Caza al cosaco
?Qu¨¦ pas¨® en Rusia durante los 15 d¨ªas de estado de sitio y toque de queda? El secretario de Estado estadounidense, Warren Christopher, no plante¨® esta cuesti¨®n cuando fue a Rusia a expresar su admiraci¨®n por Yeltsin. Edouard Balladur tampoco lo ha hecho en su visita a Mosc¨² la semana pasada. En cuanto al presidente Clinton, al que se espera en la capital rusa a mediados de enero, ya ha dicho que si ¨¦l hubiera estado en el lugar de Yeltsin durante la revuelta parlamentaria de octubre, habr¨ªa actuado de la misma forma. No son, pues, los occidentales los que se opondr¨¢n a las violaciones de los derechos humanos durante los 15 d¨ªas de desenfreno policial racista que sucedieron al aplastamiento de la revuelta.Los dem¨®cratas yeltsinistas tampoco lo har¨¢n. Han elaborado dos listas diferentes para las elecciones parlamentarias del 12 de diciembre, una, m¨¢s radical, la del viceprimer ministro Yegor Gaidar, y otra, m¨¢s moderada, la del viceprimer ministro Sergu¨¦i Chajrai. Durante sus respectivos congresos se han declarado convencidos de que van a dominar el futuro Parlamento y de que colaborar¨¢n amistosamente en pro de la econom¨ªa de mercado. A Yeltsin le viene muy bien este pluralismo. Lo que sorprende es que ning¨²n delegado a los congresos dem¨®cratas mencionara la razzia anticaucasiana que hab¨ªa tenido lugar, ante sus ojos, en Mosc¨².
En efecto, a partir del 4 de octubre, y aprovech¨¢ndose del estado de excepci¨®n, el Ministerio del Interior decidi¨® intensificar la lucha contra la criminalidad sin las trabas de los procedimientos judiciales. En la pr¨¢ctica, esa lucha se. ha traducido en la caza de los caucasianos porque en las comisar¨ªas moscovitas est¨¢n convencidos de que las personas que tienen piel morena y otras caracter¨ªsticas morfol¨®gicas propias de la gente del Sur son temibles criminales. Se les llama chernojopi (culos negros) y se les considera responsables de la carest¨ªa de la vida y del ascenso de la mafia. Partiendo de tal convicci¨®n, las autoridades de Mosc¨² dieron orden de limpiar la ciudad de esos indeseables, sin mirar demasiado si eran ciudadanos de Georgia, Azerbaiy¨¢n, Armenia o de la Federaci¨®n Rusa. Se confi¨® la tarea a los omons (destacamentos de la milicia antidisturbios), famosos por su brutalidad, y que jam¨¢s han desmentido esa reputaci¨®n.
Y comenz¨® la caza de todo aquel que tuviera la piel oscura. A pleno d¨ªa y ante testigos -extranjeros incluidos-, que asist¨ªan a ella at¨®nitos, pero impotentes. Un periodista polaco, Ernest Skalski, vio a gente de piel oscura, de cara a un muro, que eran golpeados con las culatas antes de llev¨¢rselos a una comisar¨ªa y expulsarlos "a su tierra". No, fue el ¨²nico: toda la prensa occidental, incluso la proyeltsinista, ha dado cuenta de incidentes de este tipo. Hasta la CNN ha difundido algunas im¨¢genes en las que se ve¨ªa a un grupo de caucasianos entre barrotes, api?ados, acorralados y desesperados. Pero era por la noche, al amparo del toque de queda, cuando los omons daban libre curso a su odio a los chernojopi: irrump¨ªan en sus casas, romp¨ªan todo, confiscaban el dinero y los objetos de valor, rasgaban los documentos que atestiguaban el derecho de los perseguidos a residir en Mosc¨². De golpe, ¨¦stos se convert¨ªan en "inmigrantes clandestinos" y eran expedidos urgentemente a su pa¨ªs de origen.
Entre las v¨ªctimas de esa gigantesca razzia hab¨ªa gran n¨²mero de refugiados que hab¨ªan huido de la guerra del Transc¨¢ucaso tras vender todos sus bienes. Otros, ex ciudadanos del Estado sovi¨¦tico unificado, eran nacidos en Mosc¨² y no ten¨ªan m¨¢s v¨ªnculos con el pa¨ªs de sus mayores que el que tienen algunos de los j¨®venes de origen magreb¨ª que viven en Par¨ªs. Pero no hab¨ªa posibilidad de recurrir. Las tres rep¨²blicas transcauc¨¢sicas est¨¢n arruinadas por las guerras inter¨¦tnicas y no se atreven a enfrentarse a Rusia defendiendo a su gente. No se sabe el n¨²mero exacto de los expulsados (como tampoco se sabe el n¨²mero exacto de los muertos en el asalto a la Casa Blanca). Seg¨²n estimaciones oficiosas, los caucasianos que han ca¨ªdo en manos de la Omon son 14.000, per o algunos afirman que la cifra real es mucho m¨¢s elevada. Lo que es indiscutible es que se ha tratado de la mayor razzia desde la siniestra ocupaci¨®n alemana de Europa y que, una vez m¨¢s, ha tenido lugar en una de las principales metr¨®polis europeas.
En Mosc¨² se han elevado algunas voces contra este esc¨¢ndalo, aunque t¨ªmidas debido a la censura. En el peri¨®dico Izvestia del 14 de octubre, Marina Lebedeva cuenta c¨®mo intent¨® en vano enterarse de qui¨¦n dio la orden a la milicia de lanzarse sin el menor control contra una parte de la poblaci¨®n. M final, en las altas esferas le mencionaron el decreto 1.580 del presidente Yeltsin, que autoriza la operaci¨®n. Pero nadie fue capaz de ense?¨¢rselo y, por otra parte, ese texto jam¨¢s ha sido publicado, como tampoco lo ha sido el ucase del alcalde de Mosc¨², Lujkov, quien habr¨ªa sido el principal instigador de la razzia. Para terminarlo de arreglar, los celosos omons, que a veces no distingu¨ªan un caucasiano de un "buen ruso", tambi¨¦n castigaron a "moscovitas inocentes" que terminaron en hospitales con roturas de brazos y costillas. Han puesto las debidas denuncias, y la asociaci¨®n Memorial, que se ocupa de las v¨ªctimas del terror estalinista, ha instalado un -tel¨¦fono (el 299 1180) donde aconsejan a las v¨ªctimas del arbitrario Yeltsin. Por lo dem¨¢s, la prensa sovi¨¦tica se ha limitado a se?alar que el 70% de los moscovitas aprueba las medidas contra los caucasianos. Y lo ha hecho con cierta aprensi¨®n porque los culos negros, que, seg¨²n parece, son muy vengativos, pueden dedicarse a vengarse de los rusos en sus casas, e incluso a cometer actos terroristas en Mosc¨². Todo esto revela un grado de racismo y xenofobia que da miedo. Los dem¨®cratas han explotado muy h¨¢bilmente en su propaganda la presencia de grup¨²sculos antisemitas entre los defensores de la Casa Blanca durante las sangrientas jornadas del 3 y el 4 de octubre. Pero no es un grup¨²sculo el que ha organizado la razzia anticaucasiana en Mosc¨², es el Gobierno de Yeltsin, de Gaidar y de Chajrai, pretendiendo que actuaban en bien de la "democracia".
Hay algo m¨¢s. Una arbitrariedad que llega a tales extremos raramente permanece aislada, sino que desencadena una serie de medidas arbitrarias. El alcalde dem¨®crata de Mosc¨² ha instaurado un r¨¦gimen de visado de entrada en la capital, sin que se sepa con qu¨¦ derecho. En el mismo sentido, ha anunciado que toda persona que no tenga regularizado el derecho de residencia -la propiska- ser¨¢ expulsada sobre la marcha. La BBC, con su sobrio estilo informativo, ha precisado que el r¨¦gimen de propiska fue instaurado por Stalin en 1932, suspendido en 1991 por Gorbachov en nombre de la libertad de circulaci¨®n de los ciudadanos, y definitivamente suprimido en 1993 por el S¨®viet Supremo -el mismo al que se bombarde¨® hace unos d¨ªas-. Al escuchar el breve resumen de la BBC se tiene la impresi¨®n de que lo que vuelve a Rusia, y al galope, no es la democracia, es el viejo r¨¦gimen policial.
Desde que, el 21 de septiembre, suprimi¨® la Constituci¨®n, Bor¨ªs Yeltsin ha promulgado m¨¢s de 200 decretos, una media de 10 por d¨ªa. En ellos hay de todo, nombramientos, destituciones, prohibici¨®n de peri¨®dicos, supresi¨®n de movimientos de oposici¨®n, disoluci¨®n de las asambleas regionales o locales... Pero el decreto que bate todos los r¨¦cords de democratismo es el del 13 de octubre. Yeltsin define en ¨¦l la forma en que se adoptar¨¢ la nueva Constituci¨®n, cuyo texto no se conoce. Los rusos deber¨¢n pronunciarse en refer¨¦ndum el 12 de diciembre, y si el 50% de los votantes dice que s¨ª -sea cual sea la participaci¨®n electoral-, la Constituci¨®n entrar¨¢ inmediatamente en vigor. Despu¨¦s, el presidente ser¨¢ investido de todos sus poderes y no tendr¨¢ que preocuparse por los resultados de las elecciones al Parlamento. Si la futura Duma no se muestra suficientemente d¨®cil, no tiene m¨¢s que dejar en suspenso sus poderes o disolverla. El zar lo hizo m¨¢s de una vez. Pero, en aquella ¨¦poca, Estados Unidos -y algunos pa¨ªses occidentales- no le daba el certificado de dem¨®crata. Por el contrario, protestaba contra los pogromos o razzias xen¨®fobas en la Rusia zarista (una vieja tradici¨®n). Ahora no es lo mismo porque Bill Clinton tiene necesidad del mercado ruso, incluso lo ha dicho en su discurso inaugural en el Congreso de Estados Unidos. Una razzia anticaucasiana en Mosc¨² no perturbar¨ªa su conciencia.
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