Los nuevos miedos
A medida que el siglo XXI se nos viene encima, no s¨®lo ocurren conflagraciones y vaivenes en el ¨¢mbito monetario: tambi¨¦n hay sobresaltos en la renta variable de las palabras. Seg¨²n las ¨²ltimas y sorprendentes cotizaciones, por ejemplo, el dem¨®crata es Yeltsin, aun despu¨¦s de su pinochetazo; bloqueo es bloqueo si se refiere a Hait¨ª, pero si ata?e a Cuba es apenas embargo; la ocupaci¨®n de Afganist¨¢n por la entonces Uni¨®n Sovi¨¦tica fue ominosa invasi¨®n, pero la bien atornillada presencia inglesa en Gibraltar merece una denominaci¨®n m¨¢s elegante: es un enclave.El miedo, al actualizarse, ha ampliado su registro. En pasados remotos, o desgraciadamente cercanos, el miedo era el reflejo de acciones brutales. La Inquisici¨®n, Torquemada, Pizarro y Cort¨¦s, Stalin, Hitler, Mussolini, Franco; las dictaduras en cualquiera de los tres mundos, los marines norteamericanos predominantemente en el tercero, el macartismo y otras cazas de brujas, las torturas, las deportaciones, etc¨¦tera, provocaban miedo y hasta terror. En mayor o menor grado representaban un ataque frontal y despiadado a la dignidad humana. La sutileza no figuraba entre sus rasgos.
Proyecciones varias de aquellas crueldades sobreviven a¨²n. Y si no que lo digan Somalia, Bosnia, Hait¨ª, Rusia, Panam¨¢, Granada, Sur¨¢frica. No podr¨¢n dar testimonio, en cambio, los cientos de soldados iraqu¨ªes que las tropas norteamericanas enterraron vivos en la antis¨¦ptica guerra del Golfo. Ahora bien, tales formas del miedo eran directas, conscientes, palmarias. Hoy se han incorporado a la vida comunitaria (no s¨®lo del Tercer Mundo) otras formas indirectas, sutiles, semiocultas del miedo. Los hechos o actitudes que encienden estos nuevos p¨¢nicos no suelen ser merecedores de sanciones; m¨¢s bien gozan de una amplia impunidad.
En Estados Unidos venden armas, aun las m¨¢s sofisticadas, como si fuesen camisetas o bol¨ªgrafos, y los corro¨ªdos -y frecuentemente drogados- veteranos de Vietnam, o sus preclaros descendientes, irrumpen en supermercados y colegios, ametrallan a medio mundo y, a veces, practican el suicidio autocr¨ªtico. En las capitales europeas, la miseria por un lado, y por otro el adoctrinamiento de violencia b¨¢sica que proporciona a diario la televisi¨®n, estimulan la formaci¨®n de bandas juveniles, generalmente motorizadas e intercomunicadas por telefon¨ªa inal¨¢mbrica, que planifican y llevan a cabo sus asaltos y hurtos con un ajuste y una precisi¨®n casi militares. Cada una de esas bandas se cree un gajo de la Naranja mec¨¢nica. La calle y la noche se han convertido en riesgos gratuitos. El miedo es real. "El tiempo tiene miedo / el miedo tiene tiempo", escribi¨® en 1956 Alejandra Pizarnik, y, 16 a?os m¨¢s tarde, ya no pudo soportar su propia angustia y acab¨® con su vida.
Los boyardos de la econom¨ªa, desde sus inexpugnables c¨¢psulas de poder, toman implacables decisiones sin tener en cuenta las necesidades y carenc?as del hombre y la mujer de la calle. Expresiones de tanto uso y abuso como producto nacional bruto o ingresos per c¨¢pita indican cifras o porcentajes abstractos, pero no tienen en cuenta a seres concretos. No obstante, en el limbo de los pron¨®sticos, de los c¨®mputos y Arqueos de los especialistas las c¨¢pitas millonarias (digamos los edonistas del confort) y las c¨¢pitas miserables sirven para, en definitiva, configurar el bendito promedio que convoca el alborozo de los t¨¦cnicos dom¨¦sticos y el ansiado benepl¨¢cito del Fondo Monetario Internacional. Y esto ocurre, con distintos matices, en cualquiera de los tres mundos.
No obstante, y sin llegar a as cotas de extrema indigencia, el mero trabajador no participa de los j¨²bilos gubernativos. M¨¢s bien es invadido otra vez por el miedo, ya no a la represi¨®n o a la c¨¢rcel, como en otros tiempos, sino a la p¨¦rdida de su trabajo y, por ende, de su sustento y seguridad. Cuanto m¨¢s avanzan el desarrollo t¨¦cnico, los sistemas inform¨¢ticos y la robotizaci¨®n de la industria, m¨¢s pavorosos se vuelven el paro o la desocupaci¨®n masivos. Los reclamos de pleno empleo impacientan a los due?os del poder, que s¨®lo aspiran a hacer buena letra -y mejores n¨²meros- ante los organismos internacionales.
La vieja mec¨¢nica conservadora se ha, renovado, incorporando una crueldad trivial, irresponsable, posmodernista. Cuando est¨¢ despierta, la gente tiene miedo a so?ar; cuando sue?a, en cambio, teme despertar. La dura vida se ha convertido en un pozo de temores, de inseguridad. Pero el miedo y la inseguridad nunca fueron democr¨¢ticos, ya que siempre provienen de una ominosa, insultante desigualdad. El autoritarismo pol¨ªtico ha cedido paso, aun en el Primer Mundo, a un autoritarismo econ¨®mico, mercantil, educativo, social, m¨¢s sutil pero igualmente injusto. Conocido es el menospreciativo alerta de Samuel Huntington: "Demasiada democracia es mala". ?Mala para qui¨¦n? Los desamparados no tienen miedo a la democracia. Siempre conf¨ªan, acaso con demasiada ingenuidad, en que ella les dar¨¢ amparo.
Sin embargo, aun en la democracia, la insolidaridad se extiende como un flagelo. El fanatismo privatizador, que a veces hace estragos en Occidente y, especialmente, en las zonas m¨¢s endeudadas del Tercer Mundo, suele iniciarse con una programada pauperizaci¨®n del Estado y la pertinente campa?a de desprestigio de todo lo estatal, como un medio de forzar a la opini¨®n p¨²blica a que, paulatinamente, vaya admitiendo las eventuales ventajas de las propuestas de privatizaci¨®n, que, por otra parte, son a veces un campo abonado por la corrupci¨®n. En varios pa¨ªses de Am¨¦rica Latina hay una creciente tendencia a sobrevalorar la ense?anza privada, en todas sus etapas, en perjuicio de la ense?anza p¨²blica. ?Cu¨¢l puede ser la consecuencia? Como la ense?anza p¨²blica suele ser gratuita o de m¨®dico coste, y la privada, en cambio, muy onerosa, la virtual acometida contra la primera podr¨ªa ir condenando a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n a quedar virtualmente al margen de los canales educativos. Algo as¨ª como una campa?a de desalfabetizaci¨®n. De ese modo, el desnivel de las clases sociales se iniciar¨ªa precozmente y los grupos privilegiados se sentir¨ªan m¨¢s seguros y a salvo. Como es l¨®gico, en los sectores m¨¢s desvalidos esa actitud genera otro miedo: el miedo a la ignorancia.
Todav¨ªa se est¨¢ a tiempo de detener ese proceso, que significar¨ªa un repliegue evidente en la formaci¨®n educativa, profesional y cultural de las pr¨®ximas generaciones. De ah¨ª que el abanico de miedos sea cada vez m¨¢s amplio. Los creyentes temen la infalibilidad papal, que sataniza el placer, ese poco placer que puede lograrse en esta breve, condenada vida. Los pueblos marginales temen cada vez m¨¢s las misiones humanitarias que les llegan, como en Somalia, en forma de bombardeos y ametrallamientos. La socie-
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dad teme la corrupci¨®n, cada vez m¨¢s generalizada, que la posterga y la desampara; teme la intromisi¨®n policial en la vida privada (hoy los Gobiernos se ingenian para dictar leyes, que empiezan como medidas contra el terrorismo y acaban aterrorizando a tranquilos moradores). Perros y abuelos temen que los abandonen cuando llegue el verano. Temen los conglomerados mestizos que los alcance la limpieza ¨¦tnica. Temen los ciudadanos de menores ingresos que los ahorros presupuestales empiecen inexorablemente por los servicios sociales. El tiempo tiene miedo.
Entre los cerebros privilegi4dos que han engendrado el nuevo orden internacional ?habr¨¢ alguno que sea capaz de concebir una m¨¢s justa relaci¨®n entre el trabajo y el capital? ?Hasta d¨®nde y hasta cu¨¢ndo seguir¨¢ creciendo la marea de desocupados? ?En qu¨¦ pozo de inutilidad ir¨¢n cayendo los viejos y nobles oficios? ?Es racional que ¨²nicamente las guerras (fr¨ªas o calientes, poco importa) generen industrias que proporcionan trabajo? En otras palabras, ?s¨®lo la muerte es redituable? ?Hiroshima y Nagasaki en el pasado y la guerra del Golfo hace muy poco habr¨¢n sido en realidad, desde el punto de vista industrial, dos ping¨¹es negocios?
Con el paro incontenible y masivo, con la desocupaci¨®n sin atenuantes, es obvio que aumentar¨¢n la mortandad infantil, el hambre, las pestes y las plagas, la escasez de viviendas, las tentaciones de violencia. Cada una de esas amenazas genera sus miedos. El papa Wojtyla critica el capitalismo salvaje, pero ?qu¨¦ capitalismo no es salvaje? En este aspecto, la religi¨®n resulta a¨²n menos ¨²til que la econom¨ªa y las ciencias sociales. S¨®lo nos propone que recemos y recemos. Pero las oraciones ni siquiera traspasan la capa de ozono, a pesar del agujero que todos hemos contribuido a abrir. Por otra parte, Dios est¨¢ muy lejos, y como, al parecer, carece de antena parab¨®lica, sus fuentes de informaci¨®n han de reducirse a la esterilidad de las enc¨ªclicas y, en consecuencia, debe saber muy poco de nuestros nuevos miedos.
Mario Benedetti es escritor uruguayo.
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