Relato de una violaci¨®n
Es raro ya ir a uno de esos cines catedralicios de antes, y como casi todas las pel¨ªculas se ven ahora en lo que algunos estilistas llamaban antes la peque?a pantalla o en las celdillas de las salas municipales, la visita a un cine antiguo vuelve a tener un asombro parecido al de la infancia, y a uno lo abruma de nuevo mirar hacia las vertiginosas alturas del techo de donde cuelgan l¨¢mparas inaccesibles o enfrentarse en la oscuridad al tama?o monstruoso de las caras de los personajes.En estas salas con un lujo entre tronado y austroh¨²ngaro, con terciopelos falsos y escayolas doradas, es donde m¨¢s se ve que el cine se nos va volviendo un arte anacr¨®nico, y que salvo los adictos a Sylvester Stallone y a los dinosaurios de Spielberg, la mayor parte de los aficionados tienen con ¨¦l una relaci¨®n semejante a la ¨²nica que ya puede establecerse con casi toda la mejor pintura: una relaci¨®n de museo, con sus dosis de inmovilismo y de melancol¨ªa, no un trato cotidiano y soluble en la vida, no ese disfrute casual de quedar con unos amigos para ver una pel¨ªcula reciente y descubrir sin previo aviso una experiencia memorable.
Ahora a esos cines de porteros de uniforme qu¨¦ suelen tener en los hombros una pesadumbre como de viejos mayodormos leales s¨®lo va uno cuando accede a la curiosidad de asistir a un estreno, pero en estos casos parece que lo que menos importa es la pel¨ªcula, y que la gente mira con mucha m¨¢s atenci¨®n hacia el patio de butacas que hacia la pantalla, buscando figuras de carne y hueso y no simulacros impalpables de tama?o fant¨¢stico y fr¨ªas voces con entonaciones de metal. El espect¨¢culo verdadero ocurre antes de que se apague la luz: las llegadas, los focos de claridad blanca en la noche, la gente agolpada tras las vallas de seguridad, los flases que reciben a las celebridades, todo de un americanismo meritorio. y escaso, como nuestro propio cine, tal vez como nosotros mismos. En la oscuridad posterior, cuando ya ha empezado la pel¨ªcula, hay un ruido sordo y permanente de desasosiego, una impaciencia porque las luces vuelvan a encenderse y se reanude el llamativo espect¨¢culo de la realidad, en el que cualquiera tiene el derecho a sentirse actor, no testigo miembro escogido de una minor¨ªa cuya ¨²nica raz¨®n de ser es precisamente la de asistir a los estrenos.
En una pel¨ªcula, Kika, de Pedro Almod¨®var, hace unas semanas, el p¨²blico invitado presencia la escena largu¨ªsima de una violaci¨®n. Un delincuente armado con una navaja irrumpe en la habitaci¨®n de una mujer dormida, y cuando ella despierta la hoja afilada se le hinca en el cuello, y el asaltante, que parece provocar algunas simpat¨ªas entre el p¨²blico, por las carcajadas con que ¨¦ste recibe sus interjecciones y exabruptos, est¨¢ empezando a violarla. Entre el violador y la v¨ªctima, que parece asistir como algo distra¨ªda a su propia desgracia, hay un di¨¢logo sainetesco interrumpido por jadeos y embestidas brutales, por la irrupci¨®n de un tercer peresonaje amordazado y atado que tambi¨¦n levanta muchas risas y por la llegada, al final, de un par de polic¨ªas c¨®micos que hacen bromas mientras intentan sin demasiado empe?o que el violador, un prodigio de potencia sexual que act¨²a en pel¨ªculas pornogr¨¢ficas con el ingenioso nombre de Paul Bazzo, deje inacabada su haza?a. El p¨²blico, a estas alturas, ya est¨¢ muerto de risa, y las r¨¦plicas finales se pierden entre los aplausos y las carcajadas.
Incapaz de re¨ªrme, nervioso, inc¨®modo en la butaca, miro a mi alrededor y distingo en la penumbra caras de hombres y mujeres cultivados, muchos de los cuales detentan cargos pol¨ªticos y prestigios intelectuales, y me da un poco de miedo tanta risa, un poco de miedo y algo de asco, como cuando en una reuni¨®n de personas educadas se cuenta un chiste de negros o de violadores y nadie, ni yo mismo, es capaz de callarle la boca al chistoso de turno.
No tengo seguridades, s¨®lo incertidumbres: no puedo razonar un argumento, sino atestiguar un rechazo ¨ªntimo y absoluto, un cansancio que en los ¨²ltimos a?os me ha ido haciendo desertar de los cines, no por puritanismo, sino porque la crueldad constante que ya veo en torno m¨ªo me ha vuelto insoportable la exaltaci¨®n obscena y sofisticada de la crueldad en la que parece haberse especializado ese arte. La literatura, la pintura, el mejor cine, con frecuencia son crueles, en la Iliada, en la Comedia de Dante y en las tragedias de Shakespeare hay carnicer¨ªas feroces, en los cuadros de Goya o de Francis Bacon se muestran en carne viva los l¨ªmites peores del sufrimiento, en muchas pel¨ªculas imborrables suceden violaciones y cr¨ªmenes. Pero en todas esas obras no s¨®lo hay crueldad: tambi¨¦n hay, al mismo tiempo, horror mudo y sobrecogido ante ella y respeto hacia las v¨ªctimas.
Salgo del cine a toda prisa, justo un segundo antes de que vuelvan a encenderse las luces y se reanude el espect¨¢culo, y me pregunto qu¨¦ sentir¨¢ viendo esa escena una mujer que haya sido violada. Pero tal vez, pienso luego, acord¨¢ndome de Billy Wilder, de Chaplin, del mejor Fellini, no sea la tragedia, sino la comedia la forma suprema de la narraci¨®n del dolor: es la comedia la que alcanza los l¨ªmites de la burla, ese momento justo en que la carcajada ha de convertirse en piedad. El mejor comediante es el que sabe que de ciertas cosas nadie tiene derecho a re¨ªrse.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.