La izquierda y la memoria
Los que como yo venimos del rojer¨ªo de antes de 1930, los extremos a que ha llegado el panorama pol¨ªtico espa?ol nos ponen la carne de gallina.Ahora que a los perros se les ha mitigado la rabia, despu¨¦s de la famosa entrevista Aznar-Gonz¨¢lez, cuyos mayores efectos, por lo que conocemos, han sido calmar a las jaur¨ªas, singularmente las que m¨¢s ladran en nuestros queridos medios de comunicaci¨®n; tan desorientados, despu¨¦s de este parto de los montes, como aquellos comunistas de buena fe con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn.
Nada m¨¢s lejos de mi ¨¢nimo que criticar al conglomerado de los fabricantes de opini¨®n p¨²blica entre los que se encuentran un cincuenta por ciento -para ser equitativos- de honestos profesionales y otra mitad de prototipos de la mangancia nacional. Aunque me honro de ser periodista y de haber sido pol¨ªtico, no me asusta topar con la Iglesia, amigo Sancho. Por eso me parece oportuno aprovechar la aparente p¨¦rdida de presi¨®n de la iracundia hisp¨¢nica -tanto de la pagada como de la de generaci¨®n espont¨¢nea- para reflexionar sobre los riesgos y venturas de la izquierda en nuestro pa¨ªs, que, mientras no se demuestre lo contrario, es mayoritaria.
Recuerdo que antes, hablando de los Borbones cuando volvieron a Francia de manos de Luis XVIII, se dec¨ªa que: nada hab¨ªan olvidado, ni nada hab¨ªan aprendido. La admirable y ejemplar conducta de don Juan Carlos demuestra que en Espa?a no tiene virtualidad este calambur; pero ?puede decirse lo mismo de nuestras izquierdas, cuya carencia de memoria hist¨®rica las conduce a su p¨¦rdida irremediable?
No se trata de escandalizarse o ponerle sordina a los residuos de la izquierda divina, mucha de ella acogida entre orla en los medios de comunicaci¨®n de la derecha, con id¨¦ntica solemnidad a como se acog¨ªa bajo palio al caudillo para que paseara por la nave central de las catedrales. Ni mucho menos, supervalorizar los cantos de las ¨²ltimas utop¨ªas, a las que es tan dif¨ªcil torcerles el cuello, como a los cisnes del modernismo. Despu¨¦s de todo, es una ret¨®rica con los d¨ªas contados, que se nutre del resentimiento por la orfandad moscovita o de las nostalgias de mayo del sesenta y ocho parisino, el de la revoluci¨®n "introuvable", que, como la revoluci¨®n pendiente de los falangistas, termina en los consejos de administraci¨®n.
La lucha feroz entre los hermanos propietarios es una constante hist¨®rica que ha dado lugar a todas las internacionales que en el mundo han sido, con sus espesos rosarios de asesinatos entre camaradas, para regocijo, uso y abuso de sus enemigos. En la Espa?a ya civilizada de nuestros d¨ªas, la famosa "querencia" que nos identifica, ha intentado resucitar historias pasadas, orquest¨¢ndose piezas de teatro como esa ¨²ltima, en la que en La Moncloa se hab¨ªa instalado Molke reencarnado en Corcuera, matando espartaguistas por esas calles de dios. Aqu¨ª no se trata del infantilismo revolucionario, del que habl¨® el iluminado antes de ser momia, sino de darle fuerte al tremendismo se?oritil, ese que es un primor verlo ponerse en jarras, bien sea en un discurso parlamentario, ante los micr¨®fonos o en las columnas de la prensa. Entre nosotros el se?orito se cr¨ªa silvestre, y da lo mismo que porte traje de pana, no use corbata o galope en jaca como los algabe?os de Jerez.
Aqu¨ª y ahora, lo desconcertante de una izquierda mayoritaria -unos doce millones en su conjunto- son sus marchas y contramarchas; las querellas intestinas por tendencias inconcretas y la soberbia de los minoritarios, pretendiendo que son sus postulados la m¨¦dula de cualquier plataforma pol¨ªtica. Las mayor¨ªas, entre nosotros, deben someterse a los dictados minoritarios porque ¨¦stos son los que tienen raz¨®n: esperan a Godot, y mientras llega, que gobierne la derecha.
Creo no calumniar a nadie si digo que la historia de los espa?oles no es la asignatura mejor aprendida por los pr¨ªncipes que nos gobiernan y nos han gobernado despu¨¦s de la muerte ag¨®nica del que fue caudillo de todos. Tiene su explicaci¨®n y su l¨®gica; no iban a ense?¨¢rsela los frailes; tampoco pudieron aprenderla en el centralismo democr¨¢tico, cors¨¦ que el que se lo ha puesto queda enfermo de las costillas hasta la eternidad. Pero la memoria hist¨®rica es un duende vengativo que tarde o temprano, se venga de quienes lo desde?an.
Es sabido que los periodos hist¨®ricos se contaban por bienios de Gobiernos de izquierdas y por d¨¦cadas los de las derechas, en alg¨²n caso multiplicado por cuatro. Como se abus¨® demasiado, vamos para doce a?os de socialismo, ¨²nico sistema pol¨ªtico de izquierdas en la actualidad. Entonces, ?qu¨¦ les ocurre? ?Acaso tienen la neurastenia de la oposici¨®n?
La apolog¨ªa de los cien a?os de austeridad, la mitificaci¨®n de la gran figura de Pablo Iglesias y el martirio de Juli¨¢n Besteiro entran ya en una cierta teolog¨ªa que nos gusta recitar, tanto a los socialistas como a otra gente de izquierdas que recorrimos largo camino con ellos; pero, ante la inmediata realidad, lo imperativo es bajar los santos de su lugar en el retablo y explicarse c¨®mo la lucha de caballeristas, besteiristas y prietistas provoc¨® la p¨¦rdida de las izquierdas en las elecciones de 1933; llevaron a la disparatada revoluci¨®n de octubre del 34, continuando en el 36 y paseando su espectro en la guerra y despu¨¦s de la guerra.
fue director del peri¨®dico Abc Diario Republicano de Izquierdas en tiempos de la II Rep¨²blica.
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