Talento, gracia y 'esprit'
Tener talento es saber descubrir relaciones insospechadas entre las cosas, o¨ªr los rumores del porvenir silenciados por el fragor de la tormenta, establecer algo original que desconoc¨ªamos, sea la relatividad del espacio y del tiempo y el fin de su car¨¢cter absoluto, sea el hallazgo po¨¦tico de la "soledad sonora" donde se reposa el alma m¨ªstica de san Juan de la Cruz, o el talento prof¨¦tico de quien prev¨¦ lo que aparecer¨¢ cuando rompa "la ola incontenible en que en los tiempos de crisis se convierte la historia", como dec¨ªa pat¨¦ticamente Jos¨¦ Ferrater Mora. ?C¨®mo puede medirse el mayor o menor talento en cosas tan diversas? No por descubrir una ley f¨ªsica, universal, que se cumplir¨ªa aunque no existieran los hombres, tiene m¨¢s talento su descubridor que los que hallaron sensibilidades simplemente humanas. El paso del talento al genio lo hace el tiempo, cuando va dando rango permanente y validez actual a determinadas ideas, maestr¨ªas, obras de arte o mentefacturas que respond¨ªan al talento de su creador en el instante de su emanaci¨®n. As¨ª ha ocurrido con Cervantes en su Don Quijote, cuya lectura no s¨®lo apasion¨® a sus contempor¨¢neos, sino que sigue levantando el alma de sus lectores de hoy. Es claro que, al no existir ninguna vara de medir la genialidad de los genios, estimaremos m¨¢s a uno que a otro, seg¨²n la clase de temas que nos atraigan y m¨¢s nos puedan conmover. El genio es forzosamente original, inventor, que hace patente lo latente. "El prototipo de la originalidad", dijo el autor de Persona, obra, cosas, "es Dios, origen, padre y manadero de todas las cosas".Pero el hombre de talento no necesita ser famoso. Talento puede tenerlo una persona que no deje huella en el mundo. Talento tuvieron, ciertamente, Picasso y Napole¨®n, C¨¦sar y Einstein, pero talento tuvo asimismo Juan Belmonte al trastocar los terrenos del toro y del torero, y talento percibimos en algunas gentes con las que convivimos, en nuestros estudios o en el ejercicio de nuestra profesi¨®n, que ven con prontitud, sin necesidad de recorrer puntos intermedios, la soluci¨®n de un problema o de una dificultad. Cabe tambi¨¦n cierto talento para conocer a los individuos, como lo tuvo Goethe despu¨¦s de visitar a Napole¨®n. "Pasamos a hablar de Napole¨®n", cuenta Eckerman en sus Conversaciones con Goethe, "y yo le dije que sent¨ªa no haberle conocido. 'S¨ª', dijo Goethe; 'val¨ªa la pena conocerlo'. ?Un compendio del mundo! 'Tendr¨ªa', insinu¨¦ yo, 'un aspecto imponente'. 'Era ¨¦l', respondi¨® Goethe; 'se ve¨ªa que era ¨¦l'. He ah¨ª todo".
Tener talento supone tener inteligencia, al menos en alguna de las m¨²ltiples caras que ¨¦sta presenta, e implica poseer capacidad y dotes para ejercerlas. Pero la rec¨ªproca no es siempre cierta, y un hombre inteligente puede no alcanzar el talento, creador por naturaleza. ?Qu¨¦ es el talento? No olvidar¨¦ una visita -tuve la suerte de acompa?arle- que hizo mi padre a Stravinski -buen conocedor de su pensamiento-, en el hotel Ritz, al paso por Madrid del gran compositor ruso de los a?os cincuenta. Se hablaban en franc¨¦s, y Stravinski escuchaba con gran atenci¨®n las opiniones de mi padre sobre m¨²sica -que los music¨®logos espa?oles no han solido estimar nunca demasiado-, y cuando ¨¦ste le dijo que, para ¨¦l, el mejor ejemplo del puro talento era el Bolero de Ravel -esa variaci¨®n de timbres sobre un tema ¨²nico-, Stravinski, con su permanente vaso de whisky en la mano, asent¨ªa con grandes sacudidas de cabeza. Si despu¨¦s hubi¨¦ramos seguido hablando sobre esta afirmaci¨®n, quiz¨¢ hubiera yo entrevisto el misterio del talento.
Tan estimable como el talento es, para m¨ª, la gracia, esa virtud que poseen algunos hombres y algunas mujeres de saber provocar la sonrisa y la admiraci¨®n. Los humoristas no son sus ¨²nicos propietarios, incluso, a veces, en el humor negro se alejan de ella. La gracia est¨¢ en la conversaci¨®n de alguien con gracejo, con chispa; en los gestos de una mujer con salero, vestida con gracia y que tiene eso que llamamos ¨¢ngel. Una persona de suerte le cae en gracia a otra y, cuando el encanto se rompe, cae en desgracia. La gracia suprema es, claro, la gracia de Dios, que no solamente corona a los reyes, sino que lleva el consuelo a los afligidos. A Karl Vossler, aquel gran hispanista alem¨¢n, le hac¨ªan mucha gracia nuestros piropos. Cu¨¢nto se hubiera re¨ªdo de haber escuchado el piropo que gan¨® un concurso period¨ªstico: un obrero le dice a una se?ora pistonuda que pasa a su vera: "?Vaya usted con Dios..., pero vuelva!". Era la misma gracia popular que tan fielmente reflejaban las piezas del g¨¦nero chico. No as¨ª el g¨¦nero c¨®mico, que suele caer en la sal gorda, la vulgaridad y lo chabacano. En cambio, grandes escritores espa?oles practican una gracia fina, mitad po¨¦tica y mitad ir¨®nica, buscando el contraste sugestivo de la paradoja. As¨ª, Julio Camba nos cuenta en su obra maestra, La casa de L¨²culo, su desprecio por el bacalao, que proced¨ªa principalmente de Noruega. "Lo que se ignora generalmente es que, a fin de que los espa?oles podamos comer bacalao los viernes, manteniendo as¨ª las pr¨¢cticas de nuestra religi¨®n, los pobres noruegos tienen que quebrantar la suya, cogiendo cada s¨¢bado unas borracheras terribles. Noruega, en efecto, hab¨ªa adoptado la ley seca, pero en el a?o 21 Espa?a le oblig¨® a comprarle 5.000 hectolitros de vino. O Noruega compraba nuestro vino, o nosotros renunci¨¢bamos al bacalao. Tales eran los que cierto maestro de periodistas llamaba los dos dilemas que la Espa?a cat¨®lica present¨® a la Noruega luterana". La gracia est¨¢ tambi¨¦n en las pregreguer¨ªas de Jules R¨¦nard. "Era tan feo", escribe en su Journal, "que cuando hac¨ªa muecas lo era menos". ?lvaro Cunqueiro nos cuenta una admirable historia del perro de su amigo Somoza, abogado de Leiva: "Era un perro triste y callado, que com¨ªa las manzanas ca¨ªdas en el prado, y si escuchaba zumbar las abejas, se pon¨ªa a pararlas, agachado, como si fueran perdices. 'Ese perro no vale nada', le dijo mi primo a Somoza. 'Pues es el perro propio de un letrado', respondi¨® ¨¦ste. Y le explic¨® a mi primo: 'Es un perro que solamente ladra a la parte contraria".
Mas el ingenio, que los franceses, sus mayores consumidores durante los a?os de las vanguardias, llaman esprit, ha sido la disposici¨®n intelectual de acceso a la realidad desde la literatura, m¨¢s importante hist¨®ricamente. Ya Pascal distingu¨ªa entre l'esprit de g¨¦ometrie y l'esprit de finesse, es decir, entre el esp¨ªritu racional y la sutileza, m¨¢s cercana ¨¦sta a la verdad si la buscamos como coincidencia del hombre consigo mismo. El esprit, el esp¨ªritu ingenioso y sutil, se manifiesta en observaciones donde la iron¨ªa y la profundidad van muy unidas. En Francia, Jean Cocteau y todos sus amigos de aquellos a?os felices, que perdieron su felicidad con la guerra europea, fueron los demiurgos del esprit europeo. ?Qu¨¦ mejor descripci¨®n de una ¨¦poca descre¨ªda que decir que "el hombre ya no cree ni en los prestidigitadores"? Esprit es asimismo el propos de Alain de que "nada es tan peligroso como una idea cuando s¨®lo se tiene una". Paul Morand, al cual su amigo Cocteau le defin¨ªa como "un pesimista que desea que todo se logre", fue asimismo un gran representante del esprit. "Eres bella como la mujer de otro", le dec¨ªa a uno de sus flirts.
En Espa?a hubo dos representantes mayores del esprit: G¨®mez de la Serna, con sus greguer¨ªas, y D'Ors, con sus glosas. "El sereno es el ¨²nico artista a quien se le aplaude antes de trabajar", dec¨ªa D'Ors. "Si el mar est¨¢ limpio es porque se lava con todas las esponjas que quiere", escrib¨ªa Ram¨®n. El esprit se extend¨ªa por toda Europa: a¨²n conserv¨® algo de ¨¦l la Polonia comunista con este dicho an¨®nimo: "Bajo el capitalismo, el hombre explota al hombre. Con el comunismo ocurre exactamente al rev¨¦s".
Pidamos a la Providencia que este mundo chato y vulgar, violento y mal educado en que vivimos, recupere algo del esprit de finesse. El ingenioso precisa del pr¨®jimo para o¨ªr el chasquido de su ingeniosidad. Alguna esperanza tengo de que esto vaya ocurriendo al o¨ªr decir a la periodista y ex ministra francesa Frangoise Giroud, contestando a la pregunta que le hac¨ªan de si cre¨ªa lograda la igualdad de los sexos: "No, la verdadera igualdad vendr¨¢ cuando nombren a una mujer mediocre para un puesto importante".
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