Tres balonazos y poco entusiasmo
El Real Madrid perdi¨® frente al Tiro la oportunidad de conectar con su hinchada
El Madrid perdi¨® la ocasi¨®n de conectar con su gente Gan¨® y vivi¨® con comodidad, pero no tuvo un detalle con la hinchada, muy sensible en estos tiempos. La victoria es de las que se aprecian en Italia, donde todav¨ªa se valora la eficacia para sacar buenos resultados sin despeinarse. Pero en Chamart¨ªn la gente quiere un buen rato de f¨²tbol y so?ar con su equipo. Nada de eso ocurri¨®. El Madrid despach¨® al Tirol con tres bajonazos y poco entusiasmo.Los madridistas se encontraron con todas la excusas para tomar el partido como un tr¨¢mite administrativo. El campo molesto, el gol tempranero y la debilidad de los austriacos. Nadie quiso forzar la noche y repetir el atrac¨®n que se dio el Madrid frente al Tirol hace tres a?os. Y las condiciones eran parecidas. El Tirol es un equipo fet¨¦n, de los que se adaptan a las obligaciones que le imponen los rivales. Si le aprietas, se raja. Si le dejas jugar, consigue tener algo de apariencia. Pero debajo de la c¨¢scara siempre es una birria Blando, triste, medio sumiso. El Madrid pudo destrozar al Tirol, pero prefiri¨® sacar una faena profesional y muy fr¨ªa.
El partido se acab¨® con el gol de Michel. Fue el ¨²nico momento memorable del encuentro. Un gol de cabeza de Michel es una cosa sorprendente, una especie de incunable del f¨²tbol que conviene guardar en el v¨ªdeo y ense?ar a la familia. Y no fue una tonter¨ªa de cabezazo. En el segundo palo, muy solo, Michel se marc¨® un remate muy pinturero, de experto, con el perfil digno y el golpeo preciso. La pelota cruz¨® a la escuadra contraria despu¨¦s de sobrepasar al portero austr¨ªaco. Un gol que Michel contar¨¢ con mucho detalle cuando alguien le acuse de inhibirse en el juego alto.
La ventaja convirti¨® al Madrid en un equipo ventajista. Perdi¨® tensi¨®n, racane¨® bastante y dej¨® que el Tirol se hiciera alguna ilusi¨®n. Durante la siguiente media hora no volvi¨® a acercarse por el ¨¢rea austriaca. Se volvi¨® indolente y al p¨²blico no le gust¨®. La gente quer¨ªa sangre, una goleada de impresi¨®n para sentirse feliz en una noche de perros. El Madrid se lo neg¨®. La falta de comunicaci¨®n entre el equipo y la grada se tradujo muy pronto en la bronca a ¨¦ste y aqu¨¦l, seg¨²n quien fallara. El principal perjudicado fue Prosinecki como siempre. Prosinecki irrita a la afici¨®n madridista, que toma al centrocampista como objeto de todas sus frustraciones. El estado de encono entre el p¨²blico y Prosinecki convierte el caso en una situaci¨®n irrecuperable. Nadie aprecia a Prosinecki en Madrid.
La displicencia madridista pudo salirle cara en un par de pasajes en la primera parte. El Madrid dej¨® jugar al Tirol y los austriacos aceptaron el regalo. Sin quererlo, se vieron metidos en el partido. En el momento de mayor confianza, sobre la media hora, se atrevieron a forzar un par de penetraciones clausuradas con dificultades por Buyo. La leve insolencia del Tirol se acab¨® en la segunda parte. Un bufido del Madrid fue suficiente.
Alfonso, que cada vez se encuentra m¨¢s c¨®modo como titular, disloc¨® la cintura del central austr¨ªaco y fabric¨® el segundo gol reci¨¦n salidos del descanso. Con mucha intuici¨®n, sac¨® un pase al segundo palo, donde apareci¨® Butrague?o para tocar y marcar. Una jugada limpia, sencilla y precisa, de las que no levantan pasiones, pero dejan el aroma de los buenos futbolistas. El Tirol se deprimi¨® en el acto. Hab¨ªa sobrevivido con los restos que le dejaba el Madrid. Cuando el equipo de Floro se decidi¨® a darle el finiquito, el Tirol qued¨® muerto sin clase ni car¨¢cter. Nada.
El partido se qued¨® cada vez m¨¢s para los suplentes y los meritorios. Butrague?o se retir¨® y apareci¨® Milla. Cuando Alfonso agarr¨® el cabezazo del tercer gol, Michel le dej¨® el sitio a Villarroya. El encuentro bascul¨® definitivamente hacia la anarqu¨ªa. El resultado hab¨ªa acabado con las protestas del p¨²blico, que comenz¨® a juzgar a sus futbolistas. Le pareci¨® bien una incursi¨®n muy airosa de Dubovsky, con cuatro rivales tirados en el piso. Le hizo gracia un par de arreones de Villarroya, un jugador que s¨®lo cae simp¨¢tico a la parroquia cuando la victoria es incuestionable. Hubo incluso un momento de indulgencia para Prosinecki, pero el croata no supo aprovechar la venia de la hinchada. Y as¨ª, lentamente, sin ning¨²n suceso inolvidable, el partido se dirigi¨® hacia el final. El Madrid hab¨ªa tramitado aquello con cierta autoridad y poco entusiasmo: una noche sin gloria.
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