Compa?eros de metro

Me pregunto qu¨¦ pasar¨ªa si la gente comenzara a relacionarse en aquellos lugares p¨²blicos donde menos se piensa que pueda acontecer tal actividad; lugares por los que transitamos veloces, resignados, indiferentes, como a trav¨¦s de un tiempo vac¨ªo que hay que asesinar. Hago esta reflexi¨®n porque llevo a?os viajando en el metro y he llegado a la conclusi¨®n de que a poco que afin¨¢semos la percepci¨®n de los sentidos, dejando al margen nuestras neurosis cotidianas, descubrir¨ªamos en quienes se desplazan en este transporte subterr¨¢neo de aspecto deprimente un universo de gestos, matices, comportamientos repletos de connotaciones psicol¨®gicas que, descodificados a trav¨¦s de lo m¨¢s ¨ªntimo del coraz¨®n, nos permitir¨ªan desarrollar una comunicaci¨®n m¨¢s aut¨¦ntica y espont¨¢nea que en sitios de la superficie dise?ados para este fin, donde los sentimientos, maltratados por los autom¨®viles, el ruido, la. contaminaci¨®n, el alcohol, apenas sobreviven. Bastar¨ªa con arrojar lejos buena parte de la basura que contiene el pensamiento, dejar para otra ocasi¨®n ese libro o peri¨®dico, abrir bien los ojos y acercamos sin miedo a la soledad del otro; soledad inquietante que nos delata en los instantes en que nos abruma esa est¨²pida sensaci¨®n de p¨¦rdida de tiempo, durante los trayectos que nos conducen a eso que llamamos tiempo ¨²til, y que es, no pocas veces, el abismo.-Madrid.