Con Joseba, en su vida sin vivir
Ahora que Joseba Goikoetxea se encuentra postrado esperando la muerte, sin esperanzas de volver a ser la persona saludable y honesta que fue (es), pero apoy¨¢ndonos en su sentido nacionalista, comprometido y generoso hasta las ¨²ltimas consecuencias, tenemos que esforzarnos por sentir su vida, aunque ¨¦l no la viva. Son momentos dif¨ªciles para la raz¨®n, pues la tensi¨®n y la san gre no son buenas consejeras. Se hace duro pensar que los asesinos, y quienes les apoyan, puedan compartir la idea creativa de nuestra naci¨®n. Es casi imposible sentir la acertada definici¨®n que Bernardo Atxaga hizo de naci¨®n cuando expresaba que es, "sobre todo, un plural reconfortante, una de las muchas formas de de cir nosotros".
Es claro que el desgobierno como sin¨®nimo de la direcci¨®n terrorista impera en los actos de los asesinos y sus adalides. De otra forma ser¨ªa incomprensible que en los tiempos actuales, cuando mayores cotas de libertad existen (sin falsas quimeras), se recurra a la ancestral violencia sin aprovechar la fuerza de las ideas. O tal vez sea ¨¦sta la raz¨®n ¨²ltima, que ante la carencia de pensamientos
se recurra a la sangre.
Por otra parte, es curioso resaltar la vigencia del poeta ate niense Sol¨®n (640-558 antes de Cristo), pues al decir "la palabra es el espejo de la acci¨®n" parece significar la labor que est¨¢ realizando cierta prensa. Esta expone
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y manipula los condicionantes del asunto, para que otros ejecuten el deseo impregnado en el colectivo seguidista. Es, sin duda, un empleo bastardo del derecho a la libertad de expresi¨®n: que hay que defender incluso para quienes le mancillan.
Nos encontramos, en definitiva, ante un nuevo acto de barbarie, sin que otros signos indiquen m¨¢s posibilidades en el devenir que el enfrentamiento y la disputa. Es posible que en estos momentos de desesperanza podamos encontrar alguna p¨¢gina de la historia que nos ayude a vislumbrar la salida. En ese sentido, el destino ha hecho coincidir el atentado contra Joseba con el 30? aniversario del magnicidio de John F. Kennedy, defensor del dinamismo y de la regeneraci¨®n social, pudiendo sus palabras servimos como punto de partida al decir: "La paz del mundo no exige que cada hombre ame a su pr¨®jimo; solamente que ambos vivan juntos, toler¨¢ndose mutuamente, sometiendo sus disputas a un arreglo justo y pac¨ªfico".
Desde luego, la firmeza de la raz¨®n y el sentir mayoritario de nuestro pueblo est¨¢n con Joseba, convirtiendo su agon¨ªa en fuente de vida, pues su f¨¦rtil presencia es ya un s¨ªmbolo regenerador.-
. Ertzaina.
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