La guerra de los teatros y la cultura
EN LOS ?LTIMOS 10 meses, el Ayuntamiento de Madrid trat¨® de cerrar el teatro Alfil; estudia la conversi¨®n del teatro Mart¨ªn en un bloque de apartamentos; privatiz¨® el Teatro de Madrid, sala nacida con clara vocaci¨®n de servicio p¨²blico; permite que una de las joyas de la arquitectura teatral madrile?a, el teatro Lara, se convierta en ruina; ha derribado el teatro Lavapi¨¦s, edificio con la m¨¢xima protecci¨®n urban¨ªstica, para cuya restauraci¨®n existe un proyecto del mismo municipio, y ahora trata de cerrar una de las salas teatrales m¨¢s prometedoras y din¨¢micas de la ciudad: la Cuarta Pared. Es ella iniciativa de un grupo de j¨®venes profesionales que, de manera abnegada y tenaz, unen formaci¨®n y exhibici¨®n teatral, conforman otra opci¨®n necesaria para nuestra vida cultural. Frente a estas operaciones de derribo y de acoso, la Esquina del Bernab¨¦u parece s¨®lo flagrante bagatela. Desde aqu¨ª invito a mis compa?eros y a mis conciudadanos a articular oposici¨®n y protesta contra acciones que empobrecer¨¢n la vida ciudadana.El pasado a?o casi coincidi¨® la invitaci¨®n de que fui objeto por parte del legendario Habimah, Teatro Nacional Hebreo, para discutir un posible montaje y conocer de cerca la vigorosa vida teatral israel¨ª con el intento de cierre por parte del Ayuntamiento de Madrid del teatro Alfil y las consiguientes movilizaciones del medio teatral para impedirlo. Discurr¨ª entonces c¨®mo la crisis del teatro, que muchos generalizan cual acta de defunci¨®n, afecta de modo radicalmente distinto a unas y otras sociedades. Tel Aviv, una ciudad de 600.000 habitantes, tiene abiertos y a pleno rendimiento casi el doble de los teatros que quedan en Madrid. Su programaci¨®n, muy moderna y que incluye obras de muchos pa¨ªses, denota el inter¨¦s de un p¨²blico atento a lo que la actividad esc¨¦nica puede aportarle para forjar su vida individual y colectiva.
Casi no merece la pena hablar de esos otros pa¨ªses a cuyo lado queremos estar: Alemania, Reino Unido, B¨¦lgica, Holanda, Dinamarca... En todos ellos, el teatro forma parte indispensable de la cultura de las ciudades y se cuida y fomenta como algo que indiscutiblemente es: uno de los ¨²ltimos reductos del lenguaje y de cierta parte esencial de la memoria colectiva. Porque la fuerza del teatro occidental es precisamente su dramaturgia escrita, esa verdadera notaci¨®n de los valores humanos, tan justa que, gracias a ella, una obra maestra resiste a todo, incluso a una mala interpretaci¨®n. Notaci¨®n de los valores humanos que se articula primordialmente a trav¨¦s de la palabra, de la palabra encarnada, de la palabra entra?ada, que dir¨ªa Mar¨ªa Zambrano. A las m¨²ltiples negligencias y olvidos que sufre el teatro en Espa?a hay que a?adir la negligencia y el olvido del arte de la palabra. Uno se pregunta si este pa¨ªs, que de tan formidable baza dispone, con una lengua que nos vincula a centenares de millones de hombres, puede permitirse perder ese reducto de la palabra que es el teatro.
Manifestaba recientemente la actual ministra de Cultura en una entrevista en que m¨¢s de una vez, al defender sus presupuestos, le hab¨ªan preguntado para qu¨¦ serv¨ªa la cultura. S¨¦ que en no pocos ¨¢mbitos de la Administraci¨®n nacional, regional y municipal esa cuesti¨®n no es infrecuente. Cabe preguntarse c¨®mo se puede vertebrar a una ciudadan¨ªa, c¨®mo se le puede pedir solidaridad, comprensi¨®n para los procesos sociales, econ¨®micos y pol¨ªticos, sin una acci¨®n cultural perseverante y eficaz. No s¨®lo en Espa?a, en casi la totalidad del mundo civilizado se habla con sorprendente resignaci¨®n de la p¨¦rdida de valores morales, colectivos e individuales, mientras, solapadamente, el entretenimiento-basura televisivo y la constante inducci¨®n a satisfacer necesidades artificialmente creadas nos alejan m¨¢s y m¨¢s de esos valores: sorprendente contradicci¨®n de los modelos de sociedad que hemos elegido.
El teatro, las artes esc¨¦nicas, son unas de las manifestaciones m¨¢s vigorosas e indicadoras de sociabilidad de la cultura de las ciudades. Los hombres y mujeres que salen de su hogar para compartir la energ¨ªa com¨²n y el rito del teatro, que discuten y comentan despu¨¦s esas ilustraciones utilizables de la realidad" a las que alud¨ªa Brecht contribuyen a sociedades m¨¢s libres, m¨¢s despiertas y m¨¢s sensibles. Cabe preguntarse de nuevo si es posible mantener viva una idea de Espa?a -auton¨®mica o federal-, si es posible hacer algo contra la aterradora desmotivaci¨®n juvenil, si es posible cambiar de "Estado del bienestar a Estado de la solidaridad", si el ciudadano no est¨¢ invertebrado e inerme ante todas esas contradicciones.
Hace pocos d¨ªas, en el hermoso acto de presentaci¨®n del Cuaderno de Sarajevo, Juan Goytisolo describ¨ªa la devastadora agresi¨®n serbia a la biblioteca de esa ciudad como "crimen contra la memoria". Piensa uno que, de manera solapada e inaparente, lo que est¨¢ ocurriendo con los teatros de la ciudad de Madrid es, cuando menos, una torpe, empobrecedora agresi¨®n a esa forma de memoria urbana que son los teatros de una ciudad. Cuando se incendi¨® el teatro Espa?ol, en los a?os de la transici¨®n, un alcalde de Madrid de aquellos tiempos se dice que con el comentario: "Un nido de putas y maricones". No puedo probar que esa frase fuera cierta, pero el caso es que dej¨® el teatro Espa?ol cerrado y sin reparar durante varios a?os; los enormes boquetes dejados por el siniestro hicieron a la sala vulnerable a las inclemencias del tiempo, las palomas anidaron en escenario y patio de butacas, y el magn¨ªfico teatro Espa?ol sufri¨® tal deterioro que el posterior coste de la imprescindible restauraci¨®n se multiplic¨® muchas veces. Causa desasosiego que las deficiencias -a¨²n no soslayadas, pero paliables- en los sistemas de protecci¨®n de la sala Cuarta Pared sean para el Ayuntamiento el pretexto del intento de cierre; para un Ayuntamiento cuyo teatro municipal ya se ha incendiado dos veces; para un Ayuntamiento que no ignora que en las cercan¨ªas de esa sala hay escuelas cuyos sistemas contra incendios est¨¢n a¨²n por conec tar, con cientos de ni?os en las aulas; para un Ayuntamiento que, al tiempo que en salza la actividad cultural privada frente a la p¨²blica, parece que trate de sofocar una iniciativa joven y estrictamente privada.
El mayor partido de la oposici¨®n, que actualmente conforma el equipo de gobierno del Ayuntamiento, defiende su opci¨®n como la de una nueva derecha civilizada que opta al centro del espectro pol¨ªtico. ?Ojal¨¢! El pa¨ªs lo necesita y muchos lo agradecer¨ªan, pero la actitud de esta corporaci¨®n ante la vida cultural madrile?a lo desmiente. Recordemos por un instante a Manuel Aza?a: "... sabiendo yo que s¨®lo la participaci¨®n de Espa?a en la cultura es lo que nos puede dar un nombre en el mundo, justo ah¨ª existe un manantial del esp¨ªritu espa?ol que es lo que hay que abrir a la esperanza...". Sin eso, se?ores, a la derecha y a la izquierda, no habr¨¢ ni nuevas opciones, ni cambios sobre el cambio. S¨®lo, quiz¨¢s, una invitaci¨®n a emigrar nuevamente.
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