Un querido barbero diab¨®lico
?Desgraciada ¨¦poca victoriana! Mientras Jack el Destripador corr¨ªa por las calles de Londres destripando mujeres, y Mortimer era el genio poderoso del mal que destrozaba a Sherlock Holmes, y el dolor se enga?aba con la ginebra -mucho m¨¢s grave que la droga de ahora-, se contaba la historia del barbero diab¨®lico de Fleet Street. Se contaba en pliegos y en folletines: lo que llamar¨ªamos "literatura basura", y los pudorosos eruditos contaban que el antecedente era franc¨¦s, de un barbero aut¨¦ntico de la Rue de la Harpe. "Literatura basura", dir¨ªamos hoy: cuenta mejor que nada la profundidad social de la ¨¦poca.?sta es la historia que, traspasada de humor negro y de cierto distanciamiento como de Brecht, salt¨® a los teatros de hace 150 a?os: el barbero que, por oscura venganza de la sociedad que le hab¨ªa destruido, degollaba a sus clientes; y la pastelera que hac¨ªa empanaditas riqu¨ªsimas con su carne, como en el Titus Andronicus, de Shakespeare, que tiene tanto de literatura basura como de grandeza: son a veces un buen matrimonio. En torno, una historia de amor viejo, otra de amor nuevo, y el pueblo de Londres, o del barrio, que en esta versi¨®n es un coro que presencia, comenta, interviene, o del que alguien se destaca. Como en Grecia y como en Brecht.
Sweeney todd
M¨²sica y texto: Stepehen Sondheim. Libreto: Hugh Wheeler. Int¨¦rpretes: Adrian Lester, Alun Armstrong, Sheila Reid, Julia McKenzie, Carol Starks, Kilip Curtis , Denis Quilley, Barry James, Nick Holder, Stepehen Hanley; conjunto y orquesta del Royal National Theatre, Londres. Director: Declan Donellan. Festival de Oto?o de Madrid. Teatro Alb¨¦niz, 11 de noviembre.
M¨²sica de teatro
La versi¨®n, m¨²sica y letra, es de Sondheim: un ¨ªdolo del musical contempor¨¢neo, que es casi ¨®pera. Nacido y educado en Nueva York pero, indudablemente, londinense. Los especialistas se ponen de rodillas al conjuro de su nombre (lo oigo en el programa de Concha Barral, mi mujer, y Jos¨¦ Mar¨ªa Pou, La calle 42). Es, efectivamente, un gran m¨²sico, y enormemente productivo. M¨²sico de teatro, como Verdi: es decir, capaz de contar, describir, acentuar y burlarse de los momentos espeluznantes de la acci¨®n, de dramatizar y de sonre¨ªr. Duro, todav¨ªa, para los o¨ªdos espa?oles. Es autor: su texto, basa do en los varios anteriores desde el siglo pasado, tiene ese humor negro y ese tono burl¨®n, y no deja de penetrar en los da?os de la sociedad sobre sus hijos m¨¢s desfavorecidos: el juez que condena a muerte, o el director del asilo de locos donde va a parar la infeliz muchacha.
Es una versi¨®n reducida con respecto a la que se estren¨® en 1979, y ha ido recorriendo numerosos teatros del mundo; igual que se est¨¢ representando ahora en Londres. Esta reducci¨®n no es en el tiempo -dura tres horas-, sino en algunos papeles, en el coro, en la orquesta. Aun as¨ª, el sonido -est¨¢ la orquesta que lo ha estrenado en Londres- es perfecto y supera las dificultades que pueda tener el Alb¨¦niz.
Las voces son de actores cantantes del Royal National Theatre. Para quienes esta hibridaci¨®n resulte desconocida, o pueda resultar desagradable por anteriores experiencias nacionales, expliquemos que ser actor cantante supone cantar con la suficiente, educada, poderosa voz del espect¨¢culo, y sin impostaciones rid¨ªculas ni engolamientos innecesarios, con una buena afirmaci¨®n que no falla nunca: ser¨ªa in¨²til para el bel canto o la ¨®pera cl¨¢sica, pero es admirable para estas partituras. Y act¨²a ese mismo actor como un profesional de la interpretaci¨®n: profesionales unos de primer orden, otros con un aprendizaje muy avanzado y que, en este caso, juegan con el dramatismo y la comicidad, con el sentimiento y la burla, con la exageraci¨®n y la se?al conveniente al p¨²blico para denotar que saben cu¨¢l es esa exageraci¨®n. Quisiera poner como ejemplo a Julia McKenzle, que hace la terrible pastelera-ama de casa-amante y deshuesadora con una solvencia admirable; aunque no sea justo no citar a Alun Armstrong, su excelente pareja.
No es f¨¢cil pensar en que pueda brotar un fuerte chorro de sangre de la garganta de un hombre degollado por un barbero asesino: aqu¨ª se ve sin m¨¢s sensaci¨®n de horror que la que conviene. Quiero decir con esto la perfecci¨®n de letra y m¨²sica, y la de la direcci¨®n de escena de Declanm Donellan (un maestro); y la suavidad y oportunidad con que se mueven los decorados y consiguen trasladarnos a distintos puntos esc¨¦nicos ayud¨¢ndonos en la imaginaci¨®n.
Su paso por Madrid es breve, pero afortunado. Me gust¨® ver entre el p¨²blico, entusiasta aunque algo cansado, numerosos profesionales del espect¨¢culo: estaban asistiendo as¨ª, en vivo, a una clase de la escuela viva del Royal National Theatre de Londres.
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