de esas que venden bebidas y bocadillos, que se instal¨® frente a la puerta principal del centro, al otro lado de la verja que marca la permeable frontera entre el mundo de los sanos y el de los enfermos. Nadie sabe muy bien si el camioncito en cuesti¨®n es un viejo habitual de una zona donde abundan sanitarios y parientes necesitados de sost¨¦n nutritivo para afrontar una noche en vela junto a los seres postrados. Pero todos aseguran que la furgoneta trajo un aroma de porch¨¦tta -el asado de lech¨®n m¨¢s popular y al gusto de los romanos-, que perfum¨® la antec¨¢mara de Fellini.
M¨¢s tarde a¨²n, al filo de la medianoche, cayeron los merodeadores, personajes que, desde uno y otro lado de la verja, comentan la enfermedad, del cineasta con fervores confusos. Como aquel anciano de corbata a rayas y mirada extraviada que aseguraba haber hablado con la difunta Ana Magnani y que ¨¦sta le hab¨ªa dicho que su amigo Federico se despertar¨ªa pronto. Como esa mujer que vende agua bendita, o aquella otra anciana actriz que espera pacientemente noticias del enfermo, porque Fellini le dio un peque?o papel en Prova dorchestra, una pel¨ªcula hecha con rostros desconocidos.
Ha habido incluso dos nigromantes de Brescia, llamados Claudio y Alex, que llegaron a Roma con la idea de devolver a este lado de la existencia a Federico, haciendo girar un p¨¦ndulo mientras silbaban el tema musical. de Ocho y medio. Y tambi¨¦n los curas y cardenales, caricaturas favoritas del cineasta, que le han dado el vi¨¢tico y han rezado junto a su lecho.
Es preciso aclarar que durante las horas diurnas nada de esto resulta claramente visible. Pero los colegas italianos que van para una semana de plant¨®n ante el hospital donde se encuentra el director aseguran que es as¨ª, y no hay motivo para dudar de su testimonio.
Sobre todo, porque resulta bello que alguien como Federico Fellini se vaya de este mundo rodeado de los fantasmas que cre¨® en la pantalla, seres llenos de una rapacidad vital caracter¨ªstica del italiano medio, que puede resultar cruel, pero en la que se puede descubrir toda la dimensi¨®n po¨¦tica y la fuerza necesaria para convertir la despedida en un triunfo sobre la muerte.
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