Esa gente que querr¨¢
Van de uno en uno y se api?an en torno a las gu¨ªas manoseadas y deshechas. Son hombres y mujeres solitarios en la ciudad del desamparo, en el invierno del descontento. Uno busca el n¨²mero de la novia que abandon¨® en Huelva y la otra, ya demasiado adulta para tales esperanzas, halla al fin las se?as de un pariente de Hospitalet.La gu¨ªa de Barcelona es m¨¢s robusta que la de Huelva y sirve de asiento mientras espera por una cabina desocupada. La de Madrid se usa y se tira r¨¢pidamente, como si quemara. Afuera, en la calle, hace el fr¨ªo de diciembre en Madrid y hay algunos que entran a rebuscar nombres inexistentes de direcciones solitarias en gu¨ªas de Le¨®n, de Murcia o de Canarias. No buscan a nadie o no tienen a nadie a quien buscar: simplemente entran de noche a quitarse de la atm¨®sfera central de la soledad el valor terrible y a?adido del hielo que le surca los bigotes del hambre.
Dec¨ªa un fil¨®sofo italiano que el tel¨¦fono es la voz de la madre que uno quiere recuperar. A esa altura de la Gran V¨ªa, en el locutorio, hay mucha gente que establece con el aparato y las monedas la relaci¨®n m¨¢s transparente, la necesidad m¨¢s perentoria: te env¨ªo dinero, me hace falta dinero, c¨®mo est¨¢n las cosas en el pueblo, ah, que por fin se ha casado Lupe, no s¨¦ cu¨¢ndo ir¨¦, si ni siquiera s¨¦ si tendr¨¦ entonces con qu¨¦ ir...
La vida es conversaci¨®n y es sobre todo conversaci¨®n telef¨®nica. Estos muchachos desali?ados, cansados por el erial del d¨ªa, buscan al otro lado la voz que les anime a salir de nuevo a esta calle multitudinaria, bella y cruel en la que casi todo lo que queda al filo de la medianoche es gris. De vez en cuando una helader¨ªa o una chica que sonr¨ªe sin raz¨®n aparente; una vieja desdentada que te ofrece qu¨¦ s¨¦ yo, y el fr¨ªo entrando por el cuerpo solitario que uno pasea junto a la pared como si ah¨ª estuviera el calor restante del verano.
El locutorio de la Gran V¨ªa, y sus aleda?os, es la versi¨®n humana, espa?ola, mesetaria, de aquella hermosa canci¨®n de los Beatles, Eleanor Rigby. Toda esta gente solitaria vino una vez a Madrid a hacerse preguntas. Ahora viven en la soledad del atardecer y llaman a provincias con la esperanza de que alguien Ies cuente desde all¨ª lo que les pasa a quienes se quedaron, lo que les pasa tambi¨¦n a los que una vez marcharon a la capital a construir una aventura que ahora vale un par de monedas de 20 duros.
Esta gente qu¨¦ querr¨¢ que llama de madrugada.
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