El cielo protector
En el enfrentamiento suscitado por el GATT entre los intereses audiovisuales norteamericanos y los europeos, que dicen luchar por su identidad cultural, en tiendo bastante bien el conflicto de intereses, pero, en cambio, no tengo nada claro lo de la identidad cultural. El espanto de los profesionales europeos ante un mercado liberalizado al m¨¢ximo en Europa, pero eficazmente protegido en Estados Unidos, es comprensible; tambi¨¦n lo es que una industria empeque?ecida y err¨¢tica tiemble ante el poder¨ªo de multinacionales que venden lo bueno e imponen lo malo, desplazando a veces de las carteleras a pel¨ªculas europeas rentables para sus tituirlas obligatoriamente por subproductos a los que la gran maquinaria tiene que dar salida. Es l¨®gico que estas alarmas reclamen el cobijo de un cielo protector, que no puede ser sino el del Estado: para eso vivimos a¨²n en democracias sociales adem¨¢s de liberales, y no me parece mal que as¨ª sea, aunque a veces dicho refugio se exprese en raudos decretos, como el de cinematograf¨ªa aprobado en Espa?a, que son dig¨¢moslo suavemente- demasiado raudos (no hay que sulfurarse em pero por los excesos de arbitrismo, pues ya se suavizan luego tales normas con su discreto y gradual incumplimiento). Has ta aqu¨ª no problemo, como dir¨ªa Terminator. Pero hay algo que se echa en falta y algo que a mi juicio sobra. Falta preguntarse c¨®mo y por qu¨¦ la industria cinematogr¨¢fica americana ha llegado a su abrumadora preeminencia actual sobre la europea; y sobra, luego intentar¨¦ razonarlo, la invocaci¨®n tremolante a la identidad cultural.?Por qu¨¦ el cine americano se ha impuesto de tal modo al europeo hasta el punto de amenazarlo de extinci¨®n? Los antiyanquis claman que a causa de la pura y nuda fuerza del d¨®lar. Pero es algo que no ha pasado en literatura, ni en pintura, ni en m¨²sica sinf¨®nica, ni en gastronom¨ªa (por muchas hamburgueser¨ªas que se abran), ni en periodismo. Los d¨®lares compran casi todo, pero no aniquilan casi nada (al menos, nunca aniquilan lo que resulta pasablemente rentable de mantener). Los proyanquis arguyen la m¨¢s simple raz¨®n del triunfo: que las pel¨ªculas americanas son mejores. Pero el que una pel¨ªcula sea considerada "buena" o "mala" es algo desesperadamente subjetivo; y adem¨¢s, cualquiera que sea el baremo que se aplique, es incontrovertible que bastantes pel¨ªculas europeas y muchas americanas son p¨¦simas. Lo que en cambio s¨ª puede afirmarse es que las pel¨ªculas americanas gustan por lo com¨²n a m¨¢s gente. ?Por qu¨¦? Porque est¨¢n hechas para eso. Digamos que desde su origen el cine tiene dos vertientes contrapuestas, ejemplificadas en sus opuestos santos fundadores (europeos -todos, desde luego): la direcci¨®n Lumi¨¦re y la direcci¨®n Meli¨¦s, la salida de los obreros de la f¨¢brica frente a la conquista del polo o el viaje a la Luna, el naturalismo dram¨¢tico y el entretenimiento l¨²dico. Mientras que el cine europeo se ha decantado m¨¢s y m¨¢s del lado Lumi¨¦re, el americanosin descuidarlo tampoco ha cultivado con entusiasmo el lado Meli¨¦s, realizando un cine de espect¨¢culo, de emociones b¨¢sicas, de cabalgadas y sablazos, de fantas¨ªas, carcajadas, sustos y romances. En una palabra: un arte popular acostumbrado a expresarse de un modo apto para todos, pues en Estados Unidos hay de todo y de todas partes. Y de este modo, haciendo cine popular, han popularizado inmensamente el cine: en Am¨¦rica, en Europa y en el mundo entero.
Lo m¨¢s notable es que las ficciones b¨¢sicas que este cine ha puesto en im¨¢genes provienen en gran medida de la tradici¨®n popular europea: Sherlock Holmes, Dr¨¢cula, Franklenstein, Robin Hood, la isla del tesoro, la m¨¢quina del tiempo, el viaje a la Luna y el descenso al centro de la Tierra, los espadachines de Sabatin¨ª y Dumas, los piratas de Salgari, el mundo perdido donde viven los dinosaurios de Conan Doyle, etc¨¦tera. En el terreno de los dibujos animados para ni?os triunfan las francesitas Blancanieves, la Bella Durmiente o Cenicienta; el intr¨¦pido inglesito Peter Pan, el travieso italiano Pinocho o la germ¨¢nica dulzura forestal de Bambi. Lo m¨¢s parecido a la, por lo visto imposible, unidad europea es Disneylandia. De todo ese legado ingenuo y emocionante se alimenta Hollywood, mientras que otros cineastas prefieren prolongar inquietudes decimon¨®nicas m¨¢s trascendentales: de la Europa del siglo XIX, el cine europeo tom¨® las ideolog¨ªas y el cine americano las aventuras. Dado que la pasi¨®n por el cine es afecto eminentemente juvenil (aunque condiciona para toda la vida) no era dif¨ªcil adivinar qui¨¦n deb¨ªa prevalecer en caso de contienda. Comprendiendo adem¨¢s las m¨²ltiples posibilidades del cine para adornar la totalidad de la existencia de sus fieles como una ligera pero resistente religi¨®n laica, los americanos movilizaron a partir de sus pel¨ªculas un mundo de fetiches, reliquias, juguetes, estampas,uniformes y catecismos. Los padres que hoy se desesperan por la adicci¨®n de sus hijos a los dinosaurios deber¨ªan recordar que en su infancia ellos jugaron con indios y vaqueros, con arcos y rev¨®lveres; en fin, con el merchandising propio de su ¨¦poca. ?,Y acaso no lo pasamos bien?
As¨ª gan¨® Hollywood. Y as¨ª se mont¨® una industria potente, creativa, de sencilla eficacia universal, a menudo reacia a los excesos de originalidad y temiblemente expansiva. Cuando Europa, entusiasmada con el cine de autor y la denuncia social hasta el punto de olvidar que m¨¢s del 80% de los espectadores de salas de cine tienen menos de 30 a?os, quiso reaccionar con pel¨ªculas populares era ya demasiado tarde. De modo que ahora hay que refugiarse en la defensa e ilustraci¨®n de la identidad cultural. Dejemos la identidad a los controles policiales y a los l¨ªderes nacionalistas, que viven de eso. Cada uno nos hacemos nuestra identidad como los p¨¢jaros el nido, trayendo pajitas y ramas de aqu¨ª o de all¨¢. Que le pregunten c¨®mo se hizo la suya al europeo Terenci Moix, al cubano Cabrera Infante o al tambi¨¦n europeo Fellini, que un a?o antes de su muerte dec¨ªa en una entrevista que, obligado a vivir su juventud entre fascistas, comunistas y curas, se hubiera suicidado de no haber existido las pel¨ªculas americanas. Queda la cultura. Pero s¨®lo los semicultos creen que la cultura no es m¨¢s que alta cultura, que toda cultura es arte y ensayo, que para hacer buen cine (o buena literatura, o buena pintura) hay que proponerse hacer Cultura con may¨²scula y vocear tan trascendental proyecto urbi et orbi. Si de lo que se trata es de acercar el cine a la cultura, m¨¢s valdr¨ªa incluirlo en los planes de estudio de nivel b¨¢sico, para formar espectadores como se intentan formar lectores. Por lo dem¨¢s, no es bueno que la cultura dependa s¨®lo del mercado, pero a¨²n es peor que dependa ante todo de ministerios.
Que hoy el cine europeo, especialmente espa?ol, necesita ser ayudado frente a la voracidad del audiovisual americano es evidente. Pero ser¨ªa conveniente aprovechar la ocasi¨®n para reflexionar sobre c¨®mo hemos llegado a la situaci¨®n en la que estamos. Y que las ayudas no sirvan para fomentar la complacencia en nuestras deficiencias, sino para proyectar el modo de remediarlas. Escuchar a los interesados comisarios pol¨ªticos de la "cultura nacional" y a los patriotas cinematogr¨¢ficos de urgencia no parece la mejor pol¨ªtica en la era del gran salto adelante de las pistas audiovisuales, que har¨¢n pronto rid¨ªculas las barreras nacionales con s¨®lo apretar un bot¨®n en el propio domicilio. Si hoy hay que resignarse al cielo protector, bueno ser¨¢ para ma?ana ir pensando en horizontes no tan lejanos.
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